EL PAíS
“El director del Belgrano era un informante de los represores”
El ex titular de la Conadep Córdoba, Luis Rébora, declaró ayer como testigo de la abuela de Plaza de Mayo Sonia Torres y recordó que el denunciante Tránsito Rigatuso entregó información a los militares.
Por Mónica Gutiérrez
“Conmovía ver la candidez casi infantil con que se movían durante su permanencia en La Cuadra. Se reían permanentemente y jugaban como si no tuvieran conciencia cabal de la situación que vivían.” El párrafo del libro sobre La Perla escrito por Gustavo Contepomi fue leído ayer en la cuarta audiencia de la querella que Tránsito Rigatuso, ex director de la Escuela Manuel Belgrano, sigue contra la abuela Sonia Torres por calumnias e injurias. Eran cerca de quince los chicos del colegio que habían llegado al campo de concentración La Perla por orden de los represores militares, en el invierno del ‘76. Ninguno de ellos sobrevivió, ni la hija de Sonia, que tenía un embarazo de siete meses. Los testigos de ayer relataron con detalles coincidentes el papel de Rigatuso en la delación de alumnos y personal de la escuela.
El querellante sigue viendo pasar ante sus ojos la historia, audiencia tras audiencia; se hace el sorprendido, actúa gestos de descubrimiento sobre lo que escucha, pero sigue adelante. Ya es tarde para volver atrás porque el juicio es público y muy a pesar suyo se transformó en un ejercicio de memoria del horror que se vivió en el Belgrano desde que fue nombrado director, en 1974.
“A los pocos días del golpe fui cesanteada, fue el 5 de abril; desde el año anterior yo estaba con licencia por maternidad, no conocí ni me conocieron las autoridades de la dictadura”, relató Liliana Perla, ex
celadora y docente de la escuela. Su testimonio echó por tierra la pretensión de Rigatuso de demostrar que no dio informaciones ni listas al Tercer Cuerpo de Ejército porque su gestión duró hasta el golpe de Estado. “Invariablemente, los informes tuvieron que haber salido de la escuela antes, en el 75”, aseguró. El ex director querelló a la abuela de Plaza de Mayo porque declaró lo mismo a un medio periodístico.
Cristina Carrizo, una ex celadora expulsada en 1976, recordó que en el ‘84, cuando la reincorporaron al Belgrano, le enseñaron un cuaderno escrito a mano: “decía que en mis últimos tiempos como celadora me habían perdido la confianza y que me tenían que seguir de cerca”, relató. Otras informaciones, en cambio, fueron contundentes y definitivas para la suerte de docentes y alumnos: “Antecedentes marxistas-Disociadora-Divulgadora de rebeldía entre los alumnos”, rezaba el informe sobre una profesora, que habría sido incorporado a la causa como un documento confidencial. Carrizo, hoy abogada, rememoró que una vez, por medio de una nota, “Rigatuso pidió apoyo incondicional a los celadores para cesantear alumnos y docentes. Los que no firmábamos pasamos a ser sospechados”.
Quien fuera presidente de la Conadep Córdoba y rector de la Universidad Nacional, Luis Rébora, dijo que “los testimonios que receptamos en la Comisión nos permitieron deducir que el director del Belgrano era un miembro informante y colaborador de los servicios de represión”.
Varios no la conocen a Sonia, otros ni se conocen entre sí. Algunos se reencuentran en la antesala del debate y se abrazan. Recuerdos iguales, las mismas anécdotas, incidentes repetidos, contados una y otra vez. La coincidencia y la calidad de los testimonios que pudieron escucharse en las dos últimas audiencias del juicio hacen el peso de la verdad.