Domingo, 27 de enero de 2008 | Hoy
EL PAíS › LOS MOTIVOS PARA VOLVER AL PJ
Por José Natanson
En el inicio lo calificó de pejotismo, provocó con la idea de transversalidad y prometió que nunca lo verían disputando el control de su aparato con los señores feudales de San Luis. Y ahora, no tanto tiempo después, resulta que Néstor Kirchner está dispuesto a asumir la presidencia del PJ, incluso si esto implica pelear una interna. El giro es pronunciado, pero no necesariamente irracional: la explicación hay que buscarla en los resultados de octubre y en la importancia que, pese a todos sus problemas, aún conservan los partidos políticos.
Vientos de octubre
Se ha hablado hasta el cansancio de los resultados de las presidenciales de octubre, de un voto dividido en ciudades-educación-oposición versus interior-pobres-cautivos-peronismo. El planteo, como suele ocurrir en estos casos, es demasiado simple. ¿Acaso el conurbano, donde Cristina Kirchner obtuvo un alto porcentaje, no es en realidad un conjunto de ciudades?
En el número cuatro de Umbrales, la revista que dirige Edgardo Mocca, el politólogo Rosendo Fraga establece una correlación más interesante: a mayor nivel de necesidades básicas insatisfechas (NBI), más porcentaje de voto K. En los distritos en los que el porcentaje de NBI es menor al 15 por ciento, como Córdoba, Capital y Santa Fe, Cristina sacó, en promedio, el 35 por ciento. En cambio, en los distritos con mayor nivel de NBI, la actual presidenta batió records: Formosa, 72 por ciento; Salta, 74; Santiago, 78. El corte se replica al interior del conurbano: los tres distritos en los que Cristina perdió u obtuvo un porcentaje bajo –San Isidro, Vicente López y Morón– son justamente los menos pobres. El esquema obviamente tiene fisuras –Cristina ganó en las ricas provincias patagónicas–, pero en general funciona.
Lo central, en todo caso, es que, como demuestran los números de Fraga, el núcleo duro del voto K se asienta en el apoyo del tradicional electorado peronista: asalariados de bajos ingresos, trabajadores informales, desocupados, es decir los sectores más pobres de la población, que son también los que más necesitan al Estado: los chicos van a la escuela pública, las familias se atienden en el hospital, reciben planes sociales o necesitan que los criticados subsidios mantengan bajo control el precio del boleto del colectivo.
Los esfuerzos por extender la influencia K a la clase media no dieron los resultados esperados. “No es una novedad. Todos los presidentes desde la recuperación democrática buscaron construir algo más amplio, que fuera más allá de su propio partido, y todos terminaron volviendo –dice Miguel De Luca, investigador del Conicet y profesor de la UBA, desde Mar de Ajó–. Alfonsín quiso crear el tercer movimiento histórico, Menem intentó abrirse a la derecha no peronista. Pero al final volvieron, cuando se dieron cuenta de que lo que ganaban afuera era menos que lo que perdían adentro.”
–¿Y en el caso de los Kirchner?
–Ellos buscaron un crear espacio de centroizquierda no peronista, intentaron conectar con los sectores medios, pero se dieron cuenta, sobre todo después de octubre, que su lugar está en el peronismo. Esto no quiere decir que Kirchner, si asume la presidencia del PJ, no intente darle su impronta, o incluso reconvertirlo. Pero la realidad electoral y las necesidades de gobernabilidad lo devolvieron a su lugar.
Los partidos sí importan
La decisión de asumir la jefatura partidaria revela también un dato más estructural. Desde los últimos años, parte de la literatura de ciencia política defiende la hipótesis de la irrelevancia de los partidos políticos: se habla de “partidos ligeros” o “partidos personales” para aludir a una realidad marcada por el ascenso de los líderes de popularidad, el debilitamiento de las identidades políticas tradicionales y el dinamismo de la sociedad, que vota algo diferente cada vez.
Algo de esto hay: los partidos ya no son lo que eran, pero eso no implica que carezcan de importancia. Es curioso, pero tal vez su rol no sea tan crucial a la hora de disputar una elección, en teoría la función primordial de una fuerza política. De Alberto Fujimori a Hugo Chávez, por poner dos ejemplos lejanos entre sí, es posible encontrar decenas de casos de líderes carismáticos que llegan al poder sin una estructura que los respalde (o incluso, como en estos dos casos, demoliendo viejas estructuras en el camino). Quizá la función central de los partidos actuales, el momento en el que realmente cuentan, es en el gobierno, cuando el líder se ve obligado a enfrentar situaciones difíciles, crisis económicas, denuncias de corrupción. El caso de Brasil es interesante: en el 2005, tras el destape de una serie de escándalos, Lula enfrentó una crisis política gravísima que en el lapso de dos meses lo obligó a remodelar su gabinete y desprenderse de Antonio Palocci y José Dirceu, sus dos ministros más cercanos (como si Kirchner hubiera tenido que dejar caer a Alberto Fernández y Julio De Vido al mismo tiempo). El impeachment estuvo cerca y Lula se salvó por poco.
–¿Qué importancia tuvo el hecho de contar con un partido sólido para que Lula pudiera sortear la crisis? –pregunta Página/12 a Vicente Palermo, mitad porteño mitad carioca, investigador del Conicet y uno de los argentinos que mejor conocen la política brasileña.
