ESPECTáCULOS › CNN Y LA CAPTURA MEDIATICA DE SADDAM HUSSEIN
Escenas del rescate sanitario
La señal estadounidense repite las imágenes del ex líder iraquí con un objetivo: marcar la victoria en el “choque de civilizaciones”.
Por Julián Gorodischer
La CNN repite la imagen emblema a toda hora: el tirano caído está sentado en una camilla, y el fondito de azulejos indica el estatuto del lugar: es un pequeño hospital o una salita. El funcionario dice “lo tenemos”, y el apoyo visual recorta la escena del primer encuentro, antes de que lo bañen o lo rasuren, antes de que el bárbaro sea investido de civilidad para reingresar al mundo. Se lo ve, en estado salvaje, desde el domingo, en fragmentos y en especiales: la cámara se posa en un rincón, cierra el plano, no deja ver más que una cabeza. Es el rostro del monstruo, dañado, barbudo. El acercamiento resalta la mugre de los días en el pozo. De espaldas, se observa al médico, o el paramédico (no se aclara) que es su opuesto perfecto. Si Saddam Hussein es pura pelambre entrecana y sucia, el médico está completamente pelado. Es la escena del rescate sanitario, el encuentro entre el bárbaro y su redentor, el relato más legítimo para una captura.
Si la crónica en off indica que el iraquí pasó sus días en un “pozo lleno de ratas”, la primera imagen de la llegada occidental elige reivindicar la práctica médica, la asepsia del fondo de azulejos, la moral del médico que corre el cabello con suavidad, desprovisto de rencores. Se observan dos acciones: la revisación bucal y el control capilar. El tirano se somete (en su primera aparición pública) al testeo de los dientes y los piojos. La figura no es trivial: es su reducción a la revisación escolar. Es como un chico.
La imagen emblema deberá transmitir seguridad. Que nadie se perturbe, ni se moleste, que no se alteren los espíritus adormilados de la comunidad occidental. Entonces, no se escucha ni una palabra, ni una protesta, ni un rezongo: el tirano está callado y no intenta hablar. Su mirada es esquiva. En la imagen emblema no hay tropa: es desmilitarizada, aséptica, pacífica. Una voz de fondo defiende las bondades del derecho internacional. No se admite la presencia de marines, que tampoco se vieron en el derrumbe de la estatua durante la toma de Bagdad. Para ser eficaz, el plano de clausura (de la batalla, de la búsqueda) deberá recuperar la neutralidad del ojo testigo y no la parcialidad del diario de guerra. Entonces, se retira la tropa del plano y se mira desinteresadamente. No se escuchan voces en inglés, no se ve un forcejeo ni una resistencia. Es una imagen justa y nunca es violenta. Reivindica la sucesión “natural” de los hechos como en el cine: el villano, al final, tenía que caer. Y ni siquiera él mismo se rebela a ese destino.
La imagen emblema focaliza en los rasgos del buen demonio: el tirano caído no guarda ya ningún resabio de urbanidad. Está sucio, barbudo. Lo que se ve es la síntesis de un deterioro: el plano recorre las huellas en el rostro, la madeja de pelo entrecano. El hombre abre la boca para su revisación y no se observan dientes ni muelas, quedan ocultos o son inexistentes. La expresión es inconmovible, sin signos de emoción, ni resistencia, ni nada que genere temor o compasión. El estereotipo físico, en cualquier caso, será bien recibido.
Pero ante todo, la imagen emblema es cerrada, recortada por un ángulo de 45 grados que deja ver sólo el rostro y el fondito de azulejos. Necesita del enmudecimiento total de la imagen. Aquí no se escucha nada: lo que se ve está mudo, silenciado, suspendido en un estado atemporal que persigue insistentemente esa demora pero no a través del congelamiento sino de la repetición. Para que la imagen represente a “un momento histórico” deberá salirse de la línea cronológica para pasar a ser un todo, una presencia constante, un hito. Entonces, la CNN repite de un modo particular: una y otra vez en un seguidito que prolonga unos pocos planos tomados de la revisación. El tirano caído hace siempre los mismos movimientos: se toma la mandíbula, ondea ligeramente la cabeza, se deja raspar y revisar la pelambre sin ofrecer ni siquiera la resistencia de un niño molesto. Y la misma serie reaparece cada tres minutos. El protocolo de esta imagen ordena que resalte unos pocos rasgos (docilidad, mansedumbre, entrega) y que sea corta, concisa, pero reiterada. Este es el final, y deberá fijarse (ahora o nunca) un sentido último, una clausura que es aún más fuerte que el eslogan del administrador de Bush: “Lo tenemos”.