ESPECTáCULOS

La naturaleza del México profundo

El film “Japón”, del mexicano Carlos Reygadas, no tiene referencias al país del sol naciente, pero sí derrocha belleza, violencia y humor.

 Por Horacio Bernades

“¿Por qué le habrán puesto Japón?” No habrá espectador que no se lo pregunte, ante una película que transcurre en el más profundo interior mexicano y a lo largo de cuyo metraje no es fácil encontrar la más mínima referencia al país del sol naciente. Tal vez sea que ya desde el propio título, el mexicano Carlos Reygadas se propuso confrontar al espectador con la sospecha de que no siempre las cosas son aprehensibles mediante la lógica y el raciocinio. Durante las siguientes dos horas y media, Japón no deja de perfeccionar esa incertidumbre. Hasta que ya importa poco por qué las cosas son como son y sólo prevalece lo esencial: el modo en que cada plano respira, la magnificencia del paisaje, la rara lógica con que los hechos de la película se suceden, la arrasadora belleza de todo cuanto se ve, se siente y se oye en este film todopoderoso.
“¿De dónde habrá salido este Reygadas?” es la siguiente pregunta que el espectador fatalmente se hará, ante el olímpico dominio del medio cinematográfico exhibido por este debutante treintañero. Aunque el ojo entrenado pueda detectar las influencias más diversas (desde Tarkovsky hasta Buñuel, pasando seguramente por Kiarostami y otros cultores del paisaje como fuente de misterio y belleza), Japón es una de esas películas que se imponen por sí mismas, con fuerza magnética e hipnótica. Esto ocurre de entrada, con ese travelling hacia adelante que sigue a una fila de autos que avanzan sobre una autopista. Kilómetros más adelante, de uno de ellos bajará un hombre delgado, de rostro tristísimo, andar ceremonioso y pronunciada cojera, para aventurarse en medio de un paraje árido. “¿A dónde va?”, le pregunta un cazador con el que se cruza. “A un pueblito que está en medio de la barranca”. “¿Qué va a hacer allí?” “Voy a matarme.”
Presentada en la edición 2002 del festival de Rotterdam y a partir de ese momento una de las contraseñas secretas en el circuito de festivales (en Cannes ganó la Cámara de Oro a la Mejor Opera Prima, Fipresci la eligió Mejor Película Latinoamericana del Año), Japón desembarca hoy en el Bafici y ya se le puede ir augurando algún premio. En diálogo con Página/12, Reygadas reacciona, ante palabras como “narración” o “estructura dramática”, como si le hubieran mentado a la madre. “Esas son palabras instigadas por ese virus llamado Hollywood”, dice el realizador, cuyos frecuentes arrebatos de buñueliano furor conviven sin problemas con el más distendido sentido del humor. “El cine debería ser cuestión de expresión personal. Nunca de trama, técnica, estructuras o cualquier otro de esos insultos”, remata antes de partir hacia la mesa de vinos.
Brutalidad y sentido del humor son dos de los atributos más visibles de Japón. El anónimo protagonista (encarnado por un actor amateur, como el resto del elenco) es un pintor que huye de la ciudad, escondiendo una pistola entre sus ropas, porque “hay que saber tirar lo que ya no sirve”. El hombre eligió (¿como un samurai?) pasar sus últimos días en medio de una topografía buñueliana, en la que todo es piedra, sequedad y abismos.
Deslumbrantemente fotografiada por el argentino Diego Martínez Vignatti, con fragmentos de Bach, Arvo Pärt y Stravinsky irrumpiendo por sorpresa, Japón derrocha belleza y sonora en cada plano. No se trata de esa belleza decorativa de los que no tienen nada para decir, sino la que se desprende de la naturaleza. Una naturaleza que podrá estar vedada al raciocinio, pero jamás al cine.
Japón se presenta hoy a las 20 en el Hoyts 10; mañana a las 13 en el Hoyts 6 y el jueves 24 a las 15.30, en el Malba.

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“Japón” es uno de los hallazgos del Bafici.
 
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