ESPECTáCULOS › LYDIA LAMAISON Y ROBERTO DAIRIENS LLAMAN A SALVAR LA CASA DEL TEATRO

“No se pueden seguir perdiendo espacios”

La demora en la entrega de un subsidio y la rescisión de dos contratos de alquiler pusieron a la Casa contra las cuerdas. Sus directivos dicen que “hace falta mucho esfuerzo para quebrar la indiferencia” y advierten sobre la labor solidaria que la entidad realiza por los artistas carenciados.

 Por Hilda Cabrera

Como sucede periódicamente, la Casa del Teatro, inaugurada el 4 de enero de 1938, atraviesa una crisis por escasez de recursos. Alarmados ante la demora en la entrega del subsidio que recibe del Gobierno de la Ciudad (le adeuda dos meses) y la rescisión de dos contratos de alquiler –el de un local del edificio del que es dueña en calidad de entidad de bien público, y que fue construido para albergar a artistas de diferentes disciplinas que en su vejez no contaran con medios para sobrevivir–, y el del Teatro Regina (donde hasta fin del 2001 se estuvo ofreciendo la exitosa ART, ahora en gira), el presidente de la Casa, Roberto Dairiens, y la actriz Lydia Lamaison, vicepresidenta (cargos ad honorem, como los de quienes integran la Comisión, entre otros Alejandra Boero y Graciela Dufau), han iniciado una campaña de esclarecimiento sobre la actividad que allí se realiza y, al mismo tiempo, un pedido de apoyo, “porque no queremos seguir perdiendo espacios culturales y solidarios”, según dicen en diálogo con Página/12.
Se les informó que la orden de pago está firmada, pero el dinero no llega. Ante el contratiempo, Dairiens contabiliza: “Con todos estos problemas nos falta un ingreso de quince mil pesos que no sabemos cómo cubrir. Esto es grave, porque en la Casa hay cuarenta y cinco pensionados, a los que no se les puede suspender el servicio de comida ni la atención que les corresponde. Esto no es un geriátrico. Ellos tienen libertad para salir y entrar, habitaciones individuales y servicio de lavandería y enfermería. Es gente que ha trabajado en distintas disciplinas artísticas y que en la vejez quedó desamparada o con una pensión mínima con la cual no podría sobrevivir”.
Esta modalidad de albergue para artistas de edad avanzada y sin recursos nació de un encuentro que hoy se recuerda como fundamental. Participaron intérpretes, autores y empresarios. Fue en 1927, en el Teatro Nacional. Allí se encontraba también la cantante lírica Regina Paccini, esposa del entonces presidente Marcelo Torcuato de Alvear. Paccini apoyó la propuesta, y con el tiempo (en 1963) dio nombre al teatro que ocupa parte del edificio de Santa Fe 1235. Hasta esa fecha, y desde 1951, se lo denominó La Farsa. Uno de los diez pisos del edificio está alquilado al Instituto Nacional del Teatro, desde su creación en 1997. Los problemas económicos han sido una constante en la historia de la Casa, cuya presidenta emblemática fue la actriz Iris Marga, quien se mantuvo en el cargo durante más de treinta años. En 1985 cayó sobre la entidad la amenaza de un embargo por Obras Sanitarias, que sorteó gracias a algunas donaciones y un gran festival artístico organizado en su ayuda. “Estos actos solidarios sirven –como dice ahora Lamaison–, pero lo fundamental es contar con ingresos fijos.”
Lo que se busca hoy para esta institución –que fue residencia de Lola Membrives, Luisa Vehil, Blanca Podestá, Angelina Pagano, Enrique Muiño, Elías Alippi, Luis Arata y muchos otros menos famosos– es continuidad en el apoyo. Las “ferias americanas” son un respiro transitorio, insuficiente incluso para mantener los museos (el Carlos Gardel, por ejemplo, para el que se organizan visitas guiadas previamente concertadas) y la biblioteca, que es pública. La llamada “Feria de los Artistas” se viene realizando desde 1993, y reúne, además de las pertenencias donadas por las figuras del espectáculo (como vestidos utilizados en obras teatrales o shows), toda clase de objetos. Entre otros, muebles y televisores, indumentaria y bijouterie. A veces se obtiene el aporte de alguna otra institución. “Dos años atrás pudimos mejorar el pensionado con una partida del Fondo Nacional de las Artes”, apunta Dairiens.
