ESPECTáCULOS
“Somos una sociedad que siempre está machacando sobre lo mismo”
El director teatral Rubén Szuchmacher estrena el viernes El siglo de oro del peronismo, un espectáculo que enlaza dos obras creadas en diferente época y geografía. A partir de ese marco se permite jugar con los antagonismos históricos, que también pueden ser mostrados de forma irónica.
Por Hilda Cabrera
En un principio era The Doors, por la importancia que adquirían las puertas en el dispositivo escénico. Un título aséptico si se lo compara con el finalmente elegido por el director Rubén Szuchmacher: El siglo de oro del peronismo. Con este nombre se estrena el viernes a las 21, en Del Otro Lado (Lambaré 866), un espectáculo que enlaza dos obras creadas en diferente época y geografía. La duración total es de dos horas cuarenta minutos y admite un número limitado de espectadores. Estos recibirán con su entrada una contraseña que les indicará el orden en que verán las obras. El siglo... incluye materiales bien diferentes: Casa con dos puertas mala es de guardar, obra “de capa y espada” del madrileño Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), y Comunidad organizada, resultado de una investigación sobre formas de actuación y tramos puntuales de la historia argentina con dramaturgia de Marcelo Bertuccio y Szuchmacher, también a cargo de la dirección. Figura del “siglo de oro” del teatro español, el creador de La vida es sueño y El gran teatro del mundo, y de numerosas comedias (unas 120) y autos sacramentales, fue uno de los últimos grandes autores de aquella época de esplendor (en realidad, parte de los siglos XVI y XVII del teatro europeo) que fue declinando casi al mismo tiempo que el poderío imperial de España. Contrariamente a lo que sugiere el título que reúne a las dos obras, Comunidad... no se instala en años dorados sino en una época de cruentas confrontaciones.
En la entrevista con Página/12, Szuchmacher señala tres momentos de la historia argentina: el enfrentamiento, agudizado en 1954, entre la Iglesia y el gobierno de Perón; la víspera del golpe militar del 16 de setiembre de 1955 (el de “La Libertadora”, que colocó en el gobierno al general Eduardo Lonardi y sesenta días más tarde a Pedro Eugenio Aramburu); y situaciones cotidianas de comienzos de 1956. Tal vez porque Casa con dos puertas... no respeta de modo estricto los códigos clásicos de tiempo y lugar, los autores de Comunidad... hallaron vías para “entrar en los huecos” de la pieza de Calderón. El entramado surgió de “ideas fundantes”, según apunta el director (también destacado actor y régisseur, entre otros trabajos de El traductor de Blumenberg, Cine quirúrgico, El cimarrón y Liederkreis). Una de ellas, y previa a las confrontaciones históricas que inspiraron el espectáculo (la de peronistas y “gorilas”, por ejemplo), surgió del deseo de indagar sobre determinadas formas de actuación “algo chejovianas y naturalistas” y el gusto por lograr una “democracia escénica”. En opinión de Szuchmacher, las obras del ruso Anton Chéjov responden a esa democracia: “Esto no sucedía en las piezas del Siglo de Oro, por eso hacer sólo una obra de Calderón hubiera sido antidemocrático para el grupo”, sostiene. De modo que en el entramado de El siglo de oro del peronismo todos los intérpretes cumplen roles trascendentes, trabajando de manera simultánea para dos plateas distintas.
–¿Comunidad organizada se refiere a un texto de Perón?
–El título está tomado de un famoso discurso que Perón pronunció en Mendoza, en un congreso de filosofía de 1949. Allí están contenidos algunos principios de la ideología peronista. En la obra, el término comunidad es irónico. Lo que el público verá no es tampoco una parodia, sino a un grupo de individuos que sostienen diferentes ideas sobre política. Ellos se encuentran en una especie de patio de camarines, porque la “comunidad” es en realidad un elenco.
–¿A qué se deben las biografías apócrifas que la producción entrega a modo de dossier, donde se mezclan nombres de la época, reales, con otros inventados?
