Miércoles, 1 de febrero de 2006 | Hoy
Estamos a la puerta de un lujoso departamento del lujoso Barrio Norte. Junto con el timbrazo se acallan las notas de un piano en el que se iban desgranando los acordes de un vals “muy siglo XVIII, muy antiguo y muy romántico”. Segundos después nos recibe cordial y sonriente Eva Duarte, hacia quien vamos en plan de reportaje.
–¿Interrumpimos su ejecución?
–Eso puede ser exageración. Tocaba el piano, simplemente.
–Un vals romántico, según nos pareció escuchar.
–Sí; siempre recurro a ellos para cubrir mis silencios.
Entramos. Hacemos vagar nuestra mirada por los numerosos estantes donde descansan también innumerables libros. Muchos cuadros adornan las paredes. Ardientes flores perfuman el ambiente y el rincón apenumbrado, buscando sin duda desdibujarse bajo las alas de un cóndor que lo adorna en actitud de levantarse majestuosamente, está el piano donde la dueña de casa, según su propia confesión, cubre sus silencios, que deben ser muy escasos, desde luego, por cuanto sus actividades artísticas en radio y cine le deben consumir la mayoría de sus horas.
Queremos volver sobre la ruta andada y, sobre todo, por aquellos primeros pasos en el difícil camino del arte; por aquella primera presentación que, sin duda alguna, debió producir en su alma tiernita de niña precoz una emoción tan intensa que jamás podrá alejar de sus recuerdos toda vez que, en medio de un silencio, en una pausa, le vuelva a golpear en lo más sensible de su femineidad: el corazón.
–Siempre recuerdo con profunda emoción mi primera actuación en radio. Yo era muy niña y comencé a recitar ante el micrófono de Radio Nacional. Todavía no me explico bien cómo pude vencer la nerviosidad del debut. Quizá por la misma ingenuidad o porque, alentada por buenos amigos, me sobrepuse a todo y ni siquiera se notó el más mínimo furcio.
–Quiere decir que apareció en este difícil mundo de la radiotelefonía nada menos que como “niña prodigio”.
–Efectivamente.
–Y contrariando la regla general este hecho no malogró sus esperanzas.
–Afortunadamente fue así, aunque aquel recuerdo siempre lo mantuve latente a través de la trayectoria de mi carrera. No podía ser de otra manera: habla con elocuentes sonoridades en lo más grato de mi emoción y de mi sentimentalismo.
Y aquella niña prodigio siguió creciendo también en la fama. Sus afanes artísticos se vieron colmados de inmediato y alcanzó el primer escalón en la difícil cuesta.
–En el viejo teatro Comedia de la calle Pellegrini desempeñé mi primer papel teatral. Fue en la pieza titulada La señora de los Pérez. Pero no seguí en el teatro. Había algo que obligaba más mis afanes: el radioteatro, ya que estaba, y aún estoy convencida en forma absoluta, que es un conducto directo para llevar nuestra emoción a toda clase de auditorios y, sobre todo, salvando las distancias más imposibles. Por ello, en 1938 debuté al frente de mi compañía de radioteatro, y desde entonces ininterrumpidamente he continuado en esa labor. ¿Con mi satisfacción? ¡Desde luego! ¿Con la de los radioescuchas? Posiblemente también, ya que sus manifestaciones epistolares o telefónicas así autorizan a creerlo. Afinqué mis esperanzas en el radioteatro. Creo haberlas colmado bien. Si ha sido así, habré cumplido un destino, y ello significa una vida aprovechada. En caso contrario valga el hecho fundamental de que mis afanes más sinceros fueron alcanzar esa finalidad. Esto también es suficiente para justificar el deseo de cumplir dignamente una etapa de la vida.
Evidentemente es así. El haber alcanzado un destino justifica una vida. Si a ello no se llegó, pero los afanes llevaban esa orientación, el aporte dado siempre debe merecer alta consideración.
Por eso desviamos la conversación hacia el cine que, junto con el radioteatro, constituyen la base fundamental de la carrera artística de Eva Duarte.
–Antes que nada –nos dice– debo aclarar que no deseo hacer teatro, como se ha dado en decir. No lo deseo porque esta expresión artística acapara demasiado nuestras vidas. Todas las proposiciones que en este sentido se me han hecho las he rechazado de plano. Aclarado este punto contestaré la pregunta relacionada con el cine, dentro del que estoy realizando en estos momentos una película de verdadera enjundia: La cabalgata del circo, en la que me toca en suerte actuar, bajo la experta dirección de Mario Soffici, en los estudios de San Miguel. También en esto he puesto en juego mis grandes esperanzas y mis más sinceros entusiasmos. Esperemos entonces su terminación para que crítica y público den la palabra definitiva.
–¿Y después de esta película?
–Indudablemente vendrán otras, pero el tiempo que media entre este momento en que hablamos y la posible iniciación de las otras es un poco largo, por lo que prefiero no hacer ahora el menor comentario. Esperemos su hora, y cuando ella llegue hablaremos largo y tendido.
–¿Es que teme, acaso, barajar el futuro?
–No, en forma absoluta no le temo al futuro. Muy por el contrario, espero de él tanto, que sus proyecciones han obligado a que hasta mi misma carrera artística pase casi a segundo plano.
–Preparándome para ese futuro, quiero primordialmente vivir la hora actual con sus alegrías y sus tristezas, ya que por la misma razón de que aquéllas abundan, éstas se aparecen de vez en cuando. Afortunadamente esas esporádicas apariciones no alcanzan ni con mucho a empañar la brillantez de las primeras. Y vivir la hora es seguir actuando en radioteatro cumpliendo este contrato que alcanza hasta el 31 de diciembre de 1945 y, sobre todo, estas otras audiciones en Radio del Estado –Hacia un futuro mejor–, que por ser de exaltación nacional y de finalidad altamente patriótica cumplimos en forma absolutamente desinteresada todos sus integrantes. Quiero vivir la hora –repite sonriente como si acariciara gratos recuerdos– y vivir también el halago de la culminación de mi carrera artística.
Indudablemente habíamos alcanzado el término de la entrevista. Nos habíamos impuesto de la carrera artística que Eva Duarte comenzara como “niña precoz” y la culminara en el estrellato radial y cinematográfico. Habíamos alcanzado también su emoción de mujer, que frente a la realidad de su hora quiere vivirla intensamente pero preparándose hacia su idealidad y su futuro; un futuro que según su propia expresión ha relegado a segundo término el halago del éxito artístico.
–¿Y por último? –preguntamos.
–Por último, nada más que lo que hemos conversado ya: mis afanes artísticos cumplidos y mis esperanzas reflejando gratamente en el fondo de mi corazón.
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