EL PAíS
Negocios con olor a podrido
Por Julio Nudler
“El Fondo enfrenta riesgos financieros potencialmente cuantiosos”, admite un reciente documento del propio FMI, que no alude por cierto sólo a la Argentina. Tienen reservas por unos 15 mil millones de dólares para afrontar pérdidas y caídas de ingresos, pero decidieron duplicarlas. De todas formas, el organismo cuenta hoy con recursos utilizables no comprometidos por u$s 116 mil millones para acudir a apagar incendios en todo el mundo, cifra absurdamente baja, pero ningún socio rico quiere reforzar su capital. Hoy, sin embargo, el peligro de colapsos financieros no proviene sólo de países hipotecados y con crisis externas inmanejables.
“Huele a podrido en los directorios de las mayores compañías mundiales, y está fermentando una gigantesca revuelta de accionistas”, escribe Yussef Ibrahim, de Strategic Energy and Investment Group. Y añade: “Cuando empresas como Disney, Enron, Parmalat y Shell (todas ellas envueltas en escándalos), que operan en docenas de países, empleando millones de trabajadores y manejando activos por miles de millones, se resfrían, a la economía mundial le sube la fiebre.”
La verdad es que los países son mucho más transparentes que las multinacionales, que con la complicidad de bancos, fondos de inversión y auditoras esconden su verdadera situación y borran las huellas de sus maniobras. Las manejan tipos como Michael Eisner, hasta la semana pasada presidente y máximo ejecutivo de Walt Disney Company (hoy sigue gerenciando la empresa y puso a un hombre suyo como presidente), que se hizo pagar u$s 285 millones desde 1996, mientras el valor de la compañía caía un 63 por ciento, arruinando a sus accionistas.
Ibrahim asegura que esas transnacionales (la lista incluye muchas más que las arriba mencionadas) componen una mafia, junto con banqueros, administradores de fondos y auditores. No suena menos sospechoso que el FMI haya pretendido que la Argentina obtuviera la aprobación a su propuesta por parte de un 80 por ciento de los acreedores privados.
Según afirma José Angel Gurría, socio de Adam Lerrick en ABRA (agencia de reestructuración de tenedores de bonos argentinos), el llamado comité global de acreedores reúne a los tenedores de dos tercios de la deuda en manos de bonistas extranjeros. Si esto es así, ellos detentan entre 27 y 41 por ciento de la deuda en default, según las diversas hipótesis sobre la proporción de esos títulos en poder de no argentinos. Por ende, el Fondo con su exigencia les estaba confiriendo a Gurría, Lerrick y compinches poder de veto sobre cualquier propuesta argentina. ¿No lo sabían el staff y la gerencia del FMI? Si la Argentina aceptaba esa exigencia, quedaba en manos de estos personajes.
El aludido documento reciente del FMI confiesa la preocupación de sus directores (básicamente los que representan al G-7 y algunos más) por la concentración de la cartera crediticia en unos pocos grandes deudores (entre ellos Brasil y la Argentina). Peor aún: las deudas con el Fondo hoy representan una porción importante de la deuda total de esos países. Pero reconocen que, por su misma razón de ser, el FMI no puede “diversificar riesgos”. ¿Qué sentido tendría asistir a países solventes, es decir, que no necesitan asistencia?
En otras palabras, la suerte del Fondo está atada a la de países como Brasil y la Argentina, que son economías de ingresos intermedios, ni altos ni bajos. Es lógico, porque gracias a eso han podido endeudarse tanto en los mercados. Un país verdaderamente pobre nunca tuvo disponible esa opción. ¿Pero cómo harán Brasil o la Argentina para sanear verdaderamente su situación externa y atender su drama social interno si el mundo sigue siendo una cancha inclinada en su contra, por el proteccionismo primario de las potencias centrales y otras inequidades?
El Fondo está, precisamente, para poner paños fríos y así permitir que perduren las injustas reglas de juego. Como para cumplir bien su cometido necesitaría contar con más recursos, opta en compensación por endurecer sus condicionalidades. Pero aún quedan más desafíos. Por caso: si el Estado debe volver porque ha fracasado la idea privatista a ultranza de que el mercado se ocupará de financiar la necesaria infraestructura económica y social, privatizaciones mediante, los organismos multilaterales deben hacerse cargo de bancar financieramente. Para eso deberían tener más capital y asumir más riesgos. Hasta ahora, ni una cosa ni la otra.