EL PAíS › OPINION

Una Jota que empieza con P

La nueva escena, el peso de los gobernadores, los motivos de Kirchner para presidir el PJ. El arte de no regalar, la necesidad de contener, la erección de un nuevo atril. Scioli, entre ceja y ceja. Las caras nuevas con mejores chances y las viejas. Lo que vale el aparato, lo que puede lograr. Más lo que pudo y podría evitar.

 Por Mario Wainfeld

El poder relativo de los gobernadores, como tantas otras variables, cambió bastante desde 2003. Los barones provinciales tuvieron su peso durante el gobierno de Eduardo Duhalde y casi todos los oficialismos locales (incluidos los municipales) ganaron las elecciones en que se renovaban autoridades. Pero su legitimidad de origen y su virtualidad futura estaban en jaque cuando comenzaba el mandato de Néstor Kirchner: las secuelas de la mayor crisis de la historia ardían en carne viva. La recuperación de la pertinencia de los estados y de los gobiernos fue capitalizada primero por el Presidente pero, aunque de modo más lento, también “derramó” sobre las autoridades de provincias.

La competencia política agregó protagonistas de fuste, con caudal propio, revalidados por los ciudadanos. Los más fuertes son Mauricio Macri, Daniel Scioli y Hermes Binner, tres dirigentes que ya estaban en ligas mayores en el 2003. Plebiscitados en distritos grandes, es claro que no han tocado su techo y que tienen un predicamento muy superior a cualquier “goberna”, cuatro años ha. Descuellan, roban cámara, pintan como presidenciables para el 2011 (aunque de eso no se hable) pero no constituyen la excepción a una regla. La mayoría de sus colegas son más potentes, disponen de más recursos materiales, simbólicos y políticos que cuando empezó la era Kirchner. Hay situaciones dispares, 24 distritos no son iguales. Por ejemplo, Juan Schiaretti, por linaje y por el modo vergonzoso en que fue elegido, es menos que José Manuel de la Sota. Pero su caso contraría la media.

Entre los justicialistas, fuera de Scioli, el chubutense Mario Das Neves y el tucumano José Alperovich le sacan un margen a sus compañeros-pares, fueron reelegidos con carradas de votos, dominan su provincia, pueden ir por más. Entre los radicales seguramente los más sólidos son el rionegrino Miguel Saiz y el santiagueño Gerardo Zamora.

La arista Fabiana Ríos comienza su carrera en grandes ligas con viento de cola. Tendrá buena acogida mediática, buena anuencia fuera de su provincia y alta audibilidad entre los transversales, un bagaje mucho más confortante que el de sus precursores provinciales y cualitativamente distinto al de los demás dirigentes de su partido, incluida Elisa Carrió.

Cristina Fernández no dispondrá de la majestuosa soledad que se construyó su compañero Néstor Kirchner. Hay mucha puja escénica con otros mandatarios, ya se está viendo. Y no es mero fuego artificial, es reflejo de un cambio en correlaciones de fuerzas. Su alcance se irá definiendo con el tiempo y con la destreza de los contendientes. La tendencia es clara.

En ese contexto, el ex presidente va por la conducción del Partido Justicialista. Es un modo de ir blindándose para el 2011 y al unísono es un reconocimiento implícito a la perduración del PJ, al estancamiento del proyecto transversal, a la inmadurez de la Concertación plural.

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El arte de no regalar: “No podemos regalar el PJ” es el primer argumento de un importante ministro del gabinete, describiendo la movida. Como sugerían los pedagogos clásicos, tras enunciar el concepto lo ilustra con un ejemplo, en este caso hipotético: “¿Usted se imagina qué pasaría si en un momento de turbulencia el PJ emitiera una declaración manifestándose preocupado por la inflación o por el rumbo de la política económica?”. El PJ, la consabida “herramienta”, no puede quedar en manos de otro porque eso podría interferir con la gobernabilidad.

El cronista añade de su cosecha que, de cara a futuras elecciones es útil quedarse con el sello, algo sigue significando. No alcanza para ganar en las urnas pero la camiseta peronista todavía entibia el corazoncito de una fracción de los argentinos.

Tras la elección de Cristina Kirchner, varios estudiosos repararon en la perduración de la fidelidad peronista, que se había dado por enterrada tras los cataclismos de 2001. El sociólogo Eduardo Fidanza y el politólogo canadiense Pierre Ostiguy fueron, quizás, los más consistentes.

Años atrás, en otra jerga, el ex diputado y ministro Juan José Alvarez había explicado el fenómeno. Cuando Chiche Duhalde se lanzaba a competir contra Cristina por la senaduría bonaerense, un compañero le preguntó cuántos votos podrían sacar.

