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El mismo diecinueve
Por Andrés Jaroslavsky
Estimado Máximo Jaroslavsky:
Quisiera hacerte llegar mi solidaridad, pero esto es imposible ya que te escribo desde el 19 de noviembre del 2005, 30 años después de que fuiste secuestrado por las Fuerzas Armadas argentinas.
Dondequiera que hayas estado, deseo transmitirte unas palabras que te ayuden a sobrellevar esta tremenda injusticia. Vas a transitar un infierno, tus captores te torturarán todo lo que les plazca y lamento sinceramente que ver crecer a tus hijos sea un sueño que no cumplirás. Estos militares que te mantienen secuestrado, como pronto descubrirás, van a asesinarte.
Quiero que sepas de mi condena a estos asesinos, que luego ocultarán tu cadáver y enseñarán –sin dar explicaciones– a sospechar de tu nombre.
Tu muerte nos impedirá todo: haber hablado, habernos enfrentado e incluso, muy probablemente, habernos querido. Lamentaré estos vacíos que dejará tu ausencia pero hoy, comparando mi suerte con la tuya, me siento afortunado. Guardaré con ternura tus fotos, un puñado de memorias difusas y de vez en cuando disfrutaré alguna anécdota de quienes atesoran aquello que yo siempre envidiaré: el placer de haberte conocido.
Años después de tu desaparición entenderé que esta tragedia es tan perversa como la de cualquiera de los miles que padecieron tu mismo destino. La tragedia de una familia, la de todo un país, incluyendo a quienes todavía no se enteran.
Descifrando el sueño que te costó la vida descubriré que el terrorismo de estado mata tan injustamente como la pobreza, la falta de salud o la falta de educación. Los años me alejarán de vos, de aquel médico al que secuestraron mientras visitaba a sus pacientes, del padre ausente que sonríe en imágenes congeladas.
La dirección irreversible del tiempo hará imposible nuestra comunicación y me obligará a conjeturar tus últimos deseos, tu sueño final. Si mi sentido común no se contamina de idealismo infantil, creeré que soñaste con simpleza: un futuro feliz para nosotros, que el horror no nos paralice y que los valientes que se adueñaron de tu vida sin dar la cara sean castigados. Si fuese posible una excepción, un milagro secreto, si esta carta pudiera viajar a contramano en el tiempo y alcanzarte antes del final, descubrirías que tus sueños te sobrevivieron, que seguimos poniendo el mejor esfuerzo en nuestras vidas, que aquellos generales sin reglamentos que están por asesinarte ya no asustan ni a las cucarachas y que la búsqueda de justicia para todos, para vos y para el que ruega monedas en el semáforo, hoy se renueva y es compartida por millones.
“Un ruido acompasado y unánime, cortado por algunas voces de mando, subía de la Zeltnergasse. Era el amanecer, las blindadas vanguardias del Tercer Reich entraban en Praga. El diecinueve, las autoridades recibieron una denuncia; el mismo diecinueve, al atardecer, Jaromir Hladik fue arrestado. Lo condujeron a un cuartel aséptico y blanco, en la ribera opuesta del Moldau. No pudo levantar uno solo de los cargos de la Gestapo: su apellido materno era Jaroslavski...”
Jorge Luis Borges, El milagro secreto, 1944.
* Autor de The Future of Memory, Children of the Dictatorship in Argentina Speak, publicado por Latin America Bureau, Londres, 2004.