Martes, 7 de noviembre de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
En definitiva, aunque tras un par de peripecias estimables, primaron la racionalidad y el apego a la ley. Fue necesaria la señal de alarma encendida por el voto misionero que Néstor Kirchner y Felipe Solá percibieron, obrando en consecuencia. El planteo judicial del gobernador bonaerense, desistido antes del mediodía de ayer, instaba una interpretación capciosa del artículo 123 de la Constitución provincial. La norma, mal parida y peor redactada, estipulaba dos períodos para Eduardo Duhalde y ni un día más. La ansiedad política de Solá, motivada por no tener certidumbre sobre su destino ulterior a 2007, “cruzó” con su buena intención de voto y viabilizó su tentativa. El Presidente la “toleró” en un momento en el que estimulaba el ansia reeleccionista de otros gobernadores. La mutación de escenario, consecuencia del veto popular, impuso el desistimiento presentado con pompa, circunstancia y reconocimientos mutuos entre Alberto Fernández y el gobernador.
Dos charadas buscaba desentrañar Solá, la primera era garantizar el peldaño inmediato de su carrera política. El enigma sigue en pie y acaso se acentúe en los próximos meses que serán de especulaciones y mesas de arena.
La segunda era cómo mantener la gobernabilidad en los albores de un año electoral, cómo saltear el estigma del pato cojo en una provincia que se las trae. El primer rubro de ese intríngulis es el déficit provincial que resucitó en 2006 y será un grano durante el año que viene. En el gobierno nacional se asegura que el gobernador no quedará desamparado ni la provincia deberá hacerse cargo sola de lo que puede ser un agujero negro. El déficit, coinciden en la Rosada y en Economía, no es responsabilidad del actual gobernador, sino consecuencia inevitable de la magra tajada que recibe Buenos Aires en concepto de coparticipación federal. Alejandro Armendáriz cedió un buen porcentual al conjunto cuando gobernaba la provincia, abriendo un flanco que nunca se reparó.
El Fondo del Conurbano bonaerense, exigido por Eduardo Duhalde a Carlos Menem para “bajar” a la provincia, fue un zurcido confuso, opaco institucionalmente e inestable. La ley de coparticipación federal es una de las tantas normas fundantes cuya discusión se posterga de modo crónico en función de la emergencia cuyo final nadie sanciona, por si las moscas.
En Economía, muy cerca de la ministra Felisa Miceli, se asegura que “Felipe debería gestionar mejor, a veces se distrae demasiado en sus devaneos políticos, pero el déficit no es su falta. Lo vamos a ayudar y a financiarlo, seguramente de un modo menos gravoso que este año”. Habrá que abrir las arcas, ya que Buenos Aires no va a ser la única provincia deficitaria aunque sí la más grandota.
Si primara la pura racionalidad instrumental, el gobierno nacional, el de Solá y las huestes del virtual candidato a gobernador deberían funcionar en equipo. El cuadro de situación parece estimularlo. Buenos Aires es el distrito con más votantes, esencial para garantizar una diferencia nacional importante en una elección presidencial. Juan Carlos Blumberg es un (potencial, casi seguro) candidato opositor con intención de voto no desdeñable. La situación no es parangonable a Santa Fe y Capital, donde Hermes Binner y Mauricio Macri jaquean en plan ganador territorios que el Gobierno o sus aliados ganaron en 2003, pero la necesidad de obtener una victoria rotunda acentúa el parentesco.
Claro que no siempre los dirigentes actúan con pura racionalidad. Los recelos, los rencores personales, los errores (aunque usted no lo crea) juegan su partido y habrá que ver cómo se reconfigura el tablero provincial ahora que la candidatura principal está vacante.
Como ya se comentó el domingo, Aníbal Fernández queda en la pole position, al menos si las perspectivas se miden al fragor de los sondeos. José Pampuro, Julio Alak, Sergio Massa y Alberto Balestrini son otros nombres que se barajan. Y el nuevo escenario dinamiza la reaparición de la hipótesis de un tapado más afín al núcleo duro del kirchnerismo, incluyendo en la conversación a Cristina Fernández, a Alicia Kirchner y a Julio De Vido. Esta lista no termina de ser exhaustiva porque la imaginación de los alquimistas electorales propende al infinito y la situación actual la cataliza. Los encuestadores, que mayoritariamente erraron feo en Misiones, tendrán una oportunidad para reivindicarse o, aunque sea, un nuevo trabajo por delante.
“Estoy como (el boxeador Carlos) Baldomir, subido al ring pero da la impresión de que voy a perder”, ironizaba Solá el sábado ante oídos amigables. Baldomir todavía no había sido superado con holgura pero la suya era una derrota anunciada. La retirada del gobernador también, desde que Kirchner procesó el sentido del voto misionero. El sentido del humor de Solá se aderezaba con rezongos acerca de las movidas partidarias de José María Díaz Bancalari, detrás de las cuales entreveía el aval o la aquiescencia del oficialismo nacional.
El horizonte político parece excitarse y crecer en indeterminación pero, si se juzga bien, sólo queda en un punto del que nunca debió correrse. Los gobernantes no tienen plafond social para variar las reglas de juego en su exclusivo favor, para reparar la falta de destreza (¿o de voluntad?), para capacitar cuadros, promoverlos y preparar su propia sucesión. Fue desalentado el ensayo de mover el arco, por la autopista de la constituyente o la colectora judicial, ahora las reglas de juego son otras.
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