Martes, 2 de enero de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Marcelo Duhalde
Eran aproximadamente las dos de la mañana del 31 de julio de 1974. Estábamos en un bar a pocas cuadras del Sindicato de Farmacia, donde acabábamos de terminar una reunión bastante numerosa para organizar el homenaje a los compañeros fusilados en Trelew.
Habíamos quedado Rodolfo Ortega Peña, mis hermanos Eduardo Luis y Carlos María, Haroldo Logiurato, algún otro compañero y yo.
Intentamos hablar con Rodolfo para convencerlo de que se tenía que cuidar, que las amenazas estaban llegando cada vez más fuertes, los seguimientos eran muy notorios y debía tener algunas pautas de seguridad. Nosotros pretendíamos que no se expusiera tanto.
Rodolfo no quería saber nada, sostenía que la única manera de hacer su actividad en defensa de los más humildes, de los más necesitados, era de la manera que lo hacía. Finalmente, terminó la conversación de mala manera diciéndonos: “y en definitiva la muerte no duele”.
Alrededor de las 8 de la noche de ese mismo día, sonó el teléfono en el despacho de Rodolfo de la Cámara de Diputados, era un supuesto periodista que preguntó si se iba a quedar mucho tiempo más porque quería verlo para hacerle unas preguntas. Luego comprobamos que el llamado era para confirmar que él todavía no hubiera salido porque lo estaban esperando en la calle.
Un rato después, Rodolfo salió caminando del Congreso con su compañera Helena Villagra. Fueron caminando por Callao, desde Rivadavia hasta Santa Fe, y allí doblaron media cuadra hacia Riobamba donde entraron en una pizzería, de la que salieron aproximadamente a las 22.15.
Con la misma confianza con la que se manejaba, Rodolfo se subió a un taxi que estaba libre parado en la puerta, aparentemente desde hacía un tiempo, y le dio la dirección adonde iban.
El taxista repitió en voz alta y de manera notoria “Carlos Pellegrini y Juncal”. Pocas cuadras más adelante, Rodolfo le pidió que apagara la luz interior del coche que el chofer había dejado encendida. Estos y otros datos conocidos con posterioridad nos confirmaron la participación del taxista en el operativo para asesinar a Rodolfo.
Al llegar a la calle Carlos Pellegrini y Santa Fe, el taxi dobló y otro vehículo que venía detrás, sin que los pasajeros lo notaran, se atravesó e impidió que los otros automóviles que venían pudieran avanzar por Pellegrini. Al cruzar Juncal el taxi paró y un coche que venía casi a la par se le atravesó. Bajó de él un hombre con una media de mujer en la cabeza y una ametralladora en la mano con la que disparó 23 tiros o más, 8 de los cuales fueron en la cabeza, que hicieron blanco en Rodolfo. Esto nos hizo comprobar que estaban al tanto de las conversaciones mantenidas en su despacho intentando que Rodolfo usara el chaleco antibalas que le había ofrecido el compañero Ricardo Beltrán.
En 1975, ya camino a la dictadura, cuando José López Rega había terminado su trabajo siniestro de sangre y de muerte partió hacia Madrid acompañado de sus dos principales cómplices. Ellos eran Morales y Almirón.
Pasados algunos meses, el subcomisario de la Policía Federal Rodolfo Eduardo Almirón frecuentaba un local de moda en Madrid en la calle Fuencarral que se llamaba Drugstore, a pocos metros de la Glorieta de Bilbao. Allí se ufanaba de haber sido ejecutor del asesinato de Ortega Peña. A quien lo quisiera escuchar, decía sin temor que él lo había matado.
Cuando comenzó a llegar el exilio provocado por la dictadura militar de 1976, Almirón desapareció de los lugares públicos. Hasta que fue descubierto y denunciado en 1981, como jefe de la custodia del ex ministro de Franco Manuel Fraga Iribarne.
Cambio 16, la revista progresista española de ese momento, y Diario 16 de la misma editorial, le dedicaron grandes titulares y varias tapas, por lo que Almirón tuvo que sumergirse nuevamente.
Sin embargo, en ese momento no estaban dadas las posibilidades que hoy tenemos. En esta Argentina se puede tener confianza en un pedido de extradición, en una declaración de lesa humanidad de los crímenes cometidos por la Triple A y creo que también podemos confiar en que estamos cerca de que se haga justicia en un tema tan difícil y olvidado para muchos, como son los asesinatos cometidos durante el gobierno peronista del ’74 y ’75.
Este relato de los hechos es para refrescar la memoria de uno de los protagonistas del asesinato del diputado nacional, abogado, periodista y defensor de presos políticos, Rodolfo Ortega Peña. Es para recordarle a Rodolfo Eduardo Almirón su participación, que ahora desconoce, no recuerda, en el primer asesinato asumido por la Triple A en la Argentina el 31 de julio de 1974.
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