EL PAíS › OPINION
Un mismo guión
Por Eduardo Aliverti
Henry Kissinger, a quien el escritor norteamericano Gore Vidal definió como el criminal de guerra suelto más peligroso del mundo, se los dijo a los militares argentinos. Fue a mediados de 1975, en el Chile del terror que Washington había financiado dos años atrás. “Tienen todo nuestro apoyo, pero lo que vayan a hacer háganlo rápido, porque van a asesinar a mucha gente.” La frase fue revelada en esos años, y confirmada muchos años más tarde, esos que necesita la inteligencia estadounidense para desclasificar los documentos que corroboran sus crímenes.
La sentencia de Kissinger es un disparador poco original, de entre los centenares que podrían encontrarse, para aludir a la más asesina y poderosa de todas las garras que atraparon a los argentinos hace 27 años.
La escala universal de la invasión yanqui a Irak no es una distancia tan enorme entre el 1976 argentino y el 2003 de Bagdad en carne viva, como para no apreciar que 27 años después, y varias decenas atrás, y nadie sabe cuántas por delante, la humanidad tiene un peligro común vestido de barras y estrellas.
La valorización financiera del capital en reemplazo de su fase productiva, que estuvo detrás de la masacre militar en la Argentina, tuvo el mismo y espantoso sentido de petróleo que este holocausto iraquí.
Cada desaparecido de este país lo fue en nombre de la misma libertad que el gendarme del mundo le promete a las Mil y Una Noches.
Cada bebé secuestrado aquí llevó el sello de esa democracia de hamburguesas tan rápidas como los bombardeos sobre el Tigris.
Cada descarga de 220 voltios en los úteros ocupados de los sótanos de la ESMA fue a propósito de no joder más con eso de la Patria liberada, igual que cada mutilado de Irak lo es a favor de los millones de barriles de crudo que necesita la Patria del Pato Donald para sostener su ritmo de vida.
Cada puesto industrial sacrificado en la Argentina de Videla, en el altar del libre comercio, es lo mismo que cada industria que reconstruirán las empresas yanquis para ahogarse con los petrodólares iraquíes.
Cada basura importada gracias a Martínez de Hoz es análoga a lo que se consumirá en Bagdad cuando impongan la libertad del mercado, como único credo que los criminales norteamericanos imaginan medicinal contra la fe musulmana.
Cada Massera y cada Suárez Mason, igual que cada Somoza y cada Trujillo y cada Pinochet, que cada García Meza y cada Duvallier, que cada Stroessner, debería comerle los sesos a cada infeliz capaz de creer que cada misil contra Irak sólo persigue sacar del medio a un dictador sanguinario.
Es imprescindible preguntarse cuántos y cuáles argentinos son conscientes de que ese festival de bombas sin sangre al que asisten absortos frente a la señal de CNN es, nada más y nada menos, que la reproducción estratégica y pornográfica del titiritero que también comandó las acciones en la Argentina hace 27 años.
Es tan necesario no caer en verbas nacionalistas baratas, a las que se puede ser propenso frente a un poder tan brutal y omnímodo, como levantar las banderas de una identidad propia y un proyecto autónomo: las mismas contra las que hace 27 años se sembró la Argentina de campos de concentración y las mismas contra las que hoy operan sus misiles y sus marines.
Tener presente el golpe de la junta militar y del departamento de Estado es, hoy, tan sencillo como encender el televisor y ver en cada llamarada bagdadí una de sus adaptaciones.
No hay rezo que sirva. Sólo sirve algo que quizá no sea suficiente pero sí de primera necesidad: entender de una buena vez quién es el enemigo y quiénes son sus cómplices.