EL PAíS › PANORAMA POLITICO

Identidades

 Por J. M. Pasquini Durán

Los discursos políticos actuales, casi sin excepción, reflejan poco y nada las mutaciones profundas que han alterado las reglas de la convivencia social en el país y en el mundo. Son escasas, por ejemplo, las expresiones netas que hayan recogido con amplitud el mensaje implícito en los cacerolazos de 2001 y es frecuente encontrar en los análisis de lo ocurrido sesgos más economicistas que culturales. Si aquella crisis político-social estaba sólo vinculada a las dificultades económicas, hoy en día, después de tres años de sostenida reactivación, debería estar resuelta la ruda separación que se produjo entonces entre los ciudadanos y sus representantes. “Que se vayan todos”, pedían a coro los que habían ganado la calle y después hubo cinco presidentes en una semana. Para algunos, sobre todo entre políticos, aquello fue un brote que ya pasó y, por lo tanto, están otra vez habilitados para repetirse, aunque hayan cambiado algunas caras.
Sucede así que en las reflexiones contrapuestas sobre las conductas de gobernantes y opositores reaparecen a menudo categorías, estereotipos inclusive, que tuvieron vigencia en momentos importantes del pasado. Una de ellas es la antinomia peronismo-antiperonismo que dividió las aguas durante varias décadas en el siglo XX, aunque ahora asome por debajo de otros rótulos. En uno y otro bando hubo en su época concepciones de la política y el poder irreductibles y desmesuradas, pero que no pueden reiterarse, no por falta de voluntades sino por ausencia de condiciones. Durante las dos últimas décadas del siglo pasado el mundo, tal como se conocía hasta entonces, cambió de rumbo. Pese a que ahora nadie se animaría a vaticinar el fin de la historia, aquel giro fue tan pronunciado que muy pocas identidades permanecieron inmutables.
Hace treinta años, la posición de clase establecía fronteras precisas entre trabajadores, clases medias y altas, mientras que en la ideología competían liberalismo y comunismo, o la fe religiosa dividía a muchos creyentes entre reacción clerical y laicicismo progresista, por citar algunas de las identificaciones que eran representadas, a su vez, por partidos políticos, organizaciones sociales, gobiernos y “mundos” diferentes. Todo eso ahora existe, pero de maneras muy diversas. En el recorrido hubo crisis de ideologías, de representaciones, de identidades socio-políticas y hasta individuales.
A modo de referencia: el líder de la última guerrilla surgida en América latina en el siglo pasado, el Subcomandante Marcos o, como se nombra ahora, el delegado Zero, recorre México en una motocicleta de rally, escoltado por una guardia armada, y uno de los blancos de su discurso crítico es el candidato presidencial Manuel López Obrador del PRD (Partido de la Revolución Democrática), que si gana en las elecciones, según sus parciales, haría juego con los gobernantes del cono sur. Otra: en 1968, los estudiantes del Mayo francés se alzaron por “la imaginación al poder”, mientras que en los últimos meses, hasta la noche del Año Nuevo, numerosas tribus urbanas de jóvenes resentidos por la exclusión social y la discriminación racial incendiaron centenares de automóviles en una decena de ciudades de Francia.
Paolo Flores d’Arcais, director de una de las revistas de filosofía más prestigiosas de Italia, MicroMega, hablando de las transformaciones ocurridas en las sociedades, escribió: “Ninguna identidad contiene hoy a un individuo real, porque ningún individuo real pertenece a una de ellas sino fragmentariamente (y de manera provisoria) (...) sin verse en la obligación de traducir las reivindicaciones específicas y propias al esperanto de la política del interés general. Por lo tanto, se trata de identidades puramente reivindicativas. Reivindicativas e irresponsables. Son, no lo olvidemos, respuestas a la privatización de la esfera pública en manos de políticos profesionales” (en Il sovrano e il disidente; la democrazía presa sul serio, cit. Punto de Vista Nº 83). El filósofo agrega: “El político de oficio se vuelve mucho más libre; frente a los partidos está el elector aislado, la masa atomizada de tantas no identidades, cada una de ellas contradictoria y fluctuante. Cualquier decisión, al mismo tiempo, agrada/desagrada, en el marco de la suma de valores/intereses compuestos e inestables que definen a un mismo individuo. Los partidos pueden darse el lujo de volverse autorreferenciales. Sus nomenklaturas, más ‘libres’, se permiten un plus de arrogancia”.
