Domingo, 7 de febrero de 2016 | Hoy
Por Horacio Verbitsky
En una columna justificatoria de los despidos de colegas en Radio Nacional, Jorge Lanata dijo la semana pasada en el diario Clarín que en el periodismo argentino desaparecieron los hechos, y todo se llenó con interpretaciones. A su juicio, “un sector de la sociedad aceptó la existencia del periodismo militante como una parte de la realidad deseada: todos opinan, todos operan, todos interpretan”. Hasta allí, no queda claro si está hablando de un hecho u ofreciendo su interpretación. Luego de una referencia al Watergate estadounidense, agrega: “Aquí hoy, a un año de los hechos, sentado sobre el cadáver del fiscal, Horacio Verbtisky (sic) aún deja abierta la hipótesis del suicidio del fiscal Alberto Nisman”. El adalid de los hechos no puede escribir bien ni siquiera mi apellido. Mi primera nota después del hallazgo del cuerpo de Nisman se tituló no por casualidad “Los duros hechos”. En esa y en todas las que la siguieron hasta este año, en la columna que me pidió The New York Times y en las entrevistas con la Televisión Pública, Minuto Uno y la BBC me atuve a una constatación fáctica: no hay pruebas irrefutables de que se haya suicidado y menos aún de que lo hayan muerto. Fue Lanata quien a pocas horas del hecho lo calificó al aire como un “asesinato político”, sin otro sustento que sus conveniencias o deseos. Su nota, preparatoria de la nueva marcha en homenaje al fiscal general Natalio Alberto Nisman dentro de once días, es ejemplar: sostiene una hipótesis y la demuestra. Con una salvedad: cuando dice el periodismo, sólo habla de sí mismo.
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