ESPECTáCULOS › ANA ROSENFELD, ABOGADA, REPRESENTA A EX INTEGRANTES DE REALITY SHOWS
La venganza de los ex participantes
Perfecta conocedora del mundo del espectáculo, la abogada Ana Rosenfeld lleva adelante querellas millonarias presentadas por participantes en “Gran Hermano” y “Confianza ciega” que dicen haber sido víctimas de las producciones. La respuesta de Endemol.
Por Julián Gorodischer
Esta mujer sabe posar, aunque diga que no. Ensaya sonrisitas, congela los brazos, frunce la boca, sacude el rubio platinado como lo haría una de sus defendidas, Nacha o Moria, y lo hace bien. De las famosas aprendió el protocolo de la fotogenia: salir cerca de una flor, reclinarse suavemente, natural-natural, casi recostada en el inmenso sofá de su estudio sólo de mujeres. Allí trabajan quince abogadas fieles que nunca la contradirían. Pero Ana Rosenfeld es la “única” dueña, la “única” defensora de damnificados de las secuelas del reality, y ésta, por supuesto, es su única aparición: no es “una mediática”. ¡Cómo repite, cómo degusta la palabra “única”! Su vida es un precoz ascenso a la fama y la fortuna: a los 20 abogada, a los 22 escribana, y un poco después amiga y defensora de Palito, Evangelina, Nacha, Moria y Tinelli, propietaria de un piso en la torre de lujo, con un ligero eco de la pizza y el champán en la era K. Pero ella –asegura– tiene otras convicciones: “Nunca defendería a Liz Fassi Lavalle, y cómo me lo pidió, eh, pero yo no tomo causas perdidas”. A cambio, se convirtió en el enemigo número uno de la tele, la que deja mudo al personal cuando visita Telefé y acredita los amores y los odios más intensos del fuero civil. Ella agrega un nombre, con frecuencia, a su catálogo de víctimas del encierro: Tamara, Verónica, Alejandro, Lorena, Walter... “Les arruinaron... ¡la vida!”. La utopía Rosenfeld se expresa en palabras grandes, ampulosas y con un remate justiciero:
–Todo para el público. Quiero que se devuelva a los consumidores el dinero de los llamados: ¡les mintieron! No les dijeron que Telefé podía decidir el nombre del ganador y que las líneas telefónicas no estaban en condiciones. Que se anulen los contratos –dice en su demanda contra Telefé, Endemol y Terra– y se reintegren siete millones de dólares a la gente.
–¿Y cómo se indemniza al público?
–No uno por uno porque sería inviable; la idea es donarlo a la Casa Cuna, al Hospital de Niños. El pulpo tiene que pagar.
Cuestión de olfato
Como una heroína de capa y espada, ella tiene amados y enemigos, y los segundos le atribuyen ser el importador a la Argentina del modelo “picapleitos”. Ella –dicen los productores acusados (ver recuadro)– es un sabueso como pocos que olió el filón en la era pos-reality. El picapleitos “huele quilombitos” –dice un productor– y quiere llevarse el dinero. Sucede que, a veces, las causas no son perdidas. Fueron también llamados “picapleitos” los primeros abogados que encabezaron la embestida contra las tabacaleras, en los Estados Unidos, y consiguieron indemnizaciones millonarias que rediseñaron el mapa del cigarrillo. En la Argentina, donde no hay noticias todavía de la furia del ex fumador, Ana Rosenfeld inaugura uno de los golpes más brutales contra la TV, aglutinando siete juicios contra los realities “Gran Hermano” y “Confianza ciega” (producidos por Endemol Argentina), número muy superior al promedio de uno o dos conflictos “inevitables” que se desatan en otros países.
Ya inaugurada una nueva forma de narrar en la TV, ya desplegado el placer del voyeur frente a la vida en directo de 24 horas, llueven las demandas, que a esta altura involucran directamente a Jon De Mol, el padre de la criatura, fundador de Endemol Holanda, que tendrá que venir a declarar este mes a la Argentina. El as en la manga de Ana Rosenfeld es un pequeño papel secuestrado en las oficinas de Telefé que puntualiza, uno por uno, los arquetipos que había que reclutar. “Un boludo –se lee en el documento– que funcione como toque de color, un pibe de barrio con escena propia, un bohemio para protagonista secundario, una sexy que sea el centro de la escena...”
–No querían personas comunes –enérgica, de pie–; había que encajar en el casting de un teleteatro.
