Desde La Habana

En la Cuba que Cristina Fernández encontrará al llegar a La Habana, a pocos días de haber arribado al 50º aniversario de la Revolución, se mezclan dificultades y esperanzas. No hay un solo cubano que al analizar la realidad de su país deje de pensar en lo que pueda suceder después del 20 de enero próximo, cuando Barack Obama se haga cargo del gobierno de los Estados Unidos. Todavía con el bloqueo estadounidense a cuestas y los serios problemas que ello ocasiona para la vida diaria del cubano y para la economía de la nación, Cuba sufrió en el año a terminarse el azote de tres huracanes, los cuales, sólo para mencionar parte de la devastación causada, afectaron total o parcialmente a 100 mil viviendas y arrasaron con sembradíos y cosechas. La baja sensible en el precio del níquel, en este momento principal producto de exportación de la isla, y el alto costo de las importaciones de todo tipo, especialmente alimentarias, obligaron a la dirección del gobierno a llamar a campañas especiales para incrementar la producción nacional. Los dirigentes cubanos, ahora respaldados por el ingreso en el Grupo de Río y la petición de cese del bloqueo por la Cumbre de América Latina y el Caribe –con el voto de la Argentina–, aceptaron públicamente la posibilidad de llegar a acuerdos con Estados Unidos para poner fin a un enfrentamiento de medio siglo. La primera medida que espera y comenta todo el pueblo es el eventual cumplimiento de Obama por la flexibilización de los permisos a los cubanoamericanos para viajar a Cuba. Igualmente, la eliminación de topes en el envío de remesas a sus familiares y en el dinero que puedan gastar en sus viajes a La Habana.

Esos anuncios de Obama, junto al prácticamente decidido cierre de la cárcel norteamericana en la base naval de Guantánamo, en el oriente cubano, anunciada para 2010, se convertirían en la primera luz al fondo del oscuro túnel de las relaciones Cuba-Estados Unidos.