EL PAíS › OPINION

Argentina y Colombia, el peligro de la debilidad

Por Juan Gabriel Tokatlian *

Durante la Guerra Fría, los problemas fundamentales que afectaban la paz y la seguridad internacionales derivaban del poderío. La competencia integral entre Estados Unidos y la Unión Soviética tenía múltiples dimensiones, pero se expresaba de manera más dramática en la rivalidad militar, en la carrera armamentista y en la amenaza nuclear entre Washington y Moscú. La ominosa inminencia de una eventual confrontación armada entre los países centrales y el recurso periódico a la fuerza directa por parte de las grandes potencias contra algún país de la periferia se transformaron en la mayor fuente de incertidumbre y violencia por décadas. Así entonces, a mayor poder bélico, más potencial de inestabilidad.
Algo semejante ocurría con el denominado Tercer Mundo. La existencia de agresivos regímenes autoritarios, de presupuestos de defensa desbordados, carreras armamentistas regionales, rivalidades vecinales exacerbadas, antagonismos geopolíticos zonales y esquemas de proliferación nuclear hizo que la paz en diversos continentes estuviera en jaque durante lustros. Consecuentemente, la búsqueda de mayor preponderancia individual, entendida en términos militares, generaba más inseguridad colectiva.
En la pos-Guerra Fría, las amenazas más letales a la seguridad y la paz mundiales surgen, simultáneamente, del poderío y de la debilidad. En términos de las relaciones entre las potencias principales, el poderío continúa siendo la fuente de mayor desconfianza y potencial belicosidad: la búsqueda de primacía militar irrestricta de Estados Unidos, el crecimiento de la capacidad nuclear de China, los enormes arsenales bélicos de Rusia, la lenta remilitarización de la defensa de Japón, el intento de mayor autonomía estratégica de la Unión Europea, anticipan un escenario internacional incierto y conflictivo.
En cuanto a la periferia, la debilidad se ha convertido en una causa básica de inseguridad y violencia. El colapso parcial o el desplome total del Estado, la proliferación de lucrativos negocios ilícitos (drogas, armas ligeras, deshechos nucleares, blanqueo de capitales subterráneos, tráfico de seres humanos, etc.), la erosión de facto de la soberanía territorial ante actores violentos (terroristas, crimen organizado, mafias, etc.), la fractura de las sociedades cada vez más paupérrimas, la incapacidad de controlar internamente los efectos más nocivos de la globalización, y la pérdida de sentido de amplios núcleos humanos y vastas culturas se han transformado en fenómenos que conducen a verdaderas implosiones domésticas y que producen millones de víctimas a lo largo y ancho de las naciones periféricas. Por lo tanto, cuanto más débil es un país, más se afecta la paz y la seguridad internas e internacionales.
En el período de la Guerra Fría, las historias respectivas de Argentina y Colombia parecieron marcadamente distintas. Las comparaciones no resultaban pertinentes ni sugerentes. Ni la geografía, ni la cultura política, ni la realidad económica, ni las relaciones internacionales permitían identificar puntos de contacto. Es probable que eso ya no sea así al comienzo del siglo XXI.
Hoy, Argentina y Colombia se asemejan notablemente. Ambos países se ven afectados de manera seria debido a su monumental fragilidad. Las dos naciones se están transfigurando en dilemas para sus vecinos inmediatos al ser percibidos como espacios desorganizados, donde por una u otra razón, el Estado se desvanece, la sociedad se postra y la democracia languidece. Colombia ya exporta inseguridad a los países fronterizos, Argentina parece obstinada en transmitir intranquilidad a las naciones limítrofes. De Colombia se dice que vive actualmente en caos, de Argentina se teme que se anarquice pronto. Los especialistas indican, con fundados argumentos, que Colombia se mueve hacia una guerra degradada, las autoridades en Argentina afirman, de manera poco consciente, que podemos ir hacia una guerra civil. Encerrados en sus respectivos laberintos, argentinos y colombianos porigual descreen de los partidos políticos, de su clases dirigentes y de la justicia. La violencia, la corrupción y la anomia, en grados diversos, se han tornado en los indicadores más visibles de Argentina y Colombia en los medios de comunicación de alcance y resonancia mundiales. Por caminos distintos pero concurrentes, los líderes de ambas países piensan que la estrella polar de su salvación pasa exclusivamente por Washington. Los problemas internos que viven y las dificultades externas que producen devienen de su condición débil, no de su ansiedad de poderío. El peligro que emana de ambos casos es la internacionalización negativa de sus respectivas crisis; esto es, colombianos y argentinos pierden definitivamente control de su desarrollo nacional y son objeto de acciones externas encaminadas a establecer un nuevo orden interno.

* Director del Departamento Internacional, Universidad de San Andrés.

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