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¡Salud y muito obrigado, Lula!
Por Martín Granovsky
Llega Lula. El “muerto político”, como me decían los expertos argentinos hace tres años cuando me preguntaban, sobradores, por qué lo había invitado a conferenciar en Buenos Aires. Lula cumplió con el pronóstico: como François Mitterand y como Salvador Allende, la cuarta fue la vencida.
Claro que no fue por una apuesta, ni por “posicionamiento” en las internas o en las encuestas, ni por los medios, ni por “un discurso que pegó”, ni por imagen, ni por la bolsa en Suiza, ni por la explicación más habitual en nuestro medio: “y... no hay otro”.
Veintidós años de PT y varios más de nuevo sindicalismo dan la clave. La política que no expresa una fuerza social es retórica y por eso termina siendo la expresión del statu quo. Gracias, PT, por recordarlo.
Pero hay algo más, porque Lula y el PT gobernarán Brasil. El quinto país del mundo en territorio y en población. La América Portuguesa nunca desmembrada. Tan poblado como y más grande que los otros nueve países sudamericanos juntos. País continente, en la práctica con lengua propia. Imperio esclavócrata del siglo XIX, a tal punto que fue el último en abolir la esclavitud en Occidente. El último país americano en ser republicano y que sólo ayer, en 1988, tras un siglo de república siempre oligárquica, tuvo voto universal, porque hasta entonces había excluido sin rubor y legalmente a millones de analfabetos. Brasil, el país donde desde su independencia todo lo hizo una clase social sola (como dijo el propio Lula durante la campaña) y en el que la conquista de la ciudadanía real resume el programa de Lula presidente por un Brasil decente. Brasil, el país que, si tuvo su Menemcollor, también tuvo la fuerza necesaria para destituir a los dos años –inédita e impecablemente– a Collormenem. Con ese hecho, coronando el trabajo del PT iniciado en las elecciones de 1989, dio el golpe de gracia a la política de compromiso, tomaydaca y acuerdo, a veces admirable pero siempre oligárquica, que concluye el próximo 1º de enero.
Ese “Brasil injusto” gesta al PT. Cuando en 1980 los invitaban a deponer autonomía sumándose al PMDB, el partido opositor antimilitar, Lula y sus compañeros se negaron con sencillez: “Si los patrones tienen su partido los trabajadores tenemos que tener nuestro partido”, era el argumento. Y los grandes intelectuales de Brasil, desde Paulo Freire a Mario Pedrosa, Sergio Buarque de Hollanda, Antonio Candido o Florestan Fernades, encontraron por primera vez el sentido de su búsqueda mientras los luchadores que venían de grupos de izquierda o los cristianos deponían sus biblias y enriquecían sus vidas y su práctica.
Ese contradictorio Brasil gesta a Lula, el obrero presidente, sin antecedentes al menos en Occidente. ¿Otro Lech Walesa? La especificidad del placo es evidente: Iglesia católica, crisis stalinista, raíz europea. Quizás Ramsay McDonald. En Australia fue primer ministro laborista un secretario general de la organización sindical nacional. Y ningún otro, que pueda recordarse. Lula es mucho más. Lula es Sacco y Vanzetti, es Buenaventura Durruti, es Agustín Tosco, es ¿por qué no? Cipriano Reyes, es el anónimo Ramón Espinosa o el también anónimo Domingo Blajakis, que usted seguramente no sabe quién es pero yo sí. Cuando pretenden que doblan las campanas, todos ellos y muchos otros renacen en Lula: las reivindicaciones de los trabajadores por los trabajadores mismos.
Salud y muito obrigado, Lula, por esta lección que tal vez sea más global que brasileña.