–Quince o veinte por ciento –extrapoló “Juanjo”.

–¿Tanto? –atajó, escéptico, su cofrade.

–Esos votos no son nuestros, son de Hugo del Carril y del escudito –cifró Alvarez, aludiendo al peso que conservan los símbolos identitarios y la organización.

En la atípica Capital, el PJ es piantavotos. Más allá de la General Paz suma, condición más que suficiente como para no regalárselo a terceros.

Conservar el “aparato” ayudará para contrapesar o limar una candidatura peronista antagónica al kirchnerismo. Ya hay aspirantes inscriptos, en especial los hermanos Rodríguez Saá. Pero, aunque nadie lo diga (y los interesados lo nieguen a los gritos), el mejor prospecto para ese albur es Daniel Scioli.

El candidato binorma, fiel a su estilo, no hace olas ni se atolondra antes de tiempo. Va pidiendo su lugar en el Pe-jota y va haciéndose a la idea de que jamás será su postulante a la presidencia contra los Kirchner.

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Un bonaerense del Abasto: “Me estoy volviendo loco, profesor. Recorrí de pe a pa el mapa de la provincia de Buenos Aires y no encuentro el partido del Abasto, de donde es oriundo el gobernador Scioli. Déme una mano, por favor”. El decano de Sociales de Estocolmo le manda este correo electrónico a su (casi ex) protegido, el politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre la Argentina. La mano viene mal entrambos desde hace un buen rato: el visitante no envía informes, ni rinde cuentas documentadas de sus gastos. No podría hacerlo en regla, lo suyo es la buena vida, los regalos a la pelirroja progre que entra y sale del kirchnerismo, el palco en la Bombonera, carne y vino de exportación. Bronca y reclamos bajan en cascada desde Estocolmo, cuyo frío invierno ensombrece más el talante del decano.

Pero ahora el hombre tira la escupidera, implora nutrirse con la experticia del baqueano. De taquito, el politólogo contesta: “El Abasto está en Capital, profesor, pero esa minucia es irrelevante: la distancia no es el olvido. Scioli es afiliado porteño, un detalle menor. Se lo sumará como convencional bonaerense, ya se encontrará un inciso o un resquicio. Claro que llegar a la conducción nacional es otro precio. En el próximo correo le cuento cuáles son los obstáculos. Cambio y fuera.”

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Ponerse al día: Pocos dirigentes peronistas de primer nivel (acaso ninguno) son tan escépticos respecto de la liturgia propia y de la eficacia de la tradición como Kirchner. El ex presidente lo extrovirtió cien veces y se dio maña para no conducir el PJ durante años (desde el 2005, por lo menos, le “cabía” hacerlo, por cojones) contra viento y marea. Hasta hace bien poco meneaba la cabeza cuando se le hablaba del tema. El viraje tabula fracasos o límites que le fueron impuestos por la realidad.

Birlar la herramienta a otros no es la única finalidad que se busca cuando se le saca el óxido. Otra función es dar más cabida a los gobernadores. Kirchner se ganó su adhesión (rara vez su afecto) por razones materiales: se quedó con todo el poder, todo el discurso, les transfirió recursos que les permitieron ganar consenso en sus territorios. Fue un pacto razonable mientras duró, en otra etapa deben alterarse los términos de ese intercambio.

Los gobernadores tendrán más espacio para participar, hasta para simular que participan. Más visibilidad nacional, más uso de la palabra. Podrán “aparecer” con Kirchner más allá de las inauguraciones de puentes o carreteras. Un “espacio político” es una exigencia recurrente de los dirigentes. A Kirchner jamás le atrajeron, ahora se aviene.

El Pe-jota será para él un ámbito institucional desde donde podrá explayarse y hacerse ver. También una “chapa” para convocar a fuerzas aliadas, los radicales K (los únicos que tienen por delante una puja interesante), el Partido de la Victoria, el Frente Grande.

A Cristina le quedará el clásico modo de relación, la salvación por las obras (públicas).

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Color K: La tonalidad K, aseguran en torno del ex presidente, se palpará en la mesa de conducción. Será el agosto de los patriarcas, algunos radiados por el voto (el salteño Romero), otros por la sucesión electoral (José Manuel de la Sota), otros por su limitada presentabilidad (Gildo Insfrán, la flor y nata de los intendentes del conurbano). Las acciones internas tendrán, para ese rango, cotizaciones novedosas. Los gobernadores recién llegados, más jóvenes que la media, ranquean alto: el salteño “Chango” Urtubey, el chaqueño Jorge “Coqui” Capitanich, el mendocino Celso Jaque, el entrerriano Sergio Uribarri. El mito del trasvasamiento generacional, en odres nuevos.

