EL PAíS
La olla vista desde adentro
Los políticos, grandes cuestionados por las recientes protestas, las analizan. Las respetan, pero también ensayan algunas críticas.
Federico Storani (UCR): “Estoy a favor de las expresiones populares, todo tipo de manifestación debe seguir produciéndose. El cacerolazo tiene una heterogeneidad inmensa, y a veces parece que predominan los intereses individuales. Necesita algún canal donde se debatan propósitos fuera de lo reivindicativo inmediato. Quizá las asambleas populares puedan cumplir con esa función. Me parece mal que se descalifique a todos los políticos por igual: es romper toda forma de legitimidad y favorecer el autoritarismo. Las revoluciones que conozco siempre tuvieron un nivel de organización previa. Acá no hay partido ni organizaciones, sólo una cosa espontánea, a veces anárquica. De esas situaciones nunca se salió para el lado del progresismo. Se corre el riesgo de entrar en un espiral de violencia que favorezca a la derecha. Pienso, de todos modos, que aún se está en un momento en que esa energía se puede canalizar hacia el progresismo. La crisis es tan profunda que hace falta un programa común, un tiempo de estabilidad que permita encarar medidas de fondo, y estar acompañado por el pronunciamiento de asambleas populares”.
Graciela Ocaña (ARI): “Es muy interesante el fenómeno que se está produciendo: los grupos de clase media que salieron en forma espontánea ahora se están organizando con propuestas y, además, comienzan a unirse con los movimientos de desocupados. Apoyamos todo esto porque de ahí va a surgir una nueva dirigencia que va salvar a la Argentina. No creo que haya desbordes ni se favorezca a grupos autoritarios. Los cacerolazos los hacen ciudadanos pacíficos que saben muy bien cuál es su demanda. En forma pacífica piden justicia social, participación, reparación para la Argentina, entre otras cosas. No reclaman mano dura como sí, en cambio, hacen algunos políticos. Los que dicen que los cacerolazos pueden favorecer a la derecha, es porque en realidad tienen miedo de no poder conducir. Este tipo de protesta infunde temor sobre todo a los dirigentes acostumbrados a la política con punteros. Ahora la gente tomó conciencia de que el poder reside en el pueblo, como decían los viejos libros de educación cívica. Está naciendo una nueva Argentina”.
Jorge Asís (PJ): “En una lectura superficial, el cacerolazo parece un acto de adolescencia cívica, cierto infantilismo colectivo. Es algo contra, sin que se sepa muy bien por qué. En una lectura más profunda, me parece que es una reacción muy saludable contra la implementación del Estado carterista. Es imposible la construcción política de cualquier modelo de sociedad moderna si se quiebra ese contrato básico que tiene que ver con la confiabilidad entre un hombre y un banco y el Estado que regula. Veo a los cacerolazos como muestra de una sociedad desgarrada, de una capa media, pequeñoburguesa, desairada, humillada, que tiene una visión del política de la democracia similar a la que se tenía del militar después de Malvinas. Hay un estado insurreccional y se ve la acción de distintos sectores. Están las víctimas del estado carterista y las víctimas de un proceso de transformación económica que dejó una cantidad de excluidos que no encuentra manera de atenuar el sufrimiento. Ambas podrían converger. El escenario que se viene es que inevitablemente va a tener que existir una etapa de pacificación”.
Jorge Altamira (Partido Obrero): “Estamos ante un movimiento muy positivo, una verdadera creación popular que se está desarrollando muy inteligentemente, con coordinación, y sin restricciones en la discusión. Ha desarrollado, además, una simpatía recíproca con el movimiento piquetero, al que el Gobierno –a pesar de sus intentos– no logrará convencer para que no apoye los cacerolazos. En el fondo, la motivación de la desocupación afecta a la clase media quizá todavía más que el corralito. La falta de trabajo produce un gran descorazonamiento. Y es tal el nivel de saqueo general que el país se va a levantar. Pero no es eso lo que podría hacer caer al presidente. Los grandes grupos económicos, los bancos, el Fondo Monetario, son el combustible de los deterioros del Gobierno. El gran capitalismo es que el está disolviendo la sociedad argentina y promoviendo la revolución. Es muy importante que la izquierda defienda a este movimiento de cacerolazos, no apoyarlo es lo que podría favorecer a la derecha. Tenemos un gran cariño, desde este Partido Obrero, por este movimiento que inició la clase media”.
José Vitar (Frepaso): “Los cacerolazos son una forma interesante de expresión de la gente que empezó con espontaneidad y va gestando niveles incipientes de organización que inevitablemente llevarán a una politización. Son un síntoma de una Argentina convulsionada por la crisis que no se siente representada por el sistema de partidos. Eso es malo porque no hay canales alternativos de participación institucional que consoliden la democracia y es bueno porque conmociona un sistema político que parecía de amianto frente a los reclamos. Transforma, a su vez, sobre todo a los sectores medios, en protagonistas directos de un escenario político. Todo esto pone a los tres poderes en un brete: entre la silenciosa pero poderosa presión de los lobbies y la presión de la gente movilizada. Lo que aparece como un peligro es que la falta de conducción política de los cacerolazos cree condiciones para el aprovechamiento perverso de grupos que pueden alentar ideas violentas de resolución de las crisis, o que esos grupos aprovechen para llevar aguas a una salida autoritaria y represiva a la crisis”.
Jorge Yoma (PJ): “Frente a una injusticia manifiesta, a un sistema económico injusto, los cacerolazos son una expresión genuina de descontento. Es saludable, pacífica y democrática. Lo que hay que ajustar son los mecanismos para que evitar que de un lado y de otro –los intolerantes armados por el Estado y quienes que pretenden pescar de río revuelto– desvirtúen esta magnífica forma de expresión social. El cacerolazo expresa una estado de ánimo, no es contra el sistema democrático y las libertades públicas. No escuché, salvo algún loco, nadie que diga que terminemos con la democracia y que venga un dictador. Yo creo que la sociedad se autolimita y que la información sobre posibles desmanes está vinculada a los servicios buscando desmovilizar. No me parece que los cacerolazos vayan a debiliten a este gobierno ni al sistema. A Fernando de la Rúa y Adolfo Rodríguez Saá los volteó su inutilidad y su debilidad. A De la Rúa lo podía bajar hasta un jardín de infantes. Esta forma de protesta es como una alarma permanente que sólo se va a apagar cuando se solucionen los conflictos”.
Adrián Menem (PJ): “El cacerolazo no beneficia a nadie. En la medida que haya protesta hay más sensación de incertidumbre. Toda protesta genera más preocupación. Pero es la forma que la gente ha encontrado de expresarse especialmente contra el corralito y en ese sentido es legítima. Creo que van a ayudar a que el Gobierno se dé cuenta que tiene que rectificar el rumbo económico. Nosotros en el bloque una de las cuestiones con las que más insistimos es con que se liberen el corralito y el pago de salarios. El cacerolazo es una forma de protesta válida siempre y cuando no haya violencia. La gente que va al cacerolazo es pacífica, son personas que han confiado en el sistema y hoy se ven defraudadas. Lo que hay son grupos extremistas que se aprovechan en estas situaciones. El Gobierno necesita darle certeza a la gente, cosa que hoy por hoy no hay. Para eso tiene que dolarizar la economía. La gente ha elegido el dólar, por más que quieran pesificar, va a ser imposible. De todos modos, aunque los cacerolazos ya se llevaron dos gobiernos, no creo que también a un tercero”.