ESPECTáCULOS › LA TELEVISION ESTA REPLETA DE ASPIRANTES A LA SALVACION PERSONAL A TRAVES DE LA PARTICIPACION EN UN PROGRAMA
“En esta Argentina, es la única manera de subir la escalera”
¿Por qué aparecen multitudes en las convocatorias de “Popstars”, docenas de candidatos a desnudarse en “Fantasías”, postularse a granel para “El candidato”, centenares que sueñan con parecerse a las Bandana por un día? Los protagonistas de esta nueva oleada de programas de “gente común” explican sus razones.
Por Julián Gorodischer
Piru quiere entrar a la TV para poder editar su primer disco; Gabriela proyectaba una revancha. A Joaquín le gustaría que lo reconocieran por la calle; Bárbara va a demostrar que domina nueve idiomas. La repercusión, lo saben todos, es inmediata, y Piru (de “La oportunidad de tu vida”) ya disfruta de las mieles de su propio club de fans. Lejos quedó la vida rutinaria en Mar del Plata, ahora que podría definirse como flamante estrella pop. “En mi vida anterior...”, dice el chico de 19 y marca el tono: siempre el presente es mejor, aunque se impongan algunas precauciones. “Uso la vidriera para editar el disco, pero no quiero ser actor o figura mediática. Por más que haya miseria, no voy a arruinarme la vida.”
El “viejita”, según dice, no es un bicho de la tele. El quiere el beneficio y no el placer del participante en su solo ante la cámara, cuando muestra el bastidor y se sabe mirado, o admirado, o vapuleado, pero al menos centro de la atención de miles. Piru defiende su posición pragmática: aprovecharse de la tele, estar todos los días a las cuatro y media para que miren cómo se equivoca en la clase de canto (es el formato de Academia de Cantantes del español “Operación Triunfo”), sólo para que se facilite el camino hacia el disco editado en la Argentina quebrada. ¿Acaso hay otra variante del ascenso profesional? Conoce de antemano las concesiones: “Yo no tengo la mejor voz, pero sí detalles de personalidad que llaman la atención. Ese es el truco del reality show, atrae cosas sutiles: la forma de responder una pregunta, cómo eludís lugares comunes. A veces hasta me piden que repita algunas frases porque quedaron graciosas. Es muy estresante, y descubrís que estás todo el tiempo trabajando para ellos”.
La de Gabriela González en “Fantasías” fue una forma de revancha, que ahora disfruta en estado de exageración permanente, cuando planea empapelar la casa con sus fotos desnuda, como en el programa, allí donde posó como prostituta-víctima de Jack, el Destripador, mujer voluptuosa de las de antes, no “un palito” –desprecia–, no el modelo de belleza que le cerró puertas y más puertas en otros castings y apenas le ofreció un bolo en una publicidad de Slim en rol de ballena varada. Pero ella dijo no, porque una cosa es querer “aparecer” y otra muy distinta es “prestarse a situaciones humillantes”, y por eso ahora dedica con saña, con alegría, el desnudo de la conquista: “A todos los que me dijeron alguna vez que no: el que me negó el laburo como repositora, el que se me cagó de risa en el boliche. Cuando sos pendeja te la creés, y te vas llorando. Ahora, con mi desnudo, que se saquen de encima de una vez los prejuicios sobre la gordura”. Aunque “Fantasías” eluda el lugar común de los cuerpos bellos, nunca rompe con el de la “foto bella”, como de calendario, y eso incluye velos y tules en el lugar pautado, para que el cuadro sea armonioso y poco perturbador. Gabriela, que vio el video “200 mil veces” y quiere “empapelar la casa”, tiene una cuenta pendiente con el público: “La gente es morbosa y pide desnudos frontales, pero después votan para que gane la embarazada. Qué país careta”.
