Miércoles, 20 de enero de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Luis Bruschtein
En Paraguay, el vice Federico Franco se opone a la mayoría de las iniciativas del presidente Fernando Lugo. Ha dicho alguna vez que estaba dispuesto a iniciarle juicio político o a buscar la renuncia del ex obispo y aclara constantemente que no es de derecha y que no está conspirando contra el gobierno de Lugo. El vice paraguayo es dirigente del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), la mayor fuerza política de la alianza que respalda a Lugo. Pero ese partido está dividido en tres partes y las otras dos son incondicionales del presidente. Si Franco renuncia, difícilmente se destaque en el llano como ahora en la vicepresidencia. Al no renunciar, está usando esa función en su propio beneficio. Y pone en riesgo el delicado equilibrio institucional del país vecino con un escenario que tienta hasta al menos golpista. Con un empujoncito –estilo Honduras– sería suficiente.
La situación de Cobos en Argentina plantea una situación parecida. Es probable que sean los dos únicos países que tienen este conflicto. En todos los demás, la cuestión se resuelve con la renuncia del vice. No importa quién tenga razón: la vicepresidencia está subordinada a la presidencia. Desde la presidencia podrán equivocarse y perder las elecciones, son sus prerrogativas. La vicepresidencia, en cambio, necesita la confianza de la presidencia, porque la representa. Si no la puede representar, porque no tiene esa confianza, no puede cumplir las funciones para las que fue elegido y entonces tiene que renunciar.
Desde la famosa votación contra la 125 donde, en vez de usar la prerrogativa de desempatar una votación en el Senado a favor del Gobierno, lo hizo en su contra y en contra del espíritu de la ley que ofrece esa opción favorable al Ejecutivo, Cobos se ha defendido y ha dicho que no entorpecerá las políticas del oficialismo. Pero como al mismo tiempo necesita sostener su figura como principal candidato de la oposición, sus promesas y la realidad se han visto en permanente tensión.
Su respaldo al ex titular del Banco Central desbancado por un decreto presidencial y la convocatoria a una reunión de presidentes de bloque para defenderlo pusieron a Cobos fuera del cuadro de vicepresidente. Quedó muy en evidencia que ya no actúa como el vicepresidente de un gobierno, sino como su opositor y tiene que encontrar el lugar que sea más acorde con ese realineamiento opuesto al que lo llevó a la vicepresidencia.
Hasta hace poco ningún otro opositor se atrevía a cuestionarlo, con excepción de Elisa Carrió. En la última semana, Mauricio Macri, Rodríguez Sáa, Mario Das Neves y varios radicales se pusieron en fila para cuestionarlo, además de la fuerte presión que comenzó a aplicar la presidenta Cristina Kirchner.
El lugar que ocupa Cobos tiene un punto de inflexión a partir del cual lo que antes daba popularidad en un sector, comienza a revertirse en su contra. Entre la imagen del héroe que se rebela y la del aliado que traiciona hay una línea divisoria muy delgada en este caso. Cuando la segunda imagen empieza a pesar más que la primera, quiere decir que se ha llegado a ese punto de inflexión donde llueven con fuerza creciente las críticas que antes se callaban.
Las chicanas de Cobos para que la Presidenta realice el viaje suspendido no pueden ocultar que de esa manera insiste en un lugar que ya no tiene legitimidad ni institucionalidad. Para cualquier mirada no involucrada, la posición del oficialismo es entendible. Es obvio que no pueden quedarse tranquilos diez días afuera del país con Cobos en campaña a cargo de la presidencia. Lo que ya no se entiende desde un punto de vista institucional es la posición de Cobos.
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