ESPECTáCULOS › EL CINE IRANI TROPEZO EN EL FESTIVAL DE MAR DEL PLATA
Kiarostami, lejano recuerdo
“Bajas alturas”, de Ebrahim Hatamikia, aparece muy lejos de la expresividad acostumbrada en el cine iraní. Pero la competencia oficial tendrá hoy un punto alto con el nuevo film de Hugo Santiago.
Por Luciano Monteagudo
Desde Mar del Plata
El cielo está limpio y despejado y el sol brilla como nunca en la ciudad, pero no se puede decir que el comienzo de la competencia oficial del 18º Festival Internacional de Mar del Plata haya sido precisamente luminoso. La película iraní Ertefa-e past (Bajas alturas) vino de pronto a poner en duda la mera existencia de Abbas Kiarostami, Jafar Panahi, Samira Majmalbaf y hasta de Majid Majidi, como si nunca hubieran filmado una película. No se trata de que todo el cine iraní deba seguir el mismo camino –que en los casos citados puede llegar a ser similar, pero ciertamente no es el mismo–, sino de que la obra de estos cineastas estableció un nivel de calidad del cual esta película de Ebrahim Hatamikia (Teherán, 1961) está muy lejos de alcanzar. Con una estética televisiva, actuaciones impostadas y una historia inverosímil, que involucra a toda una familia, presumiblemente de origen kurdo –con niños y mujeres embarazadas a cuestas–, decidida a secuestrar un avión para buscar asilo y trabajo en un país cualquiera, Bajas alturas desnuda un problema crónico de Mar del Plata.
Al ser un festival denominado “Clase A”, según la clasificaciónotorgada por la Federación Internacional de Asociaciones de Productores de Films (FIAPF), Mar del Plata –ya de por sí atenazado en sus fechas entre Berlín (febrero) y Cannes (mayo)– no puede poner en concurso aquellos films que ya hayan participado en otros festivales con la misma denominación. Así se da la paradoja de que mientras a Bajas alturas le toca abrir la sección oficial competitiva, otra película iraní, Emtehan (El examen), en esta caso excelente, aparece lamentablemente confinada a la sección paralela “Punto de vista”, porque en septiembre pasado tuvo su estreno en la Mostra de Venecia.
Filmada en tiempo real, la sorprendente ópera prima de Nasser Refaie (Teherán, 1964), que hizo también de guionista, productor y editor, es un magnífico tour de force de apenas 80 minutos, que no se agota en su mera proeza técnica. La cámara de Refaie se interna en el patio de una universidad, el día en que un grupo de alumnas debe dar su examen de ingreso, y a partir de ese microcosmos por momentos claustrofóbico es capaz de ir pintando todo un fresco con los diferentes conflictos, deseos e intereses de la mujer iraní de hoy. Si hubiera que pensar en una filiación, se diría que el film de Refaie está cerca de El círculo, la obra maestra de Panahi ya valorada en Buenos Aires, pero hay en El examen la huella de un cineasta muy particular, capaz de atreverse a trabajar en su primer film no sólo con un tema siempre difícil en Irán (al punto que Kiarostami recién en su último film, titulado Diez, se animó con el mundo de la mujer) sino a hacerlo a partir de un desafío formal importante, como es el de ir esculpiendo un bloque macizo de esa materia prima que en el cine es el tiempo.
En comparación con Bajas alturas, el otro film en competencia en la jornada de ayer, el israelí Hamangalistim (Parrilleros propone la traducción del catálogo) puede parecer incluso simpático. Codirigida por dos egresados de la Escuela de Cine y Televisión de Israel, Yossi Madmonoy y David Ofek, la película propone un entramado de diversas historias familiares alrededor de un picnic (kebab a la parrilla incluido), en el 40 aniversario del Día de la Independencia de Israel, en 1988. La intifada se intuye en la distancia, por la dificultad de conseguir carne kosher, pero la fiesta sigue su curso, desnudando problemas más profundos y menos puntuales en esa familia judía de origen iraquí. Es así como la película decide desarrollar simultáneamente varias tramas paralelas, concebidas a la manera de flashbacks (algunas incluso con subtramas en Nueva York), que tienen la virtud de alejar a la película del mero costumbrismo, tan frecuente en el cine israelí.
A partir de hoy, la competencia va a tener la oportunidad de resarcirse, con la llegada de Le loup de la Côte Ouest (El lobo de la costa oeste), el largometraje más reciente de Hugo Santiago, después de más de diez años dedicados a la experimentación en el campo de las artes representativas, con lo que él llama “objetos audiovisuales”. El autor de films legendarios como Invasión (1969) y Las veredas de Saturno (1984) presenta una obra enteramente producida en Francia (donde reside desde más de treinta años y donde fue asistente de Robert Bresson) pero de la cual –proviniendo del mejor traductor de Borges y Bioy Casares al cine– no puede sino esperarse un auténtico film fantástico argentino.