EL MUNDO › LOS IRAQUIES FRENTE A LA CAPTURA
DEL DICTADOR QUE LOS OPRIMIO POR 25 AÑOS
“¿Cómo pudo Saddam resultar tan cobarde?”
Los habitantes de Al-Daur, ciudad natal de Saddam Hussein, no terminan de aceptar la caída de su héroe. En Bagdad, el júbilo dio lugar a una suerte de “alivio” desconfiado. Un enviado de Página/12 cuenta lo que vio en las dos ciudades.
Por Eduardo Febbro
Al-Daur se despertó por segundo día restregándose los ojos. Al-Daur, la ciudad natal de Saddam Hussein, situada a 180 kilómetros de Bagdad, todavía se pregunta si ese ermita acobardado y envejecido que muestran las imágenes de la televisión es realmente el hombre que aterrorizó a un país durante décadas. “El primer día pensé que todo eso era una película inventada por los norteamericanos, un montaje de la CIA y los británicos. Ahora ya no sé muy bien qué es cierto y qué no es verdad. De todas formas, que sea verdad o no, hemos sido humillados una vez más. Si no es Saddam, los norteamericanos nos humillan como siempre. Si es Saddam, es él entonces quien nos hunde en la última de las vergüenzas.” Omar levanta la mano en signo de despedida y sigue su camino. El hombre desconfía de los periodistas que acuden a Al-Daur pero termina por expresar lo que él y muchos habitantes de Bagdad sienten: incredulidad, vergüenza y un deseo enorme de que “todo esto termine de una buena vez”.
Las vueltas del destino hicieron que Saddam Hussein cerrara su ciclo a muy pocos metros del lugar donde comenzó su mitología. En 1959, Saddam Hussein forjó los primeros pilares de su leyenda en la misma localidad donde fue descubierto por las tropas especiales norteamericanas. Un monumento hoy destruido recordaba que cuando tenía “apenas” 21 años el ex presidente iraquí atravesó el Tigris a nado y pudo así escapar de los hombres que lo perseguían por haber participado en el fallido atentado contra el ex presidente iraquí Abdel-Karim Kacem. Luego de la rápida derrota sufrida por las tropas saddamistas durante la invasión de Kuwait, el dictador de Bagdad volvió a arrojarse al Tigris para demostrar que seguía siendo “el amo”. Entre uno y otro acontecimiento transcurrieron 32 años. Saddam regresó ahora al mismo lugar huyendo de un ejército extranjero y de un país que se le había venido encima. Mirando en detalle la ratonera donde fue encontrado, es imposible pensar que los soldados de Bush hayan podido llegar hasta ahí sin que alguien les haya dado una mano. Entre la rotonda donde antes estaba el monumento y la ratonera en donde fue descubierto hay poco más de un kilómetro. Para llegar hasta el escondite hay dos caminos posibles: a través de un accidentado terreno o por la orilla oriental del Tigris. Cualquiera sea la dirección de donde se venga, la ratonera es invisible y, como asegura un policía local, “la providencia no basta para llegar hasta al agujero”. Las autoridades de Al-Daur admiten a media voz que “sólo alguien muy cercano a Saddam Hussein, un pariente, pudo haber suministrado la información”. James Hickley, comandante de la Primera Brigada del Cuarta División de Infantería que participó en la captura del dictador confirmó en Bagdad que un “sospechoso” perseguido desde hacía varios meses había suministrado “la información esencial”: Saddam no se encontraba en Tikrit sino en un “subterráneo” cavado en un sector lleno de palmeras. La identidad del “confidente” no ha trascendido aún, pero en Al-Daur los oficiales de la policía están convencidos de que se trata de una “persona muy íntima”. Salah, un teniente de la policía cuyos dos primos fueron arrestados junto a Saddam, afirma que “el traidor es seguramente uno de sus primos”. El oficial reveló que el ex presidente “llegó en barco a la hora del crepúsculo” y se refugió en el campo de sus primos, “gente de campo, muy trabajadora y orgullosa de poder servir a Saddam”. Otras fuentes de Al-Daur aseguran que Saddam llegó dos días antes, que ya estaba muy cansado y con ojos temerosos.