Sexo, sexo, sexo
La Colo miraba todas las tardes el programa de chimentos, y aprendió de las estrellas a negar un romance. La frase “somos sólo amigos” le parece trillada, pero tiene reemplazos: “Nos hicimos unos mimos”, con la imprecisión que le confiere el gesto inofensivo, el acto que no procrea sino que refiere, apenas, al roce superficial de dos manos, o de una mano con un codo. En cualquier caso, la primera experiencia de sexo en vivo entre personas comunes heredó las reglas de los famosos de antes. La Colo, de “Gran Hermano 1”, lo hizo, para deleite del nuevo fisgón que encontró en la casa el primer manoseo en directo, la transgresión al régimen de los cuerpos en la tele: en el reality, remolonean, descansan, “huevean”, se tocan, se abrazan, y un poco más. Los problemas empiezan a la salida.
“Se disfrazaba, tenía ataques de pánico, se sentía la chica de todos”, dice la doctora, al lado de la Colo (Verónica Zanzul), que ya no es más Colo, sentadita a sus pies, avalando con un lento y persistente movimiento de cabeza. Su caso introduce otra de las demandas más severas: contra María Inés Chávez Paz (alias “la psicóloga”) por “usar la conflictiva a favor del rating, sin ninguna ética profesional”. La ex Colo devenida en rubia asegura que ella punteó todos sus problemitas en el casting: alcoholemia grave, depresiones, desempleo, falta de motivación y hasta un intento de suicidio. En vez del descarte, recibió la palmada: “Estás adentro, felicitaciones”.
–Lo que no había podido resolver antes después del encierro se agravó. No soy una ladrona, no quiero cuantificar lo que estoy pidiendo. ¡Quiero recuperar mi vida otra vez!
Su reclamo representa a la mayoría: la honra deshecha por cuestiones de alcoba. “Miralo –dice Rosenfeld, señalando a Walter Mouso, ex ‘Confianza Ciega’ –es un chico lindo. Pero, ¿por ser bonito se merece que le griten cosas por la calle? Dudaron de su sexualidad...” Walter se queja de haber sido presentado por Juan Castro como bisexual, de haber perdido a su novia “porque ninguna mina se banca que duden de su novio”, de haber sido rotulado por los editores como “el puto”. Las demandas siguen: Alejandro Restuccia reclama su parte por su flamante fama de fiestero. “Si hasta la propia revista de ‘Gran Hermano’ –dice– me acusaba de enfiestarme con animales.” Y Tamara Paganini señala al canal y a la productora por haberla desprotegido gravemente cuando se dio a conocer (en “Intrusos”, de Jorge Rial) su pasado como desnudista. “Ella asumía su trabajo –dice Rosenfeld–, pero Telefé y Endemol la convirtieron en una mujer humillada: se merece la mayor indemnización.”
Alfombra roja
En cualquier caso, Ana Rosenfeld prefiere el sistema de estrellas “de las de antes”, ese glamoroso mundo que componen sus amigos Marcelo Tinelli y Moria Casán, las bromitas de “Videomatch” y los gags de la vedette, el discreto encanto del juego de preguntas tontas y respuestas obvias, un universo en el que la alfombra roja todavía se extendía, divisoria y triunfal. “Algo cambió –melancólica–, no sé, algo no anduvo bien...” Lo que llegó fue la ola de vidas privadas que cambiaría para siempre la noción de intimidad. Allí donde la acción básica (cambiarse, bañarse, ¡nutrirse!) se convirtió en un acto heroico, allí donde la confesión (del gay, la desnudista, la prostituta) inundaron la pantalla de un nuevo dramatismo, la abogada observa el inicio de “la tragedia”.
Ahora, con su aire de diva, conocedora de la contradicción central de toda star (“No sé posar”, en perfecta actitud de mannequin), ella programa su agenda de participaciones en lo de Mauro y lo de la Canosa mientras asegura al cronista que nunca se la vio, que es una cara oculta. Dice: “Es mi primera vez”. Y detrás suyo: “sus pollitos”, en la retaguardia, cada vez más y más confiados en recuperar lo que la tele negó (fama sostenida) con la compensación del fajo. “Quedaron dañados”, dice Rosenfeld y señala al “puto”, la “chica fácil”, la “desnudista”, la “villana” y el “fiestero”... En el rótulo está la prueba del daño y el derecho a cobrar. Y en su frase final, llega el reclamo de las grandes causas aplicado al calvario del ex participante: “¡Se acabó la impunidad!”.