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“Hulk”, un superhéroe más cerca de Frankenstein que de los X-Men

El film del taiwanés Ang Lee prefiere el atrevimiento creativo antes que las facilidades del negocio de Hollywood. Eso no impide que haya una buena cantidad de “golosinas visuales” para los fans.

 Por Martín Pérez

Un sueño de rabia, poder y libertad. Eso es lo que cree haber soñado Bruce cuando despierta al mundo después de su primera experiencia, digamos... verde. Bruce se apellida Banner, pero eso es algo de lo que recién se enterará cuando semejante información ya no le sirva de nada. Antes de eso, del sueño y del apellido, Bruce es apenas un científico que experimenta con sapos, rayos gamma y algo llamado nanomeds. Junto a una bella colega a la que está unido no sólo profesionalmente sino también por el fracaso de una relación sentimental que no funcionó –por su incapacidad de liberarse emocionalmente–, Bruce busca una forma natural de curar las heridas. Pero la solución para eso que se ha pasado buscando durante toda una vida de experimentos es algo que lleva dentro suyo sin saberlo. Y aún más adentro lleva otra cosa, enorme y verde, que ciertamente nunca estuvo buscando. Pero forma parte de su destino. O, si se quiere, de su maldición.
Luego de las recientes adaptaciones cinematográficas de otros personajes del sello Marvel, una de las joyas de la corona de la escudería de Stan Lee finalmente llega a la pantalla grande. Lo hace bajo la forma de un increíble objeto fílmico de 150 millones de dólares, puestos al servicio de un director taiwanés que hipnotizó tanto al mercado cinematográfico como para que extendiesen frente a él una alfombra roja para llevarlo ante el monstruo verde más famoso del mundo del comic. Tres años atrás, Ang Lee tocaba el cielo con las manos al imponer El tigre y el dragón tanto en el mercado de acción de Oriente como en las salas de cine arte de Occidente. Con Hulk, una superproducción en la que se despliegan oscuras tramas familiares junto a los más costosos efectos especiales, Lee no hace más que agregar un hito más en una filmografía que, lejos de ser homogénea, se parece cada vez más a un paseo por todos los géneros. Un recorrido cuya última estación es un ambicioso y oscuro film que está más cerca de clásicos como Frankenstein o King Kong que de las versiones de compañeros de sello como X-Men o El Hombre Araña.
A la hora de comenzar a trabajar en su anterior éxito, Lee y su amigo, productor y guionista James Schamus, confesaron que El tigre y el dragón era para ellos como Sensatez y sentimientos (1995) –la adaptación de Austen que Lee realizó junto a Emma Thompson–, pero con artes marciales. Siguiendo el mismo paralelismo, se podría decir que su adaptación del clásico de Stan Lee y Jack Kirby es como La tormenta de hielo (1997), pero con superpoderes. Aquel drama familiar setentista basado en una novela de Rick Moody tiene mucho en común con la ceñida narración dramática que ocupa la primera mitad de Hulk. Valiéndose de todos los recursos narrativos posibles, Lee va revelando y reconstruyendo los complejos vínculos de sangre que entrecruzan los destinos y los recuerdos de sus protagonistas. Tal vez en este momento es donde más se pueda vincular al film con el recuerdo de la serie televisiva que hizo mundialmente famoso al personaje de Hulk más allá de los comics. Pero la progresión dramática y el atado de cabos es mucho más complejo y virtuoso que el de cualquier serie, más aún una de aquella época. Toda posible relación con la obra de Bill Bixby y Lou Ferrigno –este último homenajeado con un cameo junto a Stan Lee, ambos presentados como guardias de seguridad– desaparece cuando el monstruo finalmente aparece en escena.
Pocos resabios hay del ballet sentimental de El tigre y el dragón en el drama de Hulk. Aquí los hechos no fluyen sino que pesan. Es la gravedad de cada recuerdo la fuerza que mueve la acción en un film que cae todo el tiempo dentro de sí mismo, para tomar aliento y seguir avanzando en el tejido de su red dramática. Que recién cuando está lista se permite entonces el gran salto hacia la simplificación del monstruo lanzado a su patio de juegos cinematográfico, la golosina inevitable de todo fanático del videojuego, en el que Hulk vuela a los saltos, pelea contra tanques, helicópteros y hasta llega hasta la cima del mundo colgado a un avión de guerra. Si en el centro de todo film de Ang Lee yace “un conflicto entre la obligación social y la libertad personal”, como él mismo dijo varias veces, la única libertad posible en Hulk es verde. Y siente el viento en la cara, o estalla de rabia. “¿Sabés lo que más me asusta? Que cuando pierdo totalmente el control, me gusta”, confiesa el sentimentalmente estreñido Bruce, que irá hacia su chica primero, y luego se enfrentará con su padre en un increíble final épico, una huida hacia delante que encierra las únicas escenas realmente de superhéroes (griegos) de toda la película.
Más atrevida que lograda, y tal vez demasiado seria, al punto de dejar bien al fondo todos los guiños cómplices, Hulk por momentos sorprende como una proeza de atrevimiento creativo ante las tentaciones del negocio. Más sentimental que canchero, el film se permite aquí y allá algún momento brutalmente humorístico, como cuando uno de sus personajes sorprende diciendo algo así como “mmmh, recuerdos reprimidos”, como si fuera el razonamiento más natural del mundo en boca de un general del ejército. Pero sus momentos más logrados hay que buscarlos en remansos impensables en una superproducción, obra de un director que en cada una de sus películas –a tono con los desafíos que impone a sus personajes– nunca parece esquivar esa franca batalla entre la obligación corporativa y la satisfacción cinematográfica.

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Sólo sobre el final, el monstruo verde desata toda su furia, peleando con tanques y helicópteros.
 
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