Los habitantes de Al-Daur no terminan de aceptar que su héroe se portó como un perro asustado. El destino le jugó una mala pasada, una de esas burlas que parecen organizadas por manos invisibles. Saddam había empezadoallí su “carrera”, después, con la primera Guerra del Golfo pérdida, fue también allí donde regresó para buscar fuerzas. Hace apenas una semana, el pasado 18 de noviembre, los norteamericanos destruyeron el monumento que conmemoraba su “hazaña”. Menos de un mes más tarde, el 14 de diciembre, Saddam caía en las redes de sus nuevos verdugos. Ahora la escena parece teatral, casi organizada. Cuando las cámaras de la televisión se acercan los jóvenes acentúan las manifestaciones de apoyo y repudio. “Por nuestra sangre y nuestra alma te defenderemos siempre, Saddam”, gritan a coro. Alrededor del ya derruido monumento a la memoria de Saddam los jóvenes vienen a dar vueltas y a hablar con la prensa. “Esto es obra no sólo de los norteamericanos sino también de los kurdos: ¡te vengaremos Saddam!, dice uno de los jóvenes levantando una mano en el aire. Pero cuando mira a su alrededor y ve que nadie le sigue la corriente, el muchacho se aleja cabizbajo. Sin embargo, no es el único que piensa así.
En Bagdad, el júbilo discreto que siguió a la noticia de la captura de Saddam dio lugar a una suerte de “alivio” desconfiado. “Lo único que sé es que Saddam Hussein ya no es más un fantasma que puebla mis pesadillas. Es un viejo atemorizado, servil, como un mendigo que tiene miedo de que le saquen las pulgas que lleva encima”, dice Ali Muhammad en un tono festivo. El tema “Saddam” todavía convoca grupos que discuten por la calle sobre un tema único: “¿Cómo pudo comportarse de forma tan cobarde?” “Y pensar que fue ese hombre el que nos congeló de miedo”, dice Hussein, un adolescente de 17 años que perdió a su padre y a dos tíos en la primera Guerra del Golfo.
A lo largo de la céntrica calle Al-Saadun nada ha cambiado. O mejor dicho, todo lo que cambió inmediatamente después de la caída de régimen de Saddam Hussein sigue exactamente igual. Apenas despunta el mediodía y borbotones de hombres iraquíes aparecen por la calle para ver alguna de las películas de sexo, pornografía y violencia que exhibe la docena de cines situados en la avenida Al-Saadun. Bajo Saddam, esas cosas estaban prohibidas, pero desde el pasado mes de mayo los norteamericanos levantaron la prohibición y pusieron sus películas: la guerra, la violencia, el heroísmo de sus soldados y una buena dosis de sexo bajo la “forma” de lujuriosas mujeres medio desnudas. “Saddam tiene lo que se merece. Lamentablemente, nos ha dejado como herencia una espantosa vergüenza”, comenta uno de los hombres que espera la hora de la función. “Asco, asco por el traidor y el cobarde que iba a llevarnos a la victoria y nos llevó a la ruina”, dice un hombre entre una profusa salva de escupitajos. Otro, más lúcido, le responde a él y a quienes piensan que la pesadilla se acabó: “No sean inocentes, no se vayan a crear que porque Saddam está entre rejas vamos a tener lo que nos hace falta. A los norteamericanos no les importa que los teléfonos no funcionen, que la luz se corte a cada rato y que no haya una sola gota de gasolina en todo el país. Sólo les importaba Saddam y ahí lo tienen”.
Quienes lo escuchan mueven la cabeza asintiendo con timidez. A la entrada de otro de los cines de Al-Saadun un hombre implora al cielo para que “la captura de Saddam termine con los atentados contra los iraquíes”. Un joven que está delante de él se da vuelta y le dice: “Y no solo eso. Debe haber un montón de imbéciles que seguían sonando que, para bien o para mal, Saddam iba a volver. Ahora saben que es una estatua derretida”.