El ex prefecto Héctor Febres tenía trato cotidiano con las detenidas embarazadas y “les pedía que escribieran” a quiénes “querían entregar los recién nacidos”. Con estas palabras, Beatriz Toker de Girro, sobreviviente de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), refutó los dichos del represor, quien había asegurado ignorar todo lo referido al paso de mujeres embarazadas por la ESMA. Fue ayer, en la sexta jornada del juicio que se le sigue por delitos de “lesa humanidad” cometidos durante la última dictadura militar.

Además, Toker reveló que cadáveres de otros secuestrados fueron “calcinados” en el campo de deportes. Pero no sólo eso. Dora Laura Seoane, ex esposa del también sobreviviente Víctor Basterra, responsabilizó a Febres en el ocultamiento ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos del centro clandestino de detención que funcionó en la ESMA, tal como lo había hecho otro testigo la semana pasada. El ocultamiento se produjo en septiembre de 1979 cuando, para recibir a los visitantes de la OEA, la dictadura se encargó de trasladar a un grupo de prisioneros a una isla del Tigre. El responsable fue Febres y quien manejaba aquella vez el Ford Falcon era el represor Ricardo Cavallo, hoy detenido en España tras haber sido extraditado desde México.

“Los trasladaron a la medianoche, pegándoles mucho y estuvieron como una semana en la casa del río. Después de que la gente de la OEA pasó por la ESMA, los llevaron de vuelta. El ‘Gordo Daniel’ (apodo de Febres) era el jefe del operativo”, narró Seoane frente al Tribunal Federal número cinco.

Otra víctima y sobreviviente de ese centro clandestino, Manuel Fernando Franco, recordó su secuestro en octubre del ’79: “Me tiraron adentro de un auto, con una capucha y un pie en la cabeza y me llevaron a la ESMA. Me tiraron en una cama para someterme a tortura”. Ahí pudo oír “a Febres diciendo que subieran el voltaje de la picana que me daban”.