La cita es parte de una reflexión más amplia y detallada –aun en la totalidad no deja de ser una verdad relativa–, pero si se la contrasta con la actualidad, hay hechos cotidianos y actitudes públicas que adquieren mejor sentido que si son calificados con simplicidad rústica. En ese rumbo, vale preguntarse, por ejemplo, si el sufrimiento otorga por sí mismo legitimidad moral suficiente como para exigir a los demás que hagan suya la noción de justicia individual que el sufriente reivindica. Más todavía: ¿ha desaparecido la noción de accidente y, por lo tanto, cualquier suceso puede ser adjudicado a la responsabilidad de quien ejerce alguna autoridad institucional? O a la inversa: ¿pueden las autoridades desligarse de las responsabilidades implícitas en sus cargos por los hechos negativos, trágicos incluso, atribuyéndolos a una cadena de infortunios? Son preguntas que pueden aplicarse a una tragedia enorme como la que ocurrió en el local República Cromañón, pero también a sucesos cotidianos, como los que soportan los pasajeros de algunos servicios del transporte público. Las respuestas tendrán que ubicarse en esa trama móvil que los encuestadores llaman “opinión pública”, pero también, aunque parezca una antigüedad, en alguna noción de la ética, sobre todo en oficios como la política. La noción de la ética, como la de la ley y la justicia, habrán sufrido cambios, como casi todo, pero eso no significa que dejaran de existir o que sean inútiles. Una cosa es reconocer las modificaciones esenciales o triviales y otra, muy distinta, es renunciar al propósito de convivir en comunidades plurales y libres.
Sin embargo, los políticos nacionales son más dados a comportarse de manera autorreferencial y con criterios de nomenklaturas (miembros de aparatos partidarios cerrados) arrogantes. Cada uno de ellos tiene alguna justificación a mano para explicar esos tipos de conductas. Casi siempre le adjudican la responsabilidad al adversario para explicar la propia manera de ser y de hacer. El Gobierno considera que, si no ejerce el poder con energía y verticalidad, las debilidades de un Estado corroído por los vicios y la corrupción sumadas a la falta de un partido organizado que responda sin fisuras a la voluntad de gobierno, lo harán presa fácil de sus enemigos.
Esa verticalidad lo lleva a veces a desencuentros consigo mismo, ya que las tareas no se delegan por área sino por operador designado ad hoc por el mismo Presidente. Tal parece que eso pasó con las pregonadas visitas bolivianas al país, ya que primero se anunció al Chato Peredo, operador de la intimidad del presidente electo, luego al vicepresidente y, por fin, al mismísimo Evo Morales, al final de una gira mundial que debió incluir a Buenos Aires en el plan oficial desde el principio. Hubo varios factores concurrentes a ese desorden, pero uno de ellos es que los ministerios de Planificación y de Relaciones Exteriores se cruzaron en gestiones ordenadas desde el despacho de Néstor Kirchner según sus propios criterios de eficacia, sin atenerse a las áreas formales de competencia, lo que terminó por ser un elemento de uso en La Paz para las tumultuosas internas de un gobierno muy novato y en formación.
Entre los opositores con representación legislativa, las opiniones y actitudes son más numerosas que los bloques partidarios, ya que por lo general se mueven en reacción a las iniciativas del Poder Ejecutivo más que detrás de propuestas originales o de alternativa. A unos no les interesa la opinión de la calle, salvo en períodos electorales, y a los que les importa suelen tropezar con la dificultad de interpretar una voluntad popular de identidades fragmentadas y volátiles. Son legislaturas que funcionan más por el “apriete” de las circunstancias que en función de programas o de ideologías determinadas. Es evidente que si el ARI lo busca a López Murphy para aumentar el bulto de los “republicanos”, y si después el mismo López, embalado por la foto de todos los opositores, quiere formalizar un “foro” que contenga a Lozano de la CTA y a Binner del socialismo, es que también en el Congreso las identidades están más revueltas que definidas. Sería juicioso que los que aspiran a ser líderes aclaren el paisaje, para ver si la sociedad empieza a encontrar referentes verdaderos que defiendan sus intereses y valores tal como debería ser dado el amor que pregonan por la república. Menos autorreferencia y arrogancia, más servicio público, sería bueno.

Compartir: 

Twitter

 
EL PAíS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.