EL PAíS
La investigación de la AMIA fue su oportunidad y el telón de su carrera
La frase “se van a caer de espaldas” quedará vinculada para siempre a la imagen de Juan José Galeano del mismo modo que el nombre del ahora ex juez jamás podrá desvincularse del fracaso en la investigación del mayor atentado ocurrido en la historia de la Argentina. El propio Galeano la pronunció días después de la explosión de la AMIA como una suerte de vaticinio de que en poco tiempo esclarecería un atentado que once años después sigue impune. Lo que cayó ayer fue el telón de su carrera judicial porque sus vínculos con la SIDE lo convirtieron en pieza clave de la maniobra de encubrimiento orquestada por el poder político que lo había consagrado en su cargo.
Galeano debe su ahora trunca carrera de juez a los hermanos Anzorreguy. Su designación allá por el ’93 fue rubricada por Carlos Menem, pero en verdad se decidió en la SIDE, desde la cual su titular Hugo Anzorreguy –con la guía de su hermano Jorge– manejó durante la década menemista el fuero federal.
El otro que durante esos años estuvo dedicado al manejo de la Justicia fue Carlos Corach. Sin embargo, nunca hubo duda alguna de que Galeano era ahijado del jefe de los espías: al momento de su nombramiento, el juez caído en desgracia llevaba ya una relación de varios años con los Anzorreguy, que empezó a forjarse desde el momento en que todos convergieron en la resonante causa del Sanatorio Güemes que llevaba adelante el juez Remigio González Moreno. Ese caso encontró a Jorge Anzorreguy como abogado de los acusados directores de ese sanatorio y a Galeano como secretario del juzgado de Luis Velazco, quien a partir de una contradenuncia de los responsables del Güemes –que siempre se presumió fundada en escuchas ilegales realizadas desde la SIDE– terminó deteniendo a González Moreno por cohecho y prevaricato. En retribución a los servicios prestados, los Anzorreguy ungieron juez a Galeano.
Los vínculos entre Galeano y la SIDE saltaban a la vista del simple repaso de los “meritorios” de su juzgado: en esa nómina figuraban, entre otros, la hija de Juan Carlos Anchezar, uno de los hombres fuertes de la casa de los espías; un hijo de Juan Carlos Lavié, jefe de la Dirección de Observaciones Judiciales encargada de “pinchar” teléfonos y más conocida en el ambiente como la Ojota; un hijo de Jorge Lucas, concuñado de Anzorreguy y jefe de contrainteligencia; un pariente del ex juez y también funcionario de la SIDE, José Allevato; y la hija del comisario Jorge “El Fino” Palacios, quien firmó el retiro de los casetes con las escuchas de la causa AMIA que nunca más aparecieron.
Jorge Anzorreguy acostumbraba a visitar con frecuencia a Galeano en su despacho. No era el único que lo hacía: al ex titular de la DAIA Rubén Beraja también le valía el calificativo de habitué.
Galeano no solía recibir a sus amistades antes de las siete de la tarde, hora a la que regresaba a su juzgado. Es que, según cuentan en Comodoro Py quienes nunca le tuvieron simpatía, nunca fue un esclavo de la Justicia. Según el relato, en la época en que no tenía más preocupaciones que satisfacer los deseos de quienes lo instalaron en su cargo Galeano nunca llegaba a su despacho antes de las once de la mañana y a la una y media o a más tardar a las dos de la tarde se iba a jugar al golf para combatir el estrés.
El menemismo siempre respaldó sin fisuras los actos de Galeano. Una vez que sus mentores abandonaron el poder, la estrella del juez comenzó a apagarse. En septiembre del año pasado, cuando el Tribunal Oral lo acusó de haber armado una pista falsa a pedido de la Casa Rosada en tiempos de Menem, quedó claro que sus días en la Justicia estaban contados. Galeano intentó una última maniobra para evitar el juicio político y la destitución: presentó su renuncia, pero Néstor Kirchner se la rechazó.