Juan Donato, alias Sol, que se disfraza de mujer para ir a los boliches y probarse a sí mismo cuán femenino puede ser, posó desnudo, y el portfolio reveló su identidad masculina sobre el final, aunque nunca mostró el falo. Juan recuerda su “aparición” como un recurso para dar sorpresa: se regocija pensándose a sí mismo como un misionero que difunde los beneficios de la androginia. Dice que le propusieron trabajar en Italia “como mannequin andrógino”, pero prefirió quedarse “para que en la Argentina descubrieran qué lindo puede ser”. La TV ya le abrió puertas: “Soy la cara de una peluquería”, relata. En cualquier caso, el famoso repentino tiene una única clave para medir su popularidad, el secreto de su éxito, y es el saludo o el grito por la calle. “Recibo cosas lindas yguarangadas”, dice Juan, que se niega a ser rotulado como travesti. “Soy mujer”, dice a cambio, orgulloso del efecto confusional, más satisfecho aún cuando recuerda la expresión del fotógrafo que se confundió en el primer casting y lo descubrió como varón recién en el segundo. A él le gusta callarse, y dar después el batacazo. “Ta-tán...”, dice, y en la intriga develada se juega su status como famoso repentino, su cualidad diferencial: “A mí me importa que el espectador vea algo distinto”, asegura.
La fama repentina tiene estructura de rizoma: una red que desprende nuevas y más extrañas formas a medida que se despliega. Si no, se le puede preguntar a las participantes de “Quiero ser famoso por un día”, especie de juego de Mamushkas, un reality dentro de otro, un casting para parecerse a las Bandana, que a su vez hicieron otro casting para parecerse a otras ídolos teen pop. La clave, dicen, está en la repetición con ligeras variaciones, y por eso las nuevas consagradas ya no vivirán el ascenso de fan a estrella sino que se conformarán por cercanía: estar en el recital y “tocar” a las Bandana, cantar un tema y hacerlo mal, una sola vez, para recibir el halago de rigor que las consagrará como aficionadas: “Sigan esforzándose”.
Si la TV busca formas más extravagantes de convocar a la “gente común”, “El candidato” lleva la delantera: se necesitaban famosos repentinos con propuestas para el cambio social, y allí fueron al Cabildo el defensor de la expropiación y la políglota orgullosa de serlo. Para Bárbara Garban, se trató, en la cola, de marcar la diferencia de “nivel cultural” y defender el manejo del croata y el ruso como marca de autoridad. Ella quiere que le reconozcan el título de cantante lírica “educada en el Colón” y a cambio ofrece el servicio: “Propongo que se donen tierras a los pobres y a los jubilados”. En esa zona de frontera entre la frustración personal y el mal de muchos, la tele encuentra su disparador ideal para que nazca un programa, la cita perfecta para que 500 se reúnan en el Cabildo y se postulen para la refundación nacional. En esa escena nace el reality, y Bárbara conoce sus reglas desde el vamos: cotizar alto. “Me esponsoriza una línea aérea, me auspicia el gobierno de Australia”, dice mientras se aleja.
“¿Qué otra forma de convertirse en cantante que no sea el modelo Bandana?”, se pregunta Santiago Lecce, aspirante frustrado a “Popstars”. “¿De qué otro modo uno podría cumplir el sueño si no es en ese comercio de talento?”, hace lo propio Joaquín López Patterson. Un “Fashion Emergency” improvisado les paró la cresta a lo David Beckham y los vistió a la moda, como Julia Roberts en Mujer bonita pero para varones, y se creyeron la utopía Bandana. Por eso, entre amigos, se repartieron esos roles, imitaron las voces, y se pelearon por el tono grave de Lissa, pero después trataron de hacer algo más personal con el tema de N’Sync, aunque sin resultados. “No pasaste a la siguiente etapa”, les dijeron, y ellos aceptaron el regreso a la Argentina real, aunque lo siguen lamentando. “En esta Argentina, es la única manera de subir una escalera: ya no hay oportunidades”, asume Santiago. “De otro modo, todo te cuesta un huevo”, resume Joaquín.