ESPECIALES
Un lugar más peligroso
Por Juan Gabriel Tokatlian*
Indudablemente prima ver la situación de Argentina a la luz de dos fenómenos: uno, la guerra contra el terrorismo, y el otro en relación a la política de Estados Unidos frente al tema. Respecto a lo primero, el hecho de que en Sudamérica Estados Unidos definiera dos áreas de particular sensibilidad –una eminentemente peligrosa que es el arco andino concentrado en Colombia, y otra preocupante que es la Triple Frontera–, ha hecho que Argentina sea de alguna manera un referente en el tema de la guerra contra el terrorismo. En esa dirección ha sido poco lo que el país ha hecho: no ha avanzado en absoluto en el caso de la AMIA, que es un primer ejemplo que involucró a Argentina en el terrorismo internacional; ha hecho poco por coordinar labores más efectivas con Paraguay y Brasil, y aún menos por buscar una salida a la crisis colombiana que desactive este conflicto mayor en la región. Por lo tanto, ha tenido una actitud notoriamente pasiva frente al combate contra el terrorismo.
Respecto a lo segundo, a las consecuencias para el país de la política de Estados Unidos, cabe señalar que a Argentina le ha ocurrido algo similar a lo que al resto de Latinoamérica, que desde el 11 de setiembre pasado ha sido objeto de una política exterior norteamericana caracterizada por la incoherencia, el desprecio y la obnubilación. Los ejemplos son varios: tras los atentados ni siquiera México es tomado en cuenta en Washington, como lo fue al inicio de la administración Bush; Nicaragua y Bolivia fueron testigos de una diplomacia pro-consular, en la cual los representantes norteamericanos incidieron notoriamente para que las respectivas poblaciones no votaran por candidatos que eran vistos por Washington como adversarios, enemigos u oponentes: Ortega en el caso nicaragüense, Evo Morales en el caso boliviano. Venezuela experimentó un golpe de Estado que Washington ni desestimuló ni tampoco impugnó; Colombia se fue convirtiendo cada vez más en escenario de un involucramiento masivo e indirecto de Estados Unidos en la región andina. Y finalmente Argentina, que después del default fue sometida a un verdadero maltrato por Estados Unidos: es casi imposible encontrar un caso de país que siendo aliado extra OTAN de Estados Unidos y que aún siga definiendo su política exterior de claro alineamiento a Washington sea tratado prácticamente como un enemigo. Esta situación especial de Argentina, en el contexto general de la región, solamente puede ser interpretada a la luz de un auge de una diplomacia unilateral y coercitiva de Estados Unidos.
El 11 de setiembre significa que estamos en una situación aún más precaria desde el ámbito de las relaciones internacionales en general. En la medida en que se refuerzan las agendas de seguridad y los temas de naturaleza militar –la lucha contra el terrorismo, contra el crimen organizado–, queda más desplazada la agenda de tipo económico. En la medida en que Washington opta por estrategias cada vez más punitivas y coercitivas, menos espacio hay para tratar con un tono distinto casos muy complejos como el argentino. En la medida en que todo este proceso se da a la par de una recesión creciente en Japón y una posible recesión aún más aguda en Estados Unidos, de un lento crecimiento de la economía europea, de fuertes problemas en Asia en general, menos espacio hay también para que la comunidad internacional se concentre en un caso problemático como el argentino. De algún modo, visto desde el ángulo de la lucha contra el terrorismo, desde el ángulo de la política exterior de Estados Unidos, y desde el ángulo de la atención de la comunidad internacional, Argentina hoy está en un lugar mucho más delicado y peligroso que hace un año.
* Director de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.