Viernes, 17 de enero de 2014 | Hoy
Por Sergio Kisielewsky
Lo adoraba. Cuando leí por primera vez “Esa mujer se parecía a la palabra nunca” la cabeza se me cortó al medio como un melón. En el centro de qué, ¿del corazón del pensamiento? Eso aún no lo sé ni lo sabré. En ese entonces no era poesía ni imagen ni construcción, era un hachazo de ternura que en la adolescencia resultó una forma de mirar de sentir de que las palabras podían decir muchas cosas, esas palabras, podían sugerir y causar un extrañamiento una distancia que vaya paradoja acercaba a las cosas y a los seres humanos. Pasaron los años y Corregidor editó en julio de 1975 cinco mil ejemplares de ese gran libro de tapa marrón con los mejores poemas que se escribieron en nuestra tierra, Violín y otras cuestiones, Gotán, Cólera Buey, Traducciones I, II, y III, Fábulas y Relaciones. No había un solo poema que salga de tono “un pájaro parado en la mitad de un toro/ me hacen vivir con humildad”. Allí estaban los poemas a los amigos jiri wolker attila jószef, los grandes pechos de Ofelia, el homenaje al Che y “La muchacha del balcón” que después oí en disco (“todos creían haberla amado alguna vez”) un poema que atraviesa como una espada de sentido, de cambios de ritmo e invento de palabras (alcol). Lo adorábamos, leíamos sus poemas mientras tomábamos ginebra con hielo mientras íbamos a la oscuridad de una galería que pasaba música de Edith Piaf en Córdoba y Maipú. La vida estaba en esos versos y sus libros significaban dar vuelta como un guante las imágenes leídas hasta entonces. La poesía se habrá asombrado ella misma ante Gelman, alguien que entró por otro lugar al oficio, que escuchó a Tuñón, el silencio de los barrios amados, los trabajadores en la fábrica y después enamorándose.
Gelman fundó un mirar. La biblioteca del Club Atlanta lleva su nombre y fue lo primero que me preguntó cuando lo conocí (“¿Cómo anda el Bohemio?”). Le fui a hacer una entrevista en 1992 cuando él participó del Encuentro de Escritores Judíos que se realizó en Buenos Aires. En realidad yo temblaba, pero él fue muy cordial, tímido, tenía una entonación al dudar y al responder como si fuera a escribir otro poema. Después lo vi en el Encuentro Internacional de Poesía de Rosario y también compartimos una mesa y me saqué una foto con él. Es una foto llena de alegría y juventud de ambos. Recuerdo que en los ’80 y ’90 se lo leía en los talleres literarios hasta exprimirlo. “Belleza coraza íntima”, escribió. Antes de empezar el nuevo siglo dijo sus poemas en el Teatro San Martín y la gente estaba sentada en el suelo, escuchaba desde los pasillos y cuando se levantó siempre sonreía apenas. Me hubiera gustado que viva en un barrio porteño sólo para saber que estaba entre nosotros pero fue imposible. A veces los poetas se van en enero como María Elena Walsh y también mi papá que me regaló el libro de Corregidor.
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