–El PT fue muy importante durante el primer gobierno de Lula. Funcionó como blanco, por cierto justificado, de las denuncias de los medios, del rechazo de la opinión pública. Lo sostuvo en el poder, absorbió los escándalos, actuó de pararrayos. Pero también fue perjudicial. El PT es un partido sólido pero policéntrico. Fuera de Lula, nadie lo maneja. En su primer mandato, para contener a los diferentes sectores internos, Lula tuvo que hacer presidencialismo de coalición, pero con su propio partido. Esto lo obligó a concederles muchos espacios a las distintas corrientes del PT y lo llevó a descuidar las alianzas con otras fuerzas políticas. Entonces, cuando tuvo que recurrir a otros partidos para que apoyaran ciertas leyes, tuvo que apelar a otros medios, digamos menos legales. Esa es la paradoja: la estructura compleja del PT lo hizo descuidar las alianzas con otras fuerzas, lo cual lo obligó a buscar otros mecanismos, que fueron los que hicieron estallar la crisis de corrupción. Pero luego esa estructura le permitió sortearla.
Otros ejemplos cercanos. Jorge Batlle, pese al rechazo que concitaba en la opinión pública y los pésimos resultados económicos, logró terminar su mandato en tiempo y forma debido al apoyo de su partido y, tras el estallido de la crisis, gracias al respaldo de emergencia concedido por los blancos y en menor medida por el Frente Amplio. En Chile, pese a la caída en la popularidad de Michelle Bachelet y los enormes problemas autogenerados, la Concertación aún tiene posibilidad de retener el poder en las próximas elecciones. En contraste, Ecuador bate records mundiales de gobiernos cortos, con ocho presidentes en menos de diez años, en buena medida debido a la inexistencia de partidos medianamente sólidos.
El futuro
Si la transversalidad fue solo un momento táctico, su anunciado final se explica también por una serie de factores que van más allá de la voluntad de Kirchner, desde el incendio de Cromañón hasta la evidente dificultad de los sectores filokirchneristas para articular un proyecto común. Kirchner nunca cerró del todo ninguna puerta, ni la peronista ni la otra. Como James Bond, nunca dijo nunca jamás.
–¿La transversalidad está muerta?
Hugo Quiroga, politólogo dedicado a estudiar los cambios en el sistema de partidos y las mutaciones de la representación, responde:
–Se está diluyendo. Kirchner ganó las elecciones con la etiqueta del Frente para la Victoria, pero siempre gobernó con el PJ. Lo que hace ahora es transparentar esa situación. Yo tengo mis dudas sobre la posibilidad de construir un espacio de centroizquierda con eje en el peronismo.
–¿Por qué?
–Porque eso necesariamente implica desplazar impresentables, lo que a su vez supone enfrentar intendentes, sindicalistas, gobernadores, gente que tiene poder territorial, fuerza, recursos, votos. No digo que sea imposible, pero es difícil. Tal vez podría hacerse desde un espacio semiperonista como el Frente para la Victoria, que le permitiera tener un pie adentro y otro afuera. Desde ahí quizá hubiera podido articular con fuerzas del espacio de centroizquierda más republicano, conformado por el socialismo y el ARI. Pero la decisión de no apoyar ni a Binner ni a Juez, de no aceptar la personería de la CTA, y ahora de asumir la presidencia del PJ, van en la dirección contraria.
–¿El futuro es peronista?
–Veo un peronismo no hegemónico, pero sí predominante, lo que implica que gana la mayoría de las elecciones, aunque hay posibilidad de triunfos opositores. Todo esto en un marco de alianzas cambiantes y coaliciones fluidas.
Volver
En el final, una línea sobre izquierda y derecha. La decisión de Kirchner de asumir el control del aparato pejotista desmiente la ilusión torcuatoditelliana de que la Argentina avanzará hacia un sistema político dividido en un bloque de centroizquierda y otro de centroderecha, afrancesado cliché muy difícil de llevar a la práctica en una realidad como la nuestra (y, dicho sea de paso, como la de la mayoría de los países de la región). El clivaje, todo así lo indica, seguirá siendo peronismo-antiperonismo, lo cual no debería llamar tanto la atención: al fin y al cabo, es el que predomina desde hace medio siglo. ¿Podrá Kirchner purgar el peronismo de sus elementos menos elegantes? Es posible, aunque también difícil: si su retorno se explica por la necesidad de garantizarse el apoyo de los Schiaretti, los Moyano y los Díaz Bancalari, la reconversión partidaria necesariamente implicará meterse con los Schiaretti, los Moyano y los Bancalari. Pero lo central, más allá de las lecturas electorales y las coyunturas, es el reconocimiento implícito de que los partidos siguen vivos (aunque transformados) porque son los únicos capaces de garantizar una serie de cosas imprescindibles: votos en el Parlamento, poder territorial, dirigentes (cuadros, en la tecnojerga kirchnerista) para eventuales cambios de gabinete, fiscales, boletas... En suma, aparato y lealtad, dos palabras tan viejas como el peronismo, a donde Kirchner volverá en breve. ¿O de donde nunca se fue?
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