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INGENIEROS

Entrevistado por Ernesto Mario Barreda
Caras y Caretas,
9 de mayo de 1925

Un maestro de la juventud. Y lo es, sin duda. En una visita que ha poco hice a la Universidad de La Plata, sentí palpitar entre la juventud estudiosa los gérmenes sembrados por este fecundo y laborioso espíritu.

Conversando con él, se lo digo. Con sencillez, me responde:

–Lo creo... Sin embargo hay una contradicción entre mi inteligencia y los núcleos espirituales y sociales a que pertenezco. Soy universitario y estoy alejado de las universidades; soy socialista... y hace muchos años que no pertenezco al partido...

En realidad, Ingenieros me ha parecido un hombre completo en el rumbo que se ha trazado, tal vez con sacrificio, pero con admirable serenidad. Un vasto plan de trabajo, al que dando cima año por año con una nueva obra; un apacible estado de felicidad en su hogar, que animan una esposa gentilísima y cuatro criaturas adorables.

–¿Para qué quiero más? –dice, envolviendo en una mirada de profundo afecto a la casa, a su mesa de trabajo, a sus libros predilectos.

Arrojo una visual y creo notar lo relativamente reducido de su biblioteca. En realidad, aquella sala de trabajo contiene pocas obras; la siguiente, menos aún; la última, sí, una estantería completa. Todo muy modesto, casi pobre. Los volúmenes, con la señal evidente de largas y frecuentes consultas; los muebles, hechos exclusivamente para trabajar y reposar.

–Ahora le voy a decir por qué se ven tan pocas obras... Primero, aquí tiene mis tres predilectos de la literatura moderna: France, D’Annunzio y Bernard Shaw... Aquí, mi debilidad en pintura...

Y me muestra, primero, tres caricaturas y luego cuatro reproducciones de tela de pintores futuristas.

–¡Esto me interesa mucho! –insiste Ingenieros.

–¿Cómo médico?

–Artísticamente... Sobre todo, ese Tren en movimiento... Las demás las puede hacer una criatura. Y en cuanto a los libros, realmente, han quedado pocos, y esto se debe a que hice donación de mi biblioteca a la Sociedad Luz... ¿Para qué voy a conservar obras que ya he leído, y sobre las cuales no volveré? Sería como conservar la ropa que fui usando a través de mi vida... Que otros las aprovechen...

–¿Eran muchos volúmenes?

–Unos seis mil... He reservado, simplemente, los que ahora necesito para las dos obras que tengo entre manos, una de ellas, próxima a aparecer. Las fuerzas morales... La otra será un estudio sobre el amor. En este momento, estoy con los griegos...

Ingenieros escribe sobre el amor consultando la universal literatura. Un lírico consulta su corazón únicamente. El filósofo hace un estudio sobre el amor; el poeta hace un experimento...

Rasgo nobilísimo la donación de tanto libro útil a la sociedad. Somos un país sórdido en este sentido. Hay donaciones, sin duda alguna, pero no siempre quien las hace reúne las cualidades indispensables para su real eficacia: inteligencia y generosidad.

¡Cuánta voluntad encierra el estudio, la compulsa de tanto libro de ciencia, de imaginación, a los que ha ido la inteligencia en busca de sabiduría, como una abeja en procura de miel!

–Trabajo cinco horas, en el consultorio. Después aquí, todas las noches, hasta las tres de la mañana... Jamás he estado enfermo; nunca he sentido la menor molestia. Cuando yo caiga en cama será para no levantarme más...

–Su acción militante –le digo– se ha sustraído del escenario... ¿A qué se debe este retraimiento?

–A que estoy trabajando, como usted ve... Tengo todavía un par de obras que pienso terminar antes de hacerme viejo.

A pesar de su inquietud, no le noto ningún síntoma de desfallecimiento. Pero él hace un ademán, y, con franqueza cordial, me invita a conocer la familia:

–Vamos a ver a los chicos...Son tres mujercitas y un varón. Rebosan la alegría de vivir, de moverse, de reír y hablar. Ninguna reprensión paternal. Ingenieros es para ellos como un hermano mayor.

Delia, Amalia, Julio y Cecilia. Un encanto, los picarones. La señora de Ingenieros, amable y culta, es la noble compañera del hombre de estudio. Discreta en la palabra, sencilla en el trato. Me explico la apacible alegría que se disfruta allí; la labor persistente, el optimismo robusto que surge de esa obra de disciplina moral, en que el padre está empeñado. De Ingenieros puede decirse que hace del trabajo una misión; de las ideas, un apostolado. Y si esta generación ya le busca, es, sin duda, porque ha encontrado en él la revelación de una fuerza, de una luz que le sirven de guía.

Sylvia Saítta y Luis Alberto Romero,
Grandes entrevistas de la Historia Argentina (1879-1988),
Buenos Aires,
Punto de Lectura, 2002
.

“Se ha hecho todo lo posible para localizar a todos los derecho habientes de los reportajes incluidos en este volumen. Queremos agradecer a todos los diarios, revistas y periodistas que han autorizado aquellos textos de los cuales declararon ser propietarios, así como también a todos los que de una forma u otra colaboraron y facilitaron la realización de esta obra.”

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