Lunes, 2 de abril de 2007 | Hoy
ESPECIALES › SUPLEMENTO ESPECIAL 25 AñOS DE MALVINAS
La Guerra de Malvinas permanece en un limbo de símbolos que genera una actitud ambivalente de la sociedad. Las principales víctimas de esa actitud son los ex combatientes, que también fueron las principales víctimas de la guerra.
Por Luis Bruschtein
Si la pregunta fuera cuál es el consenso mayoritario al que parece haber llegado la sociedad en relación con la Guerra de Malvinas, la respuesta estaría plagada del verbo “parece”. Parece que hubiera un rechazo a la guerra, parece que hubiera un sentido solidario con los veteranos, parece que se considera legítimo el reclamo argentino de soberanía y parece que hay un sentimiento extendido de que los gobiernos tendrían que mantener una estrategia diplomática de reclamo con Gran Bretaña. Están los menos, también, que dicen que las islas se las queden los ingleses o los que apoyan la guerra pasada y esperan una futura.
En realidad, se habla poco de la guerra porque es un tema áspero, insidioso y molesto. Las posiciones extremas de uno u otro lado son de los que prefieren no escuchar y los pareceres se disparan según los ánimos y los humores. Malvinas no baja del plano de lo simbólico. Es un símbolo de “Patria”, pero también de derrota, de culpa, de vergüenza y de engaño. Y cuando se habla de la Guerra de Malvinas se mezcla todo. De Patria, porque así está en las escuelas; de derrota, por ídem; de vergüenza, por la derrota y las exaltaciones; de culpa, por el sentimiento de haber sido manejados por los militares de la dictadura, y de engaño, por las mentiras en los argumentos de la guerra, la corrupción oculta en las mismas filas de los militares y por los falsos relatos de la guerra en los medios.
Los espejismos y arenas movedizas que plagan los discursos sobre la Guerra de Malvinas están formados por lagunas de estas emociones contrapuestas que desde lo simbólico desdibujan lo real, lo hacen inasible y resbaladizo. Y además, lo real también es complejo, no es lineal, como que se queden los ingleses o que hay que sacarlos a patadas.
Alguien habrá, seguramente, que pudo separar lo simbólico de lo real para dar cuenta racional de esa realidad compleja. Pero no es un fenómeno extendido. Y la prueba son los veteranos de guerra, que fueron sus principales víctimas. Ese remolino de emociones ambivalentes, entre la solidaridad y el reconocimiento pero también el rechazo, se dispara en contacto con un ex combatiente. Porque el ex combatiente ha sido asumido como un símbolo de la guerra, cuando, en todo caso, tendría que ser un símbolo contra la guerra.
En realidad, antes que un símbolo de nada, son seres humanos reales, de carne y hueso. Han sido víctimas de la guerra y, para terminarlos de joder, han sido colocados en el lugar de símbolo de la guerra. O sea, son vistos como el símbolo de algo que a ellos los destruyó. Como si el robado, no el ladrón, simbolizara el robo.
Los mismos ex combatientes tienen discursos contrapuestos. Hay algunos agrupamientos, sobre todo de oficiales y suboficiales, que reivindican el bagaje patriotero hipócrita de la dictadura y tratan de influenciar a las agrupaciones de soldados, haciendo, incluso, contraposiciones perversas con las víctimas de la represión. Muchos de ellos participaron en los levantamientos carapintada para impedir los juicios por violaciones a los derechos humanos y en defensa de los señores de la guerra. Este discurso enturbia todavía más la imagen ambivalente con que la sociedad percibe a los ex soldaditos de Malvinas.
Más allá de este sector, que es minoritario, pero que está bien organizado, en principio porque, como retirados, tienen asistencia y pensiones de las Fuerzas Armadas y los soldaditos no, lo cierto es que la mayoría de los ex combatientes quedan aprisionados en esa contradicción aparente. Siente que si critican la esencia de la guerra cuestionan una identidad que los ha marcado y a la cual no pueden renunciar. Los menos han podido elaborar ese círculo vicioso, asumiendo con orgullo su identidad de ex combatientes y, por lo mismo, convirtiéndose en los principales acusadores de la guerra y sus responsables.
No es como los veteranos de Vietnam, porque en aquel caso, Estados Unidos era el invasor. En Malvinas, Gran Bretaña mantiene un enclave colonial anacrónico sobre territorio argentino. Lo cual hace más difícil la elaboración, porque ellos estuvieron dispuestos a dar su vida sobre la base de ese argumento que en un plano abstracto era correcto. Pero la dictadura no declaró la Guerra de Malvinas porque quería recuperar las islas –lo que se convirtió en un objetivo contingente– sino porque quería mantenerse en el poder. Lo real es que los llevaron para que dieran la vida por la dictadura. Fueron engañados y sin preparación ni armamento a una guerra absolutamente desigual e inoportuna. Pero no fueron ellos los únicos, los veteranos fueron engañados al igual que la mayoría de los argentinos que se sintió convocada por Leopoldo Galtieri en ese momento.
Resulta conmovedor cuando un ex combatiente revela su identidad a un desconocido con esa mezcla de dolor, de orgullo y al mismo tiempo de vergüenzas ocultas. Ellos sienten ese rechazo ambivalente –te entiendo, pero callate– de una sociedad que no quiere hablar de la guerra en serio. En ese cruce se juega todo el conflicto. Se supone que para valorar el sacrificio de los veteranos hay que exaltar la guerra como una gesta luminosa. Y se supone que si la guerra fue un engaño y una tragedia, no queda lugar para los héroes, sino para los tontos que arriesgaron la vida, engañados. Como si la sociedad tuviera esa visión infantil de una guerra. O como si hubiera una especie de obligación patriótica de exaltar la guerra, aunque a nadie le guste. El veterano queda prisionero entre esa exaltación y ese rechazo, como si la guerra en la que participó no hubiera involucrado a toda la sociedad, como si ellos no hubieran sido el punto más vulnerable de un país sumergido en la tragedia y el desconcierto. El que apoyó la guerra y se inflamó de patriotismo desde izquierda o derecha y ahora no quiere recordarlo porque le duele o le avergüenza haber sido usado, deja a los ex combatientes a la deriva de una tragedia que no es solamente de ellos sino de todo el país.
Toda la discusión sobre Malvinas navega esa ambigüedad entre un supuesto deber patriótico y el gesto más humano de rechazo al recuerdo de la guerra. La única forma que tiene la sociedad de espantar sus fantasmas es meterse con los símbolos de Malvinas y resignificarlos para encontrar el lugar del patriotismo y del heroísmo en una guerra a la que fue llevada con engaños. Sacar la guerra de los libros escolares con sus próceres de bronce y reconocer que siempre es una tragedia donde más que tontos o héroes, lo que hay son seres humanos puestos en una situación extrema. Es otro concepto del heroísmo, que tiene más que ver con la vida y con la condición humana. Y en ese sentido, en ese lugar, los ex combatientes han sido héroes, más que por su valentía, por su dignidad probada a fuego en situaciones terribles a que los llevaron los tropiezos de un país que tiene una historia difícil. Esa historia es de todos, no solamente de ellos.
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