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Un día para la ternura
Por Alfredo Leuco
Mañana es el Día del Padre y es un día que me hace cosquillas en el corazón. No siento pudor de confesarlo. Es uno de los días que más me gusta, que más disfruto. Es el día en que me permito sentirme un gigante. Me agrando. Saco pecho y siento que soy un privilegiado porque soy padre y soy hijo. ¿O es que hay algo más importante y trascendente en la vida que ser padre y ser hijo? Creo profundamente en estos valores. Entre las pocas pero fuertes certezas que tengo le digo que el Día del Padre es un día que me conmueve el alma. Sé que es una convención. Sé que es un invento comercial. No estoy confundiendo una afeitadora en cómodas cuotas para el regalo de un día, con el regalo de la vida que es ser padre o ser hijo. Hablo de otra cosa. Le hablo de aprovechar para nosotros ese día. Para disfrutarlo aunque no tengamos un peso para el regalo. Aunque no tengamos un peso para la gran salida familiar. La cosa va por otro lado. Por la piel de gallina, por la emoción, por los recuerdos. Eso.
Ya que no hay tiempo para nada el mejor regalo que podemos hacer y que podemos hacernos es darnos tiempo para disfrutar la familia. Tiempo para nosotros. Dejar aunque sea por un día de ser padres por horas. Dejar de ser aunque sea por un día hijo por teléfono. Si se puede aprovechar el domingo. Para meterse en la hermosa aventura de darse tiempo para estar y reconocerse. Para recuperar la memoria familiar. Para contar otra vez las mismas anécdotas, relatar los mismos goles sobre la hora ¿te acordás..?, y ver las mismas fotos amarillas sobre la alfombra.
Ni me quiero imaginar esa extraordinaria vibración que se siente cuando uno le pregunta a sus padres por sus propios padres, delante de su hijo. Este domingo, en Córdoba, lo voy a experimentar. Es como contarle a tu hijo un cuento del realismo mágico con personajes de carne y hueso que fueron sus antepasados. Averiguar por ejemplo ¿por qué unos vinieron de Polonia y otros de Italia en mi caso? ¿De qué horrores del odio racial y de la miseria económica huían? ¿Cómo vinieron a hacerse la América? ¿En qué barcos viajaban? ¿Cómo era la vida de entonces en Varsovia o en Calabria y aquí en Buenos Aires o en Córdoba? ¿No les parece fascinante que sus hijos conozcan todo eso de la boca de sus abuelos?
Además.. uno se siente seguro con el padre al lado, aunque esto pueda depender de la edad. En general, hay una relación permanente de confianza, Si uno es pibe se deja proteger. Y si uno es grande protege. Al padre y al hijo. Hay un momento cumbre de la vida donde uno puede sentirse en el mejor de los mundos. Sólo porque tiene la dicha de poder cuidar de los dos. De su padre y de su hijo. Yo sé que ahora usted está pensando en su propio padre aunque no lo tenga a su lado, aunque haya fallecido. Lo sé porque les pasa a todos. Y me estremezco de solo pensar en esos hijos en todo el sentido de la palabra que tienen a sus viejos desaparecidos...
Por eso le digo: nada puede superar la hermosa experiencia de nuestra mirada. Y gratis. Nada de esto cuesta un solo peso. Ni mirar fotos viejas. Ni mirar la realidad. Eso también es gratis y es el mayor espectáculo que existe sobre la tierra. Pruebe este domingo y después me cuenta. Mire a su padre detenidamente, sin que él se dé cuenta. Sígalo profundamente con la mirada. Atentamente, minuciosamente. Descubra en sus arrugas las arrugas que a usted están creciéndole. En esas canas, las que van a venir. Descubra en esos gestos cuántos son los que usted ha heredado. No me diga que se sientan igual. ¿Que tienen la misma forma de caminar? ¿Qué le dije? ¿Cómo le decía su madre en aquella vieja casa de la infancia? ¿Cómo le decía? “¡Vos, nene, sos igual a tu padre!”. Dan ganas de reír y de llorar recorriendo el camino de nuestros padres y de nuestros hijos. Por eso este domingo es tan grande.
Cuéntele estas historia a su hijo para que se ría, también. Y repita la operación mirada con su hijo. Abra los ojos hasta el cerebro. Abra los poros. Déjese invadir por la imagen de su hijo y por el aroma que viene de la cocina. Reconozca esa ansiedad que le transmitió. Esa forma de contarlas cosas. Esa pasión para hablar de cualquier pavada como si fuera la última vez. Descubra en su hijo esa mirada húmeda y esa sonrisa que tiene tanto de usted. Y de su padre. Y del padre de su padre. Puede practicar la ternura este domingo. En realidad sería maravilloso poder hacerlo más seguido. Pero el Día del Padre es una buena excusa para empezar.
Pregúntele a su padre cómo anda, y tómese el tiempo para escucharlo.
Pregúntele a su hijo en qué anda, y tómese el tiempo para escucharlo?
Hagan un campeonato de chistes. O sáquenle el cuero a las mujeres. Empezando por la madre, por supuesto. Después abrácela. Déle un beso en la mejilla ,... Un beso muy ruidoso.. Confiésele que la quiere como siempre y, si puede, cante. Cante con su padre y con su hijo, cante con su madre y con su esposa, cante con su familia en un domingo. Cante por la alegría y la esperanza. Cante para no llorar. O cante y llore si quiere. Pero viva este día con toda la intensidad que pueda. No se lo pierda. No cuesta un peso. Y vale oro.