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Verónica, entre el secundario y el kiosco

Verónica Lorenza Díaz tenía 22 años. Cursaba el secundario en una escuela nocturna y trabajaba en un kiosco de la terminal de ómnibus de Viedma. Con su sueldo contribuía con la economía familiar. Vivía junto a sus padres, sus tres hermanos y sus dos hermanas en Barrio Guido, una localidad humilde de la capital provincial. Habían llegado hace 20 años, provenientes de San Juan.
En un primer momento, varios medios dijeron que la anemia por la que Verónica inició el tratamiento de hierro tenía su origen en un embarazo. Su familia, profundamente católica, aclaró que no era cierto. Ofendidos por este motivo, sus posteriores contactos con la prensa fueron monosilábicos. Poco dejaron traslucir sobre la vida de Verónica.
Ayer, un periodista de un diario rionegrino pidió colaboración a la policía para que le indicara el domicilio de algún vecino conocido de la joven, y de este modo saber algo más acerca de su historia. “No tienen teléfono, no hay manera de ubicarlos”, indicaron desde los medios de esa provincia.
Nunca se le conoció novio, sólo contaba con amigos y enseñaba catequesis. Quienes la conocían, todavía no pueden creer que todo haya pasado tan rápido. Y que las causas de su muerte sean, de tan absurdas, inexplicables. El domingo había salido de Viedma para hacer una última apuesta por la vida en el Hospital Eva Perón, del partido bonaerense de San Martín, especializado en el tratamiento de problemas hepáticos.
Sus familiares programaban el entierro para ayer, pero tuvieron que posponerlo para hoy porque cuando el avión estaba en viaje se desató una gran tormenta. El agua, que derribó las marcas de 40 grados que tuvieron hasta la tarde los rionegrinos, no permitía el aterrizaje. La despedirán a las 10 de la mañana en el cementerio de Viedma.

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