“En el ’45 los obreros, en el ’52 las mujeres, en los ’70 los jóvenes, hoy es el tiempo de los movimientos sociales”, presupone uno de sus líderes. Tal vez haya para ellos un lugar en la susodicha mesa, si así fuera todas las perspectivas son para Emilio Pérsicco, ya que el Movimiento Evita es la única organización social K que se entusiasma con la movida. Como anotició Página/12 días atrás, Patria Libre y la FTV la miran con recelo y, por lo pronto, de afuera.

Preventivamente, el Movimiento Evita prepara un acto en el Luna Park para el 11 de marzo, bajo la añosa consigna “No queremos un partido liberal/queremos un movimiento nacional y popular”, tratando de reavivar una contienda que Carlos Menem zanjó por goleada hace más de diez años. Pocas horas antes, el 7 de marzo se prevé que Parque Norte albergue el Congreso del PJ. Un encuentro que, se espera, no será de alta peluquería. Si hay interna, será en mayo.

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Un lugar boina blanca bajo el sol: A Kirchner le interesa que sus aliados radicales breguen por el liderazgo de la UCR. Los adversarios internos de los K están desvencijados pero conservan el manejo legal del partido y han urdido una maraña de prohibiciones legales que mortifican a los disidentes. El vicepresidente Julio Cobos y el gobernador Zamora se reunieron en esta semana con Alberto Fernández y discurrieron sobre su táctica. Tienen ansias de ir a por todo, previas un par de pasaditas por Tribunales para conseguir los passwords necesarios.

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Paradoja populista: “¿No se había corroborado la muerte de los partidos políticos? ¿Qué desvarío lleva a un pragmático como Kirchner a la vía muerta de querer resucitar un difunto?”, machaca el decano, cabeceando de sueño, en plena oscuridad a las seis de la tarde.

“No crea todos los papers que le llegan desde el sur, profesor, acá hay mucho chanta y mucho apocalíptico” se ufana el politólogo y añade. “Un aparato formal siempre ayuda. Le recuerdo una historia. En 2003, con el PJ cochambroso y casi sin poder propio, Duhalde consiguió plasmar un congreso que abolió la interna, inventó los neolemas, parió la alquimia de tres fórmulas con candidatos peronistas. Fue, desde 1945, la única elección sin proscripciones en la que no compitió el PJ. Cómo se logró ese portento? Manejando la máquina del PJ, la única fuerza del mundo que puede, con relativa legalidad excluir al PJ de unas elecciones.”

Arrojada esa paradoja al espacio, el politólogo da por hecho que su padrino se quedará cavilando por horas. Y se va a pastorear en buena compañía por las autopistas del conurbano, pródigas en parrillas y en albergues transitorios que van desde una a cinco estrellas.

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En tránsito: La dirigencia gremial pedirá su tajada, los gobernadores tendrán un sitial (aunque no todos en primera línea)... le va a ser difícil a Kirchner vestir al PJ a su guisa. El sello es un bocado que se atraganta en la garganta de unos cuantos de sus aliados. La consabida amnistía a los que se fueron no tiene cara de lograr repatriaciones resonantes, el Partido de la Victoria o el Frente Grande son domicilios existenciales más potables para ex peronistas o peronistas en tránsito. Al ex presidente le gustaría dar cuenta de su relación con los organismos de derechos humanos en su partido, tan equívoco en esa temática. Pero deberá extremar su creatividad y su capacidad de convocatoria para conseguir alguien de ese palo que se ponga el escudito y se banque la marchita en Parque Norte. Hagan juego, por ahí algo pasa.

Algo tratará de hacer para barnizar al PJ, comentan en su torno, “habrá sorpresas”. Un enigma módico es saber si se le hará sentir un poquito el rigor a Scioli o si se lo pondrá en primera línea. Otro, si habrá premios y castigos a los gobernadores en la distribución.

Kirchner maneja la cuestión a su guisa. No habla él, va lanzando globos de ensayo que rebotan en paliques varios, en notas periodísticas, en cien comentarios. A la luz de las repercusiones y las reacciones reacomoda las cargas.

No está en su querencia (el PJ no lo es ha rato, ni lo será) pero sí en su salsa. Tiene atril nuevo (institucional por añadidura), contendrá a los gobernadores, quizá pueda acrecentar su poder y el de ellos, repartiendo un poco más el sabó. Si todos ganan, no fastidia tanto hacer crecer a los demás.

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Duda: “¿Y qué se hizo del café literario, cómo conjuga con el PJ?”, se pregunta el decano escandinavo. Manda otro correo pero el politólogo ya se pasea por la sociedad civil. Será otro día.

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Imagen: Télam
 
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