–Es un juego sobre saber y no saber, con algunos guiños para el que lea el dossier, que es un material interno de trabajo, pero vamos a ofrecer por un peso al espectador que se interese por la matriz del espectáculo. En El siglo de oro del peronismo los antagonismos históricos son también mostrados de forma irónica.
–¿Por qué imaginar entonces que pueden ser superados si responden a intereses económicos y políticos bien concretos?
–Se puede pensar en una manipulación de intereses, pero de todos modos me sigue impresionando el hecho de que en la Argentina “nada deviene histórico”. Si uno se pone a gritar en cualquier lugar público ¡Viva Rosas! arma inmediatamente una bronca, porque es seguro que aparece un sarmientista. ¿No pasó acaso el año pasado con el proyecto de cambiar el nombre de un tramo de la avenida Sarmiento por el de Juan Manuel de Rosas? La sociedad argentina no puede cerrar etapas, y no solamente la de la última dictadura militar; tampoco el viejo antagonismo Moreno-Saavedra. Es posible que haya fuertes intereses detrás, pero como sociedad machacamos siempre sobre lo mismo. Un ejemplo es el de la política actual, organizada sobre los enfrentamientos del pasado: todavía se discute acaloradamente si Perón fue un gobernante bueno o malo.
–¿No existen falsas confrontaciones, consignas utilizadas como escudos para no perder poder?
–Ahí es que digo que la sociedad convalida ese desinterés por la polémica seria. También por eso Comunidad... es un trabajo armado sobre restos de lenguaje. Los personajes son gente común que habla como en la década de 1950, pero sin parodiar. Si al público le resulta graciosa la palabra turulato (entontecido, alelado), por ejemplo, va a ser por extraña pero no porque se quiera hacer un chiste. Para esta obra consultamos libros, vimos películas, nos asesoramos con especialistas y pedimos al elenco que improvisara. Trabajamos también sobre el recuerdo que conservan nuestros familiares y gente amiga. Creo que con Marcelo Bertuccio pudimos recuperar algo de la vida cotidiana de entonces.
–¿Por qué dice que hoy no se polemiza?
–En este momento solo “parece” que se vuelve a hablar de política. No se avanza sobre lo más conflictivo. Lo único que se hace es apelar a identificaciones netas: se es o no se es tal cosa o tal otra. Cuando uno se mueve en un ambiente oficial, y me voy a referir ahora a los teatros y a sus operarios, se encuentra con un santuario peronista. Subsiste la iconicidad en esos lugares, pero también en la sociedad. Esto nos demuestra que nada cambia. En la televisión, por ejemplo, la telenovela Los Roldán, que tiene tanto éxito, muestra iconos y encarna la imposibilidad de polemizar. Se hace uso de una especie de grotesco para mostrar a pobres y a chetos que no existen en la realidad. Es una manera de despolitizar a la sociedad. ¿A quién lo va a alterar que se muestre a unos ricos un poquito corruptos? Una de las intenciones de Comunidad... es reflexionar desde el teatro, y de una manera divertida, sobre este gusto por los iconos y la discusión por la discusión misma. Todo el contenido ideológico que expresan los personajes durante una hora diez termina en nada, se acaba cuando el grupo reunido en ese patio de camarines se pregunta dónde irá a comer esa noche.
–¿Cómo influyó la obra de Calderón en Comunidad...?
–En el funcionamiento del lenguaje, que es elevado en Casa con dos puertas... si lo comparamos con el degradado de Comunidad... Este trabajo sobre el lenguaje nos permitió jugar además con otro antagonismo: el de lo culto y lo popular. Aunque están unidas, cada obra mantiene su autonomía. Calderón divierte por lo que escribió y no por los chistes que podamos hacer con representaciones bastardas. Los primeros diez minutos parecen escritos en húngaro: nadie entiende a pesar del buen decir de los actores. Transcurridos 15 minutos se acomoda el oído y hasta resulta un lenguaje familiar. Hicimos un testeo en los ensayos, invitando a gente de gustos diferentes. También a un muchacho cuyo horizonte es el fútbol y la cumbia, aunque está haciendo esfuerzos para terminar el secundario. Se divirtieron todos. Vamos a tener que creer en la popularidad de los clásicos.