Miércoles, 21 de diciembre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Guillermo Levy *
Existe una gran cantidad de relatos parciales que intentan definir el carácter de los argentinos y explicar coyunturas históricas. Relatos que no necesariamente se integran a una línea historiográfica.
1976. Una de las tantas explicaciones sobre el período de la dictadura militar genocida habla de una Argentina cómplice casi en su totalidad. La amplitud de la fuerza social que participó y avaló el genocidio parece ser un hecho histórico pero, como bien dice el esloveno Zizek, muchas mentiras se construyen con verdades. La idea del “fuimos todos”, presente en la frase del último dictador Bignone cuando dijo “el que esté libre de culpa que arroje la primera piedra”, se cimienta al lado de la complicidad de miles de beneficiarios del terror, miles de silencios cómplices y miles de voces sustentadoras que forjaron una importante fuerza social que avaló y posibilitó la matanza. También en las antípodas existe con mucha fuerza el “no fue nadie”, que habla de una sociedad por entero víctima de un terror cuyos actores parecieran haber venido de otro planeta. Estos relatos construidos en distintos momentos y para distintos públicos, en tanto hegemónicos, no permiten ver que también tuvieron lugar acciones de solidaridad cotidianas, personales, colectivas, de lucha y heroísmo dentro y fuera de los campos de concentración. Miles de historias que existieron pero que tienen pocos relatores y menos aún oyentes dispuestos a confrontar con las dos miradas simplistas constituidas como sentido común.
Malvinas. Con Malvinas se construyeron varios relatos explicativos: desde el general borracho que nos mete en una guerra, hasta la afirmación de circulación masiva de que si no perdíamos la guerra teníamos dictadura por diez años más. Junto a esto, una planificada política de desmalvinización llevada a cabo por el alfonsinismo, tan funcional a los intereses británicos como al neoliberalismo que entonces apenas despuntaba. Hay también una interpretación de un hecho de esos días que se formateó como ilustradora de los argentinos: la marcha, con represión incluida, del 31 de marzo de 1982 en repudio a la dictadura convocada por la CGT, y la movilización en la misma Plaza de Mayo el 2 de abril para celebrar la recuperación de las islas. El relato dominante, y que todavía escuchamos, dice: “La misma gente que fue el 31 de marzo a luchar contra la dictadura fue dos días después a ovacionarla por la toma de las Malvinas”. Una verdadera postal de un pueblo sin convicciones y llevado por mareas de turno. Nadie verificó que se tratara de las mismas personas. Pero ese relato tuvo y tiene una fuerza explicativa enorme de nosotros como pueblo que puede apoyar una cosa y, en horas, apoyar la opuesta.
Los ’90. La historiografía no escrita de relatos dominantes nos dice que los ’90, con su individualismo, impunidad, frivolidad y destrucción del patrimonio nacional, fueron vividos con exaltación y complicidad por todo el pueblo. Otra vez presente la poderosa idea de Zizek. Sin cuestionar esta afirmación, se señala que también es cierto que esa mirada diluye responsabilidades y esconde que gran parte de este país no firmó el contrato menemista y luchó contra el neoliberalismo en su formato farandulesco y de impunidad desde múltiples lugares: organizaciones sociales, de derechos humanos, sindicales, estudiantiles y políticas y hasta bandas de rock. Marea inorgánica que también fue la base de la explosión del 2001. Ese otro país, en aquel relato, no existe. Lo que es hegemónico en una época no explica el todo, sólo explica lo que se impone coyunturalmente.
2001. Marcando finales y comienzos con su explosión, el 2001 también tuvo su puja de relatos. Por un lado, los que vieron en aquel diciembre e inicios de 2002 la antesala de la revolución, interpretación que vino de la mano de los que pensaban que la Argentina era vanguardia de nuevas formas de organización social y política. Por el otro, los que plantearon que solo la bronca de los ahorristas por el corralito explicaba la rebelión, esta vez de la mano de los amantes de teorías conspirativas que solo vieron el accionar del PJ bonaerense incitando saqueos. Pocos intentaron construir relatos que integren todas las variables para tratar de entender qué fue y qué no aquel diciembre del 2001.
El 2001, con toda su carga democratizadora y de hartazgo contra las diversas formas en la que se expresaba la Argentina neoliberal, podía terminar de muchas maneras. Un ballottage entre Menem y López Murphy estuvo muy cerca un año y medio después de la explosión. Un resultado electoral casi azaroso hizo que Néstor Kirchner fuera presidente. El supo leer el 2001 con audacia, inteligencia política y valentía, y a diferencia de Menem –que vio en la crisis del ’89 el camino de sumisión absoluta al poder real–, eligió entre las opciones que esa crisis había abierto. Había una Argentina neoliberal en retirada pero que no estaba, ni está, muerta. Había otra que quería nacer, en un contexto regional más favorable, pero que no tenía todavía forma y es posible que, espontáneamente, nunca la hubiera tenido. El 2001 había abierto las posibilidades de la historia. Kirchner se montó sobre las tendencias más progresistas que habían sido parte de la explosión, tendencias que no fueron las únicas: el hartazgo del neoliberalismo, de los economistas dirigiendo la política, del discurso de sometimiento a los poderes fácticos, y el hartazgo de la impunidad. Los diez años de aquella explosión encuentran a algunos haciendo homenajes por aquellas jornadas que creyeron revolucionarias y traicionadas por poderes de turno que vinieron a restablecer el orden haciendo concesiones. Otros pensamos que el 2001 tuvo todo mezclado y que la Argentina neoliberal no desapareció en aquel diciembre, sino que retrocedió. El pueblo argentino sabe –a partir de 1976– más de retrocesos que de avances. Cada conquista desde 2003 tiene que generarnos el compromiso de cuidarlo y consolidarlo.
Muchos consideran –influidos quizá por la cultura del neoliberalismo– que la historia es a la carta, que podemos relacionarnos con la política y nuestra realidad social como clientes enojados. El 2001 también tuvo de eso mezclado con la cultura antipolítica tan artesanalmente trabajada por la intelectualidad neoliberal. Otros pensamos que la Argentina está todavía muy lejos de la que soñamos, pero sabemos que cada logro en este país ha costado mucho, con clases dominantes que no trepidaron en bombardear la Plaza de Mayo o en asesinar a miles de argentinos durante la dictadura para recuperar para su tasa de ganancia veinte puntos del PBI que estaban en manos de los trabajadores. El 2001 abrió muchas puertas. Algunas más reales que otras. De las posibles, sin duda, se fue consolidando la mejor. En nosotros está seguir avanzando y ver que esa puerta que se abrió no está cerrada, ni el complejo camino emprendido terminado.
* Docente UBA, investigador de la Untref.
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