Sábado, 24 de noviembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › SE INAUGURO UNA ESCUELA SECUNDARIA EN PURMAMARCA
Con el cinematográfico marco de los cerros, los chicos de Purmamarca celebraron la inauguración del edificio de una escuela secundaria. Hace veinte años que estaban esperando concretar “ese sueño”.
Desde Purmamarca
“Ojalá que la Pachamama nos ayude a construir una escuela por el pueblo y para el pueblo”, pedía Laura Vilte entre las coplas que le cantaba a la madre Tierra. Delante de ella se mezclaba el color del recién inaugurado Bachiller Nº 18, Héctor Hugo Cazón, con los cerros de la ciudad de Purmamarca, en Jujuy. La ceremonia de la Pachamama –que se realiza del 1º al 30 de agosto– fue la forma de agradecer “una situación especial”: el pueblo tenía por primera vez un edificio de enseñanza secundaria. Carne, vino, empanadas, arroz, cerveza y cigarrillos fueron la ofrenda de los purmamarqueños “por el profundo amor” que le tienen a la tierra. “Para que nuestros hijos sean algo mejor”, explicó don Mariano, presidente del centro de vecinos de la zona y principal impulsor de la construcción, que fue integrada al programa de 700 escuelas del Ministerio de Educación de la Nación. Alrededor de cien alumnos desde primero a quinto año empezarán a cursar en medio de la montaña, donde el sol pega de lleno en uno de los paisajes más hermosos del país.
Cuatro banderas argentinas y una bandera provincial flameaban en manos de los abanderados de cuatro escuelas primarias de la provincia. En el patio –cancha de básquet y de fútbol a la vez– formaban los alumnos de espaldas al sol, con sus guardapolvos blancos. La banda de música de la policía provincial sonó desde arriba, en el primer escalón de la tribuna, dando inicio al acto formal. Padres y madres, profesores y más estudiantes veían contentos una realidad que llevaba casi veinte años sin realizarse.
“Héctor Hugo Cazón era un profesor que había hecho mucho para lograr el bachillerato”, explican en Purmamarca, de ahí el nombre de la escuela. Su director, el profesor Ismael Agustín Molina, contó una breve historia, una enseñanza de padre a hijo: “Toda mi vida he cosechado frutos de árboles que no he sembrado. Aunque yo no vea sus frutos es momento para sembrar y que otros cosechen”. “Muchas cosas no se verán –agregó el ministro de Educación, Daniel Filmus–, porque sabemos que estamos construyendo futuro.” El ministro quiso rendir homenaje a “todos los docentes que luchan por la educación pública”, porque “nadie enseña para que el chico saque una buena nota. Porque no se ve si aprendió, pero si se ve si es más feliz”. El gobernador, Eduardo Fellner, reconoció a todos los funcionarios y docentes que hicieron posible que se hayan inaugurado tantas escuelas en Jujuy, aunque al principio creían que el Plan 700 Escuelas “era más de lo mismo”. De todas maneras, confesó que le quedó ese “saborcito amargo de lo que no se pudo concretar”.
Finalizados los discursos comenzó a sonar la banda de Sikuris, integrada por alumnos del bachiller. Una matraca con forma de avión, instrumentos de viento autóctonos y percusión dieron un cierre musical al acto.
Juan Domingo Salazar es preceptor de la escuela primaria por la mañana y profesor de Educación Física por la tarde. Mientras habla con Página/12, desarma las astas de las banderas y se ríe con sus alumnos, que se acercan curiosos de saber qué pasa. “Es una relación más de confianza, más familiar”, asegura para describir cómo se lleva con los chicos y no tan chicos como Gladys, que tiene 33 años y está terminando sus estudios en el mismo curso porque no hay lugar enseñanza para adultos. Salazar se despierta a las cuatro de la mañana y viaja 60 kilómetros para recibir a sus alumnos cuando se abren las puertas de la escuela N° 21 Pedro Goyena de Purmamarca. Recién se va a las 19.30, cuando vuelve a su ciudad, San Salvador de Jujuy.
La directora de esa escuela es Laura Vilte. Ella nació en Purmamarca y estudió psicología en Córdoba. Su hermana, Marina Vilte, era secretaria adjunta del gremio docente de Jujuy e integrante de la conducción de Ctera cuando fue secuestrada por la dictadura militar, el 31 de diciembre de 1976. En ese momento, Laura volvió a su ciudad natal para cuidar a sus padres y terminó ejerciendo la docencia en la escuela del pueblo. “Ahora todo el mundo habla de la interculturalidad, pero nosotros hace años empezamos a pelear por un reconocimiento de la lengua materna de los chicos, de los valores culturales, incorporar la historia local de manera científica, con antropólogos”, detalló.
De voz encendida y convicciones firmes, Vilte explicó que “los chicos antes tenían vergüenza de decirse coyas, asumirse como tales. Crecían con una vergüenza tal que los descalificaba y los colocaba en una situación de desvalorización a sí mismos que les impide ponerse de pie y defender sus cosas. Entonces son mucho más vulnerables de ser avasallados. No es una batalla ganada, pero ahora por lo menos se saben coyas, se asumen como indígenas”. Parte de esa identidad es el agradecimiento a la Pachamama, que ayer se inició cuando los dirigentes ya se habían ido.“Oiga señor diputado ‘vengan denme la receta’ de ganar sin trabajar”, cantaban a coro en las coplitas. “Nosotros queremos que los jóvenes aprendan, pero se está perdiendo”, se lamentó la directora y bromeó: “Es una especie de cultura popular en extinción”.
Los estudiantes todavía no conocen cuál es el aula en la que van a cursar. Tímidos y sonrientes, los chicos ya se juntaban en el patio para jugar con una pelota. Detrás, la montaña los miraba inmóvil. Ellos sabían de antemano que después del mundo de las cintas que se cortan se abre un camino.
Informe: Sebastián Abrevaya.
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