Lunes, 29 de diciembre de 2008 | Hoy
MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS
Un poema para recordar un pesebre pobre que no estaba decorado y a los chicos que en diferentes épocas y por diversos motivos fueron perseguidos.
Por Eduardo de la Serna *
Como todo sistema religioso, el “Mercado” tiene sus liturgias, sacerdotes, sacrificios, víctimas, templos y fiestas. El “domingo” es día del “señor”, y el shopping se llena de devotos del sistema de la compra-venta. No es difícil reconocer sus apologistas, sus templos y las víctimas. ¿Es difícil ver –por ejemplo– que sacerdotes Con 5 Neuronas quieren sacrificar “menores” en el altar de la seguridad? Hoy –sin embargo– es bueno pensar en las fiestas. En toda celebración se establece una comunión, comunión que nos hace sentir “parte”, parte de un cuerpo, parte de un todo. La Navidad se ha transformado en la gran celebración del Dios mercado, que nos pone en comunión con comidas inusuales y vestimentas extrañas. Y un gran “padre” sonríe y reparte regalos previamente comprados en la gran fiesta de la comunión. En otro lado, quizás lejos, hay un niño, con olor a pañales y la vida amenazada, anticipo de su gran derrota en la cruz romana, hasta que su padre quisiera todavía decir otra palabra de vida. Ese niño, el pesebre, la intemperie, todavía pueden decir una palabra:
La palabra de Dios es pesebre
La palabra de Dios es pesebre,
pone en riesgo la comodidad,
intemperie que hiere el camino
frágil de toda fragilidad;
infancia amenazada de Herodes,
pobreza por aquí y por allá.
La grandeza de Dios se hace niño,
la luz brilla en la oscuridad,
una luz que no es de artificio
sino suave y tenue claridad,
que no ilumina en marquesinas
sino a aquellos que quieran mirar.
No tuvo rating ni fue a la tele,
no hubo aplausos ni publicidad,
los pastores, únicos testigos,
la pobreza de Dios es su plan;
porque si quiere llegar a todos,
por los últimos debe empezar.
En su hijo que nos regala
Dios se hace Padre universal
Madre de todos y de todas
pesebre que busca anidar,
casa de los pobres siempre abierta
mesa tendida con vino y con pan.
Los palacios no entienden nada
se arman y ponen a temblar,
¡matemos al niño!, reclaman
¡la edad de imputabilidad!,
que naciendo entre los pobres muestra
dónde es que Dios nos quiere hablar.
La palabra de Dios es pesebre,
allí lo podremos escuchar,
entre llantos, pañales y risas,
sin trineo ni para jugar,
pobre, nacido entre los pobres,
porque ese siempre es su lugar.
* Sacerdote.
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