Viernes, 17 de enero de 2014 | Hoy
Por Hernán Patiño Mayer *
(Escrito en el día en que conocí a mi nieta Paloma)
Se ha muerto un gran abuelo, que me dicen también es un gran poeta (¿morirán los poetas...?). Yo lo conocí como abuelo, en tiempos de duras batallas orientales. Conocí al abuelo que desnudó la solemnidad cómplice de los Sanguinetti, porque la cultura que se vive es siempre vencedora de la cultura que se cuenta. Conocí al abuelo que le devolvió a Macarena su identidad secuestrada y que no pudo, porque los cobardes le robaron también el tiempo, devolverle a su nieta los restos de su madre asesinada. Hoy los asesinos de María Claudia celebran la muerte del abuelo, del poeta; nada entienden ni entenderán jamás; pero sí creen, suponen, desean que ese mastín no seguirá rastreando sus huellas nauseabundas. Se sienten impunes, porque así lo quisieron los claudicantes y los cobardes. Pero los cobardes olvidan que el ejemplo de ese abuelo, del poeta que nada les importa y del que nada saben ni entienden, sobrevive a través de su propio testimonio en el corazón de un pueblo que, aunque no lea su poesía, compadece al abuelo, padece con él. Y que ese pueblo a través del abuelo hecho poesía, ese pueblo sobrevive y no resigna su hambre de Memoria, no traiciona su amor por la Verdad y no cesa en su sed inagotable de Justicia. Ha muerto un abuelo. Que no dejen de temblar los asesinos, porque la impunidad no existe y el pueblo sobrevive. El abuelo Juan habita hoy el mundo eterno, ese donde la verdad, el amor y la belleza serán sus compañer@s para siempre.
Gracias, Juan, y hasta cualquier momento.
* Ex embajador argentino en Uruguay.
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