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Jorge Drexler enfrenta la “nostalgia del limbo”

El músico uruguayo volvió a Buenos Aires para tocar este fin de semana en ND Ateneo. En esta entrevista explica cómo vive desde lo creativo, estando en España, la grave situación que afecta tanto a la Argentina como a Uruguay.

 Por Fernando D´addario

Jorge Drexler es fatalmente contemporáneo. Su música, que se adecua de un modo heterodoxo a las coordenadas de tiempo y lugar (es uruguayo y vive en España desde hace casi 8 años), lo hace sentir, hoy, más del sur que nunca. Para el público de Buenos Aires, si se permite la alineación automática, Drexler luce más porteño que nunca. Tanto, que por un extraño entramado de azar y reflejo artístico, el ascenso de su popularidad en la Argentina acompañó la debacle del país. El músico señala, en la entrevista con Página/12, que vio enfatizada esa sensación el año pasado, a principios de diciembre, en ocasión de su última visita. “Con mi mujer fuimos a ver la película (uruguaya) 25 Watts. Fue muy impresionante darnos cuenta de que estábamos solos. No había nadie más en una sala enorme de la avenida Corrientes. Salimos a las 11 de la noche y era una desolación.” Pasó casi un año y Drexler está de vuelta en la Argentina. Actuará mañana, pasado y el domingo en ND Ateneo (Paraguay 918), y antes de los shows cuenta su visión actual de la realidad.
–Hay una canción del uruguayo Fernando Cabrera, que se llama “Nostalgia del limbo”. Eso es un poco lo que siento. Hace un tiempo leí que habían hecho estudios en campos de refugiados, y la gente no sentía añoranzas de su vida en libertad sino de su estadía en otro campo de concentración en el que tenían, no sé, agua caliente. La memoria funciona de una manera muy extraña. Registra las últimas imágenes y desecha otras. En Uruguay y en la Argentina estamos como el culo. Pero estamos como el culo desde hace años.
–¿Cómo repercute este estado de las cosas en el proceso creativo?
–En este momento estoy “tomado” por la situación. No me puedo despegar del desastre. Estoy escribiendo poco. Ya aparecerá algo, pero no sé si necesariamente estará relacionado con la crisis. Quizá me ponga a escribir sobre la contemplación de la naturaleza. La última canción que hice se llama “Puente al sur.org.uy”. Es parte de un proyecto que tiende a establecer vínculos entre uruguayos de todo el mundo. Es una base de datos de uruguayos en el exterior. Estamos en una situación de cisma general. Cada vez hay más distancia entre los que viven adentro y los que viven afuera, entre los ricos y los pobres, entre la ciudad y el campo. Sabemos más de España que de Paraguay. Es la gran paradoja de la globalización.
–De hecho, su música llega mucho más fácilmente desde España de lo que hubiera llegado estando en Uruguay...
–Porque el flujo de la información está reglado así. La globalización sería fantástica si fuera realmente global en todos sus aspectos. Pero es unidireccional. Parte de un centro, va a determinadas capitales, de ahí al interior. Es una araña, no una tela de araña, como debería ser.
–Estar lejos del país, y con semejante crisis, ¿potencia esa “nostalgia del limbo” de la que hablaba antes, o se toma la decisión de esquivarla?
–La nostalgia es como la pornografía: al final te deja una sensación de vacío. Y tiene una particularidad: es inevitable. No quiero estar preso de la nostalgia, pero tampoco quiero eludirla, que es otra manera de estar preso.
–Su popularidad fue aumentando en la Argentina en la misma medida que la economía del país iba deteriorándose. ¿Hay alguna relación?
–No sé si es pura casualidad. Tal vez, en tiempos más exitistas, se hubiera dado otra relación con el público, en función de lo que yo planteo. Las crisis conectan de modos tan diversos, y uno está atravesado por tantos vectores, tanto en lo musical como en lo cultural, que los ámbitos de pertenencia afectiva son muy variables. El argentino es un tipo al día con todo lo que ocurre afuera, pero sobre todo ahora, con una búsqueda de pertenencia muy fuerte.
–¿En España se percibe esa dualidad entre modernidad y raíces?
–No de la misma manera. Yo entré allá con la canción de autor. Y para ellos, en la canción de autor, no tiene tanta importancia la raíz y la pertenencia. En España, la noción de cantautor registra por igual a Brassens, Silvio Rodríguez y Bob Dylan. A mí me interesa lo que tienen encomún, pero más me interesa la diferencia, y lo que han hecho con la pertenencia. De Dylan me fascina Robert Zimermann, judío, hijo de inmigrantes, rebautizado como Dylan y embanderado con lo más folklórico de la música de Estados Unidos. No sé, es como si yo me hubiese puesto Atahualpa Yupanqui, que, dicho sea de paso, tampoco se llamaba así.
–En la Argentina muchos están conociendo su voz gracias a “Me haces bien”, que musicaliza una propaganda de sopa. ¿Qué le sugiere eso?
–Si te soy sincero, un poco me asusta. Me dan miedo los malentendidos. No me gustaría tener un público que fuera a buscar exclusivamente ese tema. Pero no tengo un conflicto ético con la decisión de haberlo cedido. Hace dos años me ofrecieron ceder “La edad del cielo” para una propaganda de cigarrillos y no acepté. Sé lo que es trabajar en un servicio de oncología y me pareció que no estaba bien que dejara utilizar una canción mía. En este caso no es tan grave. Además, trato de no ser hipócrita. Si querés hacer cosas, tenés que saber jugar en ese juego. Yo estoy orgulloso de cómo lo estoy jugando. Mis discos son editados por una compañía multinacional, y no resigno nada de mi libertad creativa por ello. Además, la guita cumple un rol en el mundo material. El desprecio intelectual por todo lo que tiene que ver con el dinero hace que los más ineptos y los más corruptos sean los que hacen todo. Hay cosas que me importan más que eso. Por ejemplo, no estoy en Los Angeles para la entrega de los Grammy. Podría estar, pero preferí tocar en la sala Zitarrosa de Montevideo.

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Jorge Drexler quiere
tender un puente entre los
uruguayos de todo el mundo.
 
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