ESPECTáCULOS
La noche que Kevin Johansen sacó chapa de Primera División
Ante un teatro Gran Rex repleto y eufórico, el músico presentó “Sur o no Sur” con un show disfrutable y lleno de matices. La lista de canciones dejó bien claro que Johansen está a años luz de ser simplemente el autor de una cortina de la telenovela “Resistiré”.
Por Eduardo Fabregat
Probablemente, en este momento Kevin Johansen ya debe tener las fotos en sus manos, mirándolas para convencerse de que no fue un sueño: cerca de las dos de la mañana, un Gran Rex repleto y de pie se entregaba a la fiesta de “Guacamole”, “Sur o no sur”, “La procesión” y “Me fui p’al monte”, dándole la bienvenida a una hipotética Primera División. Y Kevin, extasiado, recorría la sala disparando su cámara, eternizando el momento. Justicia artística, al cabo, reforzada por el hecho de que “Down with my baby”, el hit televisivo, produjo una lógica reacción, pero que fue apenas el preludio de más ruidosas ovaciones. Johansen nunca fue el pibe que canta mientras Echarri y Cid se franelean, sino un músico inspirado y creativo, generoso para rodearse de músicos que agregan profundidad, sutileza y color a las buenas canciones que interpretan. Con la contundencia de los hechos, todo eso quedó de manifiesto en la presentación grande de Sur o no Sur: a tres años y monedas de haber vuelto a la Argentina, el viajero incansable encontró su merecido lugar.
Para este show, Johansen no pudo evitar darse ciertos (lógicos) gustos. El primero, bajar una lista de más de treinta canciones, tres horas de música. Y, sin embargo, ningún momento se pareció siquiera a un exceso. En eso tuvo que ver la amplitud de matices que exhiben los arreglos de las canciones, que tanto pueden abrevar en la sensualidad soul como en el arranque folklórico (“Campo argentino”), el brote rockero/blusero (“Che Donald’s”, “Go on”, “So lazy”), el bailongo (“En mi cabeza”), el aire tanguero (“La tangómana”, “El de la puerta”), la bossa (“Ni idea”) e incluso producir momentos hipnóticos, como “Hindú blues” o el doblete “Soñé”/”No seas insegura”.
En ese amplio panorama, la constante no sólo pasa por la sapiencia de sus músicos (ver y escuchar al Zurdo Roizner, una leyenda de verdad, es puro placer), sino también por un elemento esencial de Johansen: su voz. Capaz de ir de un grave a la Barry White a una alegre arenga rioplatense, Kevin posee un poder expresivo que llena el cuadro, que le permite encarar un momento solitario en el que se mueve como pez en el agua pasando de Eduardo Mateo a “La chanson de Prevert” (Serge Gainsbourg), para caer en una hermosa reformulación de “Karma chameleon” (sí, la de Culture Club) y luego honrar a Neil Young a dúo con Vicentico. A todo le encuentra un color y le pone personalidad, y –no es un logro menor– contagia las ganas de cantar.
Contagio, entonces, es lo que puede esperarse de aquí en más, lo más deseable: que mucha más gente entre en contacto con una música que, en tiempos de estrellas pop producidas y masticadas en TV, alimenta de verdad, llena los sentidos y gratifica. La jugada en un gran teatro confirmó todo lo bueno que ya se sabía del hombre de Alaska, pero aun así se destaca el acto de justicia en un país que no se distingue precisamente por su justicia. Por eso las fotos a un público en llamas, a las que les faltará un detalle fundamental: la cálida y agradecida sonrisa de Kevin Johansen, músico honorable que merecía largamente semejante despedida.