Martes, 18 de noviembre de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Raúl Dellatorre
Si la CGT se viera hoy a sí misma nada más que como una organización que disputa espacios internos en el sindicalismo con otra central, estaría cometiendo un grave error. Si alguien supusiera que la puja es entre “moyanismo” y “kirchnerismo” tan sólo por una pulseada dentro del justicialismo, correría el mismo riesgo de equivocarse. Es imposible, casi irresponsable, no ver cada planteo político que se haga en estos días dentro del contexto de una crisis global del capitalismo, sistema dominante. Crisis que impacta en todo el mundo y que en Argentina está tomando el color que le da la reacción de empresarios poderosos pero asustados, en el mejor de los casos. En otros, habría que hablar directamente de un chantaje de grupos económicos sobre el Estado y sobre los gremios: al primero, para sacarle subsidios que recompongan sus tasas de ganancia. A los últimos, para frenar las demandas salariales que hasta hace pocas semanas eran carta de negociación, hoy transformadas en reclamos en defensa de los puestos de trabajo. El planteo no es cómo evitar la crisis, porque ya está entre nosotros. La cuestión es cómo entenderse con ella, y cómo evitar que los poderosos –de adentro y de afuera– no les hagan pagar los platos rotos a los más débiles.
El empleo pasó a ser el eslabón débil de la lucha sindical. La amenaza directa de despidos, como método tradicional de ajuste empresario, fue respondida por la CGT con un reclamo de doble o triple indemnización. Encarecer una práctica o ejercicio (el despido) es una forma de mercado de hacerla menos apetecible para quien deba pagarla (el empleador). El problema es que, en ésta como en muchas otras situaciones, la cosa no se resuelve con las reglas de la competencia perfecta, sino por una puja de intereses. Si Citigroup decide, en Nueva York, despedir a 50 mil empleados, y si resolviera que una cuota de ese sacrificio le corresponda a la filial argentina, ¿cambiará en algo esa decisión que la indemnización sea simple, doble o triple? Pensemos el mismo interrogante si se tratase de General Motors resolviendo un brutal ajuste desde Detroit, o a cualquier otra multi en su respectivo comando central. La respuesta no variará cualquiera sea el rubro.
Está claro que no todos los empleadores son multinacionales. De hecho, todavía las pymes –cada vez en menor proporción– son el mayor sector empleador de la economía. Pero, cuanto más independientes, más ahogadas económicamente, y tampoco en estos casos la decisión del despido se toma por un análisis marginal de costo/beneficio entre cuánto se paga de indemnización por despido y cuánto se paga por mantener el personal. En estos casos, cuando se decide el despido, es porque la pyme viene para atrás y no hay posibilidades de frenar el proceso en lo inmediato. Si la indemnización es doble o triple, será mayor la deuda que se bicicleteará para pagar o negociar algún día, si la cosa mejora, o nunca si todo va mal.
El espectro se completa con los trabajadores precarizados, tercerizados con patrón invisible, temporarios, eventuales o informales (con trabajo permanente pero no reconocidos por el empleador: en negro con varios años de antigüedad en ese estado). No sólo no tienen reconocimiento automático de indemnización de parte del empleador (sí derechos a cobrarla), sino que además son el primer eslabón de la cadena que se corta. Si protestan por el despido, el destino más probable es un juicio individual por la indemnización, pero extrañamente la reincorporación. La “doble” o la “triple” podrá mejorar lo que cobren a futuro con el juicio, pero difícilmente condicione la decisión de despedir al momento de la crisis.
Sintetizando: la doble o triple indemnización por despido podrá tener otros méritos, pero no el de disuadir la decisión patronal de despedir. Y en particular, cuando el motivo es una crisis generalizada y no un cambio de precios relativos –un insumo, un impuesto– que, simplemente, obliga a recalcular costos para decidir, desde el punto de vista empresario, cuál conviene ajustar.
Es una etapa de luchas defensivas, pero también de elección de formas de lucha que se conecten con el eje de la pelea: un nuevo modelo económico y social. El que se impuso hasta acá entró en crisis. Ya no hay acumulación posible, y perdurable, en base a la renta especulativa por sí misma, desvinculada de la economía real, de la creación de riqueza por medio de la producción. En medio de esta crisis, paradójicamente, el trabajo debería volver a ocupar un espacio protagónico, en vez de ser marginado. Ir hacia el planteo de cobrar más a cambio de perder el empleo puede resultar la peor opción táctica: es entregar lo más preciado aceptando la lógica del modelo desfalleciente, es decir, cobrándolo caro. Una opción distinta sería pelearle a la crisis cuestionando el modelo actual y proponiendo una transformación de fondo.
Dentro de la vereda empresaria, el comportamiento podría caracterizarse, cuanto menos, de mezquino. Eligieron el lugar de víctimas para anotarse en la cola de reparto de beneficios, antes que asumir una posición de liderazgo frente a la crisis del modelo. Un empresariado que ni es burguesía ni es nacional eligió escupir contra el viento: con su conducta reprodujo internamente la crisis cuando aún no había llegado, les metió miedo a los consumidores de altos ingresos que contrajeron sus gastos y terminó afectando sus propias posibilidades de ventas. Ahora pretende que el Gobierno les compense las pérdidas. Una lógica que, por vieja y repetida, no es menos perversa.
Para el Gobierno, por ahora, son todas presiones. De las centrales sindicales, de las cúpulas empresarias, de los países centrales que lo conminan a no ejercer políticas proteccionistas excesivas. Lo que no debería perderse de vista es que las respuestas desde el mundo industrializado no brillan por su efectividad. Se han centrado en megasalvatajes de bancos primero, y ahora de grandes emporios industriales. El objeto del salvataje han sido en ambos casos las corporaciones. En Argentina, en cambio, hasta ahora el único cambio estructural fue un audaz golpe de timón recuperando para el Estado el manejo de los recursos previsionales. La situación reclama más medidas transformadoras y audaces. Sin perder de vista que el objeto del salvataje debe ser el pueblo, el trabajador, el jubilado. No eran éstos los beneficiarios del régimen de jubilación privada. De la doble o triple indemnización, tampoco.
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