EL PAíS
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Un ministro con viento de cola
› Por Claudio Scaletta
Roberto Lavagna no fue un superministro como Domingo Cavallo. Sin embargo, si se compara contra la primera gestión del mediterráneo, existen algunas coincidencias. Dos son las más importantes. Ambos funcionarios estuvieron al frente del Palacio de Hacienda en momentos ascendentes del ciclo económico y gozaron también de altos precios internacionales de las commodities. Los dos corrieron con viento de cola. Pero las coincidencias terminan aquí. Las dos fases ascendentes del ciclo que ayudaron a inducir y transitaron ambos ministros fueron radicalmente diferentes.
Hasta mediados de los ’90 el crecimiento económico se asentó en el “shock de confianza” provocado por la renegociación de la deuda con el Plan Brady y la aplicación casi sin matices de las recomendaciones del Consenso de Washington, básicamente apertura, desregulación y privatizaciones. Estos factores, a los que sumó la estabilidad cambiaria, dieron lugar a una fortísima entrada de capitales que posibilitó soslayar la tradicional restricción externa de la economía local. El crecimiento sobre la base de los servicios y unas pocas ramas industriales concentradas, que sustituían mano de obra por capital, fue posible aun con un tipo de cambio que no reflejaba la verdadera productividad interna. La contrapartida lógica fue un impresionante crecimiento del endeudamiento externo, que finalmente terminaría retroalimentando la restricción del balance de pagos. El modelo no era sustentable. Las crisis financieras internacionales que se iniciaron con el Tequila en 1995 y siguieron con Asia, Rusia y Brasil completaron la tarea. Argentina fue la última en caer.
Cuando Roberto Lavagna ingresó a la administración de Eduardo Duhalde en abril de 2002, la ficción de sostener el crecimiento con ingreso de capitales había terminado. La deuda había caído en el inevitable default y el proceso devaluatorio iniciado el 3 de diciembre del año anterior con el corralito llegaba a su fin. La economía argentina retomaba un viejo sendero de ajuste de su déficit externo: la “devaluación competitiva”, un camino tan doloroso como insoslayable que traía consigo inmensas transferencias intersectoriales de recursos, desde los menguados salarios a los bolsillos de los exportadores. Indicadores sociales como la pobreza y la indigencia alcanzaron sus techos históricos. Pero los vientos externos, ya no los capitales, eran favorables. Las economías asiáticas, y con ellas el mundo, salían de la recesión y volvían a demandar materias primas. En Argentina, la caída de la demanda interna dejaba amplios saldos exportables de bienes salario mientras las importaciones multiplicaban su valor en pesos. Aunque los mercados internos se achicaban, algunas industrias intensivas en mano de obra, como los textiles, comenzarían pronto, aunque tibiamente, a retomar la senda de la sustitución de importaciones. Las condiciones para la recuperación estaban en desarrollo.
Pero la devaluación no era un mecanismo automático con capacidad para resolver todos los problemas. El ciclo ascendente que se iniciaba no era ineluctable. A comienzos de 2002 los viejos gurúes de los ’90 apostaban, siempre con el apoyo del FMI, a una devaluación salvaje que termine de licuar los pasivos empresarios internos. Demandaban un tipo de cambio único, sin retenciones que morigeren el impacto devaluatorio y lo redistribuyan en favor de las manufacturas. Pedían compensaciones indiscriminadas a los bancos y una reestructuración “amigable” de la deuda con los acreedores privados, una opción que hubiese acercado nuevamente al presente el fantasma de la crisis de balance de pagos. Si no se ajustaban las tarifas de los servicios públicos, amenazaban, el caos en las prestaciones era inminente. En este contexto de gran incertidumbre, no eran muchos los dispuestos a asumir en el Ministerio de Economía. Fue Lavagna quien trajo otro diagnóstico a la administración de Eduardo Duhalde y aportó las decisiones que, con matices, brindaron los lineamientos económicos de la administración actual. En concreto: la dirección que tomaría el favorable ciclo ascendente. Después del pico recesivo de 2002, el resultado fue la consolidación de un crecimiento que ya lleva tres años con tasas cercanas a los dos dígitos, la recuperación de muchas ramas industriales exportadoras y de algunas orientadas al mercado interno. Con estos resultados, muchos, incluido el propio Lavagna, hubiesen esperado una salida del escenario con más glamour. Los críticos, sin embargo, destacan la escasa diversificación productiva provocada por los cambios de precios relativos y la lentitud de las mejoras sociales en relación con la velocidad de crecimiento del producto. Mientras tanto, los datos de la economía parecen mostrar las primeras señales de agotamiento del ciclo ascendente o, por lo menos, las tensiones políticas de mantener las actuales condiciones de distribución del ingreso, condiciones que ni Lavagna ni la burguesía local imaginan alterar.
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