Miércoles, 15 de febrero de 2012 | Hoy
EL PAíS › LA IMPUTADA QUE CRITICó A LA FAMILIA VERóN
María Jesús Rivero declaró ante el tribunal que juzga el caso Marita Verón. Intentó opacar a la familia de la víctima. Pero ella misma quedó luego opacada por el testimonio de Milheim.
Por Marta Dillon
María Jesús Rivero hizo gala de todo su encanto durante su declaración voluntaria que se extendió por más de dos horas. Montada sobre unos tacos que son una amenaza para cualquier tobillo, se acercó al tribunal para dar su versión, no sólo de su historia sino del expediente completo. Los seis defensores de los trece imputados se acercaron a felicitarla cuando terminó, estaban exultantes. La soltura con que habló y cuestionó a la investigación completa y a la familia Verón en particular parecían haber aportado una carta marcada para el triunfo. No sabían que, después, la declaración de Daniela Milheim quitaría el foco de esta profesora de educación física que apenas ejerció como tal unos pocos años para convertirse en empresaria y hasta gremialista, en tanto representante de la Asociación de Remiseros Unidos (ARU).
María Jesús declaró después de su hermano, Víctor, acusado de ser el secuestrador directo de Marita Verón. Si éste fue parco e hizo gala de un vocabulario rudimentario, su hermana demostró que conocía la causa con sus puntos y comas.
Habló de su relación con Ale como una historia de amor que creció al abrigo de un camión que ella manejaba porque él no sabía cómo hacerlo, de una empresa –Cinco Estrellas– gestada entre los dos con gran esfuerzo y siempre al servicio de la comunidad. Desmintió que hubieran hecho un convenio para que se les permitiera portar armar y financiar rastreadores satelitales con dinero del Estado durante la gestión de Julio Miranda, aun cuando ese convenio –que naufragó con el avance de la causa Verón– fue público.
También obvió, hasta que fue preguntada específicamente, que con Ale compartió algunos negocios nocturnos como la propiedad de la bailanta Makarena, donde fue asesinado otro de sus hermanos en un hecho confuso pero ligado a la interna entre las mafias que controlan los lugares de juego en Tucumán, una actividad que Ruben Ale no ocultaba.
“Yo le daba plata a la familia Verón, a veces sumas insignificantes, 70 u 80 pesos. Otras veces eran más importantes, 800 o mil; fue por solidaridad, porque los veía angustiados y lo entiendo porque yo también soy madre.” Esta mujer entregó esas cifras en 2002, el año en que la cadena de pagos del país estaba rota y las cuasimonedas circulaban como único medio para que no se detuviera la vida cotidiana. Rivero dijo que dejó de entregar dinero cuando descubrió que el padre de Marita Verón, Daniel, la usaba para deudas de juego. “Y fue ahí, justamente, que empezaron a complicarme en este caso cuando nunca tuve nada que ver con ninguna actividad delictiva”.
Ni siquiera se hizo cargo del prontuario de su ex pareja, La Chancha Ale, aunque en el curso de su relación él estuvo preso, acusado por el crimen de un policía. Y que cuando lo conoció acababa de zafar de la causa que lo implicaba en la matanza de tres “gardelitos”, la banda enfrentada a la de Ale, tanto por cuestiones delictivas como deportivas, ya que unos estaban ligados al Club Atlético Tucumán y Ale al Club San Martín, del que ella llegó a ser vicepresidenta. Más tarde, Milheim la complicó cuando aseguró que en 2002 fueron juntas a denunciar que había una amenaza que pesaba sobre sus hijos.
Además, hubo varias contradicciones en las que tampoco se detuvo, sobre todo en lo referido al auto con que se habría secuestrado a Verón, del que se aportaron datos –un boleto de compraventa sin fecha cierta– que no alcanzan para desvincular la participación de los Rivero en el hecho.
Mientras Milheim declaraba, Rivero le dictaba a su abogado defensor –que volvió a representarla desde ayer, luego de que desistiera de su defensa durante la instrucción–, Cergio (sic) Morfil, un conocido penalista tucumano defensor de varios policías acusados en casos de gatillo fácil.
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