ESPECTáCULOS › RONNIE ARIAS, AHORA CONDUCTOR DE SU PROPIO JUEGO

Mentiras poco convincentes

En Mentime que me gusta, Arias mantiene la gracia del movilero de Kaos, pero en un formato repetido, que no aporta nada nuevo.

 Por Julián Gorodischer

Un chiste sobre publicistas, muy comentado, dice que a un redactor talentoso se lo premia con un cargo de director creativo “para que tenga reuniones todo el día y se deje de pensar avisos”. ¿Podrá adaptarse la bromita a Ronnie Arias? El “puto” más famoso recorrió en 2003 todos los rincones de Buenos Aires y se lució por pelearle el trono al barrabrava, el motoquero