EL PAíS › LA GENERACION DE LA CONVERTIBILIDAD
Que la inocencia les valga
De veintipico, se acuerdan vagamente de la inflación, tienen apenas imágenes de la híper y una relación con el dinero que les cambió de un día para el otro. Están aprendiendo a estar pendientes del dólar y a temer por la indefinición del futuro.
Por Marta Dillon
Un vuelco de las pupilas hasta ocultarlas bajo los párpados y alguna onomatopeya difícil de descifrar como respuesta. No hay palabras para diseñar el futuro, ni siquiera el más cercano, el de los próximos días. La imaginación no alcanza para aventurar lo que va a venir. Son jóvenes, se supone que el tiempo les pertenece, algunos recién terminaron la secundaria o empiezan una carrera porque de alguna manera hay que apropiarse de ese futuro que parece haber llegado sólo porque proyectarlo es una tarea imposible. ¿Cómo será la vida después de la devaluación? ¿Como será ahora que al ritmo del dólar flotante los precios amenazan con emerger más allá de la superficie? Las preguntas son nuevas para ellos, crecieron y llegaron al mundo del trabajo con la ilusión de la estabilidad, al menos la monetaria. Sin embargo, a pesar de que ninguno puede pensarse más allá del instante, igual imaginan acrobacias como gimnastas entrenados, no para saltar sobre la inflación pero sí para esquivar la amenaza de una crisis que ahora parece definitivamente instalada.
Tiene 22 años, los ojos azules, una incertidumbre flamante y par de sueños que está resignada a postergar. En el primer día de cotización del dólar libre se sintió “como una operadora bursátil”. Es que su novio necesitaba comprar dólares para pagar una deuda y ella acompañó por teléfono su corrida por el microcentro. “A las diez de la mañana consiguió comprar a 1,65 y me llamó para pedirme pesos prestados y comprar más. Cuando volvió ya estaba a 1,70, pero yo entré a Internet para ver las noticias y decía que estaba a 1,80. Por supuesto le avisé, pero me parecía que estábamos corriendo una carrera sin saber contra quién.” No, no se imagina los próximos días. Pero sabe que hay una palabra que ahora tiene sentidos nuevos. “Ya me había acostumbrado, de alguna manera a la inestabilidad laboral, hace cuatro años que cada seis meses se vence un contrato que nunca sé si me van a renovar. Pero ahora la inestabilidad es el precio del dólar y hasta de los puchos.” Y frente a esa incertidumbre lo mejor, le parece, es congelar los proyectos. “Tengo unos dólares ahorrados, quería hacer un viaje o irme a vivir sola pero no creo que éste sea el momento de venderlos.”
Ahorrar es ahorrar en dólares. Eso lo tienen claro Ramiro Rodríguez, Alberto Mendoza, Anabella y Sofía Codón, jóvenes de clase media más o menos acomodada, entre los 19 y los 23, que no se acuerdan de esos días en que el precio del pan cambiaba por horas. No se acuerdan pero van a lo seguro. Y alguna imagen perdida queda en la memoria, incluso en las actitudes de los padres se atreven a leer las marcas que dejó esa época. “Mi flash de hiperinflación son los saqueos, me acuerdo de eso porque en mi casa siempre cenamos a la misma hora y viendo el noticiero, así después discutimos –dice Alberto, de 22–. Pero ahora ya pasaron los saqueos, no sé lo que va a venir pero creo que es el momento de que algo cambie, me imagino que habrá que hacer una alianza entre los comerciantes de barrio y los consumidores para pelear contra los distribuidores que tienen los grandes negocios. Y si no, habrá que pasarse a las segundas o terceras marcas. Me lo dijo un kiosquero el otro día, para qué voy a comprar Coca- Cola a 2,50 si hay gaseosas argentinas a 1 peso.”
Para él es una cuestión de sentido común, hay que mirar el código de barras para ver cuáles son los productos argentinos porque ésos no tienen por qué aumentar. Y si no dedicarse al trueque. O no comprar. “Ya sé que algo hay que comer y que en Buenos Aires no se puede plantar lechuga, pero si nos ponemos de acuerdo todos va a ser más fácil. Lo que pasa es que eso no se sabe cómo va a ser. Es como el cacerolazo, está bueno, pero es como si sonara el teléfono y no sabés quién te llama ni para qué.”
Anabella encuentra en las latitas que su madre acumula en la alacena un reflejo de la hiperinflación. “Es que lo único que me acuerdo es de esa desesperación por comprar, por tener algo en casa. Supongo que ahora será algo así. Y habrá que mirar los precios, algo en lo que antes ni pensaba.Ibas al súper y de la góndola te llevabas lo más barato pero no me imagino anotando en qué lugar el pan sale más barato. ¿El futuro? Es la incertidumbre, más de lo mismo, pasan tantas cosas que no puedo proyectar a largo plazo.” Para Paula Sábato, en cambio, caminar hasta buscar el precio más bajo no es algo que imagine, es lo que tienen que hacer. En su familia son más los desocupados que los que aportan para “parar la olla” y ésa es también la realidad de la mayoría de sus vecinos en la Boca. “A mí lo que me asusta es que tampoco va a haber remedios, y acá el clima ya está denso. En Año Nuevo se notaba, porque siempre es una fiesta y ahora había mucho borracho amargado.”
Lo mejor es ir resolviendo el día a día. En eso coinciden todos. De alguna manera “se irá zafando”. Al fin y al cabo el tiempo está de su parte y ése es el capital más tangible. “Tengo 23 años, qué sé yo, ahora estoy feliz, alquilé una casa con mi novia y la estamos refaccionando. Los materiales los voy consiguiendo, si aumentan mucho ya veré de dónde los saco. La otra vez fuimos a buscar arena a un lugar y no nos salió ni un peso.” Ramiro no está acostumbrado a no tener “ni un mango en el bolsillo”, es algo que aprendió en los últimos días. Forma parte de una empresa familiar “y seguimos tirando”. Para él las cosas “van a ser difíciles, pero creo que cada vez nos vamos a volcar más para adentro, para los amigos, los afectos. Si no podemos salir no salimos. Si no podemos comprar pizza, la amasamos”. En todo caso, para qué imaginarse lo que va a venir si eso ya está tocando la puerta.