EL PAíS › LA VIDA EN LA PERIFERIA DE LA PERIFERIA
Para sobrevivir en silencio
Por Felipe Yapur
La Argentina es un país periférico. Y Tucumán, como otras tantas provincias, está ubicada en la periferia del mapa con una democracia, una economía y un sistema de salud periférico. Bajo el húmedo sol del subtrópico, los tucumanos sobreviven en medio de un desempleo y subempleo que araña el 50 por ciento, un festival de bonos devaluados y, sorprendentemente, silencio, mucho silencio.
u Blancas paredes. Si hay bronca entre los tucumanos no se nota. Las paredes, que suelen ser el espacio perfecto para descargar el descontento, están blancas. Si bien todos los tucumanos insultan al gobernador Julio Miranda, no hay un solo grafitti contra el responsable político de los 14 niños muertos por desnutrición. “¿Sabe qué pasa? –explica a Página/12 un taxista–, todas las noches un par de camionetas con vidrios polarizados recorren las calles controlando que nadie escriba nada contra Miranda. Eso sí, fíjese lo que dice la pared de la calle Córdoba al 300”, dice misterioso. En esa calle hay una pared donde está escrita una frase corta: “Quieren escrache. Lo tendrán. A no botonear”, reza la advertencia.
u La autosalvación. Las barriadas más pobres del conurbano tucumano no sólo recibieron la llegada de miles de pobladores del interior de la provincia. Hasta allí también llegaron los que se cayeron de la clase media. Acostumbrados a su extremo individualismo, muchos buscaron salvarse a partir de una pequeña indemnización, abrieron kioscos, agencias de quinielas y hasta pequeños almacenes que agonizan en medio de la miseria que los rodea.
u Monedas. Tucumán no sólo es hambre, también es negocio. Fruto de los desequilibrios financieros, en 1984 el entonces gobierno del peronista Fernando Riera emitió bonos de cancelación de deuda (Bocade), una moneda falsa de curso legal. Nunca desaparecieron. Los imprimió Palito Ortega, el genocida Bussi y también el inefable Miranda. Sin embargo, “el negro” –como lo llaman sus íntimos– favoreció la impresión de 180 millones de bonos dejándolos sin respaldo, por lo que se devaluaron. Esto provocó la aparición de “cuevas” donde se cambian los Bocade por efectivo. Eso sí, se pierde entre el 10 y 15 por ciento. Varios amigos y empleados de Miranda figuran como titulares de esas “cuevas” que funcionan como verdaderas casas de cambio.
u Peligro de estallido. La comitiva de Hilda “Chiche” Duhalde recibió durante la semana que pasó un informe de la Side. Los espías vernáculos sostienen que hay focos de descontento en las zonas más pobres de Tucumán. “Puede haber un estallido”, fue el aviso que recibió uno de los funcionarios políticos que acompañó a la primera dama durante los cinco días que estuvo en la provincia. El funcionario le recomendó a Miranda solicitar la presencia de tropas de Gendarmería. El viernes llegaron 200 efectivos desde Santiago del Estero.
u La vida. El Hospital Niño Jesús tiene hoy internados 52 chicos desnutridos, de los cuales 12 sufren el cuadro tres, el más riesgoso. Carolina, una pelirroja médica concurrente, dice que no puede dejar de involucrarse con cada uno. “Cuando uno de esos bebé se va, un poco de nuestras vidas va con ellos”, confiesa mientras acomoda sus pertenencias en una de las camas del húmedo y oscuro dormitorio para médicos.
u Certificado. Las muertes de niños por desnutrición provocó que el gobierno nacional incrementara la entrega de planes sociales. En su desesperación por conseguir uno de ellos, cientos de madres llegan hasta la guardia del hospital de niños para que sus hijos sean revisados. Las madres no lo dudan y lo primero que quieren saber es si sus vástagos están desnutridos. “Algunas de ellas llegaron a respirar aliviadas cuando le confirmamos el diagnóstico y nos piden un certificado. Con ese papel están seguras de que conseguirán uno de los tantos planes sociales. Así está Tucumán”, comentó a este diario la jefa de la guardia de los viernes, Ciomara Bertoli.