Para salvar la Casa, que cuenta con quince empleados para las distintas tareas (cocina, lavandería, enfermería), su presidente y Lamaison recurren esta vez a sus pares y al público: “Nos dirigimos a todos, porque la situación es catastrófica. Necesitamos ese granito de arena solidario. Ya hemos hablado con el secretario de Cultura, Rubén Stella, y acudimos a los que pensábamos que iban a ayudarnos. No daremos nombres, pero lamentamos que algunas personas que, sabemos, tienen medios, ni siquiera nos hayan contestado”.
“Quebrar la indiferencia es una tarea que exige mucho esfuerzo”, constata la actriz, que rescata un fenómeno todavía vigente: las donaciones anónimas. Protesta en cambio por el trato que recibe la institución de parte de las empresas de servicios. “Sólo Aguas Argentinas nos hace un descuento considerable. Con las otras no tenemos siquiera el alivio de un segundo vencimiento. Los servicios fueron privatizados, pero podrían tener otra actitud con las entidades de bien público. El Gobierno de la Ciudad no debe demorarnos el subsidio y Cultura tiene que hacer todo lo posible por ayudarnos, porque no se puede estar pendiente de las donaciones. Nos sirven, funcionan como paliativos, pero no nos quitan la angustia de no saber qué pasará después.”
Por su lado, Dairiens dice llevar las cuentas claras y gastar lo necesario para que el pensionado mantenga su buen nivel: “Venimos soportando el peso de juicios laborales que datan de 1984, y por asuntos que no provocamos nosotros, sino por culpa de un señor, cuyo nombre prefiero guardarme, que puso a un testaferro como empresario de sala del Regina y no se comportó como debía. Engañó a muchos, y hasta nos arrancó el tablero de luces. No pudimos ganarle todos los juicios. Se contrató a gente a la que nunca se le rescindía el contrato, e iba quedando aunque no hiciera nada. En las citaciones nos dijeron que la empresa que estaba a cargo de la sala no existía legalmente, y que nosotros, por ser dueños del edificio, éramos tan responsables como el empresario de la sala”.
Más allá de estos y otros “avatares”, son conscientes de que hoy no es fácil hallar respuestas inmediatas al pedido de colaboración, pero creen necesario pelear “por una cuestión de amor propio y por la desesperación en la que pueden caer las cuarenta y cinco personas que han encontrado refugio en la Casa”. Se sabe que son muchos más los artistas que necesitan de ese amparo, y éste es un tema que alguna vez enfrentó a algunos dirigentes de la Asociación Argentina de Actores con otros conductores de la Casa. Ahora, el pedido se hace para preservar lo que se considera un bien preciado. “Vemos lo que está pasando en el PAMI, el vaciamiento de la institución y el maltrato que sufren los jubilados... Nosotros no vamos a abandonar a los pensionados de la Casa. Sería criminal”, sostiene Dairiens.
“Quiero pensar que esta situación no se prolongará mucho tiempo, que nuestro país va a cambiar para mejor”, dice a su vez Lamaison. “Quizá yo no vea esas modificaciones, pero me parece que hoy la gente está más viva, que opina mucho más y forma comisiones en los barrios. Ahí he escuchado a algunas personas cultas proponer cosas interesantes. Esto puede llegar a ser muy positivo si los que nos gobiernan saben escuchar.”

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Dairiens y Lamaison golpearon varias puertas para salvar la Casa, pero chocaron varias veces con el desinterés.
 
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