ESPECTáCULOS
Timón, un tirano de bolsillo fácil
La Compañía Shakespeare Buenos Aires de Miguel Guerberof pone en escena una de las últimas y menos visitadas obras del inglés.
Por Cecilia Hopkins
Escrita por William Shakespeare hacia 1608, Timón de Atenas es una de sus últimas obras. El personaje protagónico es un hombre inmensamente rico que mantiene una relación muy fluida con la clase política, a quienes homenajea incesantemente con regalos y banquetes. Entre sus amistades también revistan artistas e intelectuales deseosos de figuración social. Su disponibilidad económica y sus espléndidas dádivas fueron las causas de su popularidad, a tal punto que se forma a su alrededor una nutrida corte de aduladores. Pero, como no hay nada eterno en el mundo de lo humano, el dinero finalmente llega a su fin y los bienes de Timón se desvanecen de la noche a la mañana. Esta tragedia que, en comparación con otras obras de Shakespeare, no ha sido muy representada, es la quinta pieza del autor que estrena la Compañía Shakespeare Buenos Aires que dirige Miguel Guerberof, siempre atento en su labor de reforzar en las obras elegidas aquellos aspectos que mayor resonancia cobran en la actualidad, en virtud de la “fuerza proteica con la que se adaptan a las situaciones de todas las épocas y latitudes”, como apunta el crítico George Uscatescu.
Para el grupo –que se dio a conocer con Cuento de invierno y estrenó luego Para todos los gustos, Todo está bien si termina bien y Ceremonia enamorada–, ésta es la primera tragedia que encara: Shakespeare describe los cambios que sufre el protagonista desde que el destino le impone un reto mayúsculo, el cual consiste en variar radicalmente su enfoque del mundo, considerando la vanidad e hipocresía de los hombres y actuando en consecuencia. Aun cuando se trata de una tragedia, Guerberof y su elenco no dejan de cultivar el humor sarcástico que caracterizó a sus anteriores montajes. Pero, esta vez, el humor trae consigo una voluntad expresionista en tanto que, a través de la deformación farsesca del comportamiento de los personajes, queda expuesta su interioridad de un modo brutal. Será porque esta suerte de escorzo permanente que aparece en escena se convierte en el ángulo más eficaz a la hora de ilustrar una estructura política viciada de corrupción (retratada en la figura de los senadores que obtienen de Timón todo el dinero que piden) y una clase comerciante acomodaticia (que en la obra pueden identificarse con empresarios exitosos) que permanece fiel o se aparta del aliado más poderoso, según su conveniencia.
Nadie menciona a Atenas, ni hay ropaje de época que evoque la cuna de la democracia. Todos los personajes (los actores cambian de roles continuamente) visten discretos trajes grises, en tanto que las dos mujeres lucen, respectivamente, un trajecito sastre y un apretado vestido de lycra, equívocos atuendos que se adaptan a todas las situaciones. Expresivo y temperamental, Horacio Acosta se hace cargo del rol del poderoso Timón que mantiene a todos en un puño, ansioso por escuchar el discurso laudatorio de todos aquellos que viven a costa de su fortuna. El único que intenta tomar distancia de su corte interesada es el solitario Apemanto (el dúctil Carlos Lipsic), el “filósofo rudo” que vaga amargo y reconcentrado en sus asuntos. El será, sin saberlo, el espejo de un protagonista desorientado en su nueva condición. Convencido de la necesidad de entregarse a la práctica de la misantropía, Timón decide cambiar de cuajo su vida retirándose a los bosques (aquí un árbol seco, arrancado de raíz, es el único elemento escenográfico de la puesta) donde elabora un plan de venganza en contra de sus protegidos. Apartados del feroz Alcibíades (Gustavo Chantada) y del constante Flavio (Carlos Da Silva), en elegante friso, los demás personajes se alinean geométricamente dispuestos o se entreveran en histéricas orgías gestuales. La dirección de Guerberof valoriza primeros y segundos planos, inmoviliza o dinamiza grupos, opone solistas y personajes colectivos en rítmico contrapunto.