EL PAíS › OSVALDO BAYER*.

La gran fachada argentina

Jon Lee Anderson, en su biografía sobre el Che, señala que siendo éste todavía muchacho dijo lo siguiente de su país, la Argentina: “Es un edificio artificial, una magnífica fachada detrás de la cual se esconde la verdadera alma del país, un alma corrupta y enferma”. Esto lo dijo al asomar la década del ‘50. Avisado, el muchacho. ¿Qué diría hoy después del ejemplo de De la Rúa, del levantamiento popular, del cacerolazo de los ahorristas y del regreso de la mafia oficial, con besitos, lágrimas y abrazos, en el salón del juramento?
Tal vez diría: la Argentina es la mejor fachada del gatopardismo. Del modificar todo para no cambiar nada. O del regresar –siempre los mismos– con toda sonrisa bien ancha, como si ellos no hubieran sido los culpables del gran desaguisado argentino de los ‘90. Están de nuevo. Con sonrisas comprensivas y la escarapela nacional, después de haber vendido al país al menor postor. El grupo de los cinco de Don Corleone, todos aparentemente peleados entre sí pero, cuando hay que repartir, reparten entre ellos. Se turnan. Y el hombre que perdió tan luego con De la Rúa es hoy el primer mandatario de todos los argentinos. Es que no se dejó desanimar. Siguió manteniendo su comité en Lomas, sus hilos y hombres en el comité bonaerense y su patota. Como Don Alberto Barceló, aquel famoso e insuperable Don Corleone de los años ‘30.
Político argentino: si quieres llegar al poder, si quieres mantenerte en el poder, sigue el ejemplo del caudillo de Avellaneda. El más argentino de los políticos argentinos. El hombre de Lomas de Zamora que apenas podría haber sido el portero de Don Alberto. Pero, bueno, la política argentina de hoy no exige tanto. Si se tiene la Corte Suprema –y en cualquier momento se puede repetir el pacto de Olivos, el más perverso de los pactos del populismo argentino– y, más que todo, si se tiene a Don Corleone, a quien se lo escupe cuando se da vuelta pero todos saben que tiene los hilos que mueve los títeres...
Recuérdese a Fernando de la Rúa, quien nunca logró pasar de ser tramoyista del teatro de títeres. Los hilos llegan desde Washington –esa frase tan repetida y cada vez más cierta– y pasan por los anillos de Don Corleone. El día en que asumió Duhalde, ya hubo carteles: “Don Corleone, vuelve” y se repartieron empanadas y alguna muñeca chilena. Cuestión que en la Casa Rosada estuvieron todos juntos. Hasta algunos radicales como ratones escaldados pidiendo disculpas –como es habitual– a milicos, comisarios y a las huestes triunfadoras. Sí, Don Corleone perdió fuerza aunque salió de Don Torcuato con la frente bien alta y dispuesto a reacomodar el tablero. Les gana a todos.
La puesta en escena que han vivido los argentinos supera todo realismo mágico. Cambio; recambio; piquete; levantamiento popular; cacerolazo de los ahorristas; muerte joven a la madrugada bajo los tiros y el látigo de un comisario llamado Santos. Y de pronto, el vice de Don Corleone es presidente. Leamos las estadísticas de lo que era el Gran Buenos Aires, y el trabajo que había, y en lo que se convirtió, después de los años de duhaldismo. ¿El va a guiar al pueblo argentino a corregir los “errores” cavallistas, cuando fue uno de los hombres fundamentales de todo ese sistema que cerró nuestras fábricas y echó a patadas a nuestros trabajadores? Sonríe, argentino. Duhalde está rodeado y tironeado por el corleonismo, pero es seguro para mantenerse en el poder. A Bush le pasan partes diarios. Dentro de todo, él es el verdadero Padrino: el que nos hará pagar la deuda ya sea con embajadores o con cohetes.
Nos hicieron pasar de la Plaza de Mayo a un local para alienados. Mejor que hacer es realizar y mejor que realizar es hacer. Ya están las consignas para dentro de dos años. No hay peligro de que los hombres y mujeres del trabajo y los desocupados echen a los gordos de la CGT. Ellos saben los números directos de Don Corleone y sus ahijados. Somos todos argentinos. Adónde va el país, es la pregunta. Hasta ahora sólo podemos responder adónde vuelve el país: a los ‘90. Aunque veremos cosas para aplaudir desde la platea y volver contentos a nuestras casas. Por ejemplo, se reemplazarán tres jueces de la Corte Suprema, cuando tendrían que echar a todos directamente a Devoto. Se condenará a Alderete, sí, pero a un mes en Don Torcuato. Y a María Julia, a dos. Y gozaremos el espectáculo porque con Don Corleone tendremos una segunda Isabelita. Emociones argentinas.
Salvo que los piqueteros, los estudiantes, los sin trabajo, el pueblo humillado, los maestros, los próximos exiliados, ocupen la Plaza de las Madres, corten las rutas, griten Libertad, vuelvan a dar vida a las fábricas cerradas y lo hagan todo pensando en sus hijos. Si no, siempre nos mandará un Corleone, con sus relaciones carnales y sus sonrientes discípulos ocupando el balcón de la Rosada. (Esto no está escrito en estilo satírico. No. Es un estilo realista, histórico, científico. Sí, parece macabro, pero no podemos mentir.)

* Historiador, periodista y novelista. Su último libro es “Rainer y Minou”.

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