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¿Democracia de partidos?

 Por Maria Matilde Ollier *

Que las elecciones del domingo pasado hayan consagrado a una mujer al frente de la Casa Rosada implica una novedad que se suma a otra ocurrida en similar dirección. Fue una mujer la que alcanzó, por primera vez, el segundo lugar en la carrera presidencial. Estas primicias se vieron acompañadas por dos curiosidades: con el menor caudal de votantes desde 1983 (73 por ciento del padrón), Cristina Kirchner obtuvo el porcentaje más bajo de sufragios de un presidente electo en primera vuelta luego de esa fecha, pero, al mismo tiempo, puso una distancia mayor con el competidor siguiente. Ambos datos imponen conclusiones: la bonanza económica no sedujo a la mayoría de los votantes y la presencia de un voto opositor, rondando el 55 por ciento, no logró traducirse en una alternativa capaz de forzar al ballottage y acortar la distancia oficialismo/oposición.

El futuro gobierno de Cristina Kirchner parece anunciar otra noticia en relación con el funcionamiento tradicional del justicialismo, donde el presidente de la Nación ha sido siempre el jefe partidario. El mandatario saliente se dispone a dar la batalla para constituirse en ese lugar, normalizando el PJ vía elecciones internas que espera ganar. ¿Una jefatura renovada se hallará en condiciones de contener las diferentes variantes que, aunque minoritarias, se ubicaron el domingo en el campo opositor? La respuesta precisa aún el paso del tiempo. De todos modos, aquí es necesario destacar el aporte que hizo al triunfo oficialista, a nivel nacional, la victoria de Daniel Scioli. De los cuatro distritos electorales más importantes, Buenos Aires ofreció una holgada victoria al oficialismo, que fue derrotado en Capital y en Córdoba, obteniendo escasa ventaja en Santa Fe. De ahí que la tarea de Kirchner sea quizá más ambiciosa aún: disponerse a conducir una coalición (más institucional que la concertación plural) de apoyo al Gobierno, integrada por el Partido Justicialista y sectores radicales y socialistas. La estrategia abre dudas sobre el rumbo futuro de franjas de la oposición.

El radicalismo y el socialismo se hallan a punto de enfrentar una disputa interna atravesada por el dilema de dónde ubicar a la fuerza. Las diferencias en el interior de estos partidos encierran la tentación, para sus alas pro gobierno y ayudadas por éste, de lanzarse a la conquista de las estructuras partidarias, hoy en manos de los opositores al kirchnerismo. Una prueba de resistencia a esta alternativa fue dada por la nominación a vicepresidente, en las fórmulas nacionales, de las máximas autoridades de ambos partidos.

La referencia triunfante del espacio opositor, la Coalición Cívica, formula interrogantes en relación con qué rol ocupará Elisa Carrió, qué interés hay en conformar una coalición progresista y republicana, fundada en reglas y con mayor esperanza de perdurar y qué posibilidad existirá de incluir al radicalismo en ese espacio. El centroderecha, si bien cumplió un deslucido papel, cuenta con el gobierno de la ciudad autónoma que, cuando comience a funcionar, le devolverá protagonismo a Mauricio Macri. A este espacio se añaden sus nuevos socios bonaerenses, pudiendo recalar allí retazos del PJ, reticentes o derrotados por la estrategia de unidad propuesta por Kirchner.

Mirando hacia delante, entonces, se perfilan tres diseños de construcción política: la concertación oficialista, la coalición progresista/republicana y el centroderecha, todos envueltos por la misma incógnita: se ordenarán como coaliciones de partidos guiadas por reglas o continuarán siendo conglomerados organizados en torno de figuras. Sería deseable que la elección del domingo último haya marcado un punto de inflexión: la no repetición, a futuro, del festival de boletas que presenciamos en esa ocasión. Las quejas (graves denuncias de robos de boletas, falta de fiscales que las repongan, demoras en apertura y cierre de los comicios) convierten el voto electrónico en la solución capaz de alejar sospechas que opaquen los resultados.

Como el desafío no es menor (promover la transparencia, mejorar la calidad institucional y la distribución del ingreso, frenar la inflación, obtener mejores estándares de seguridad democrática e insertar a la Argentina en el mundo) constituiría un paso adelante enfrentarlo construyendo una democracia de partidos fundada en la disputa de ideas y de valores, y no sólo en los candidatos. Se trataría de un buen comienzo para jaquear la dispersión y promover un mayor compromiso ciudadano.

* Politóloga, profesora de la Escuela de Política y Gobierno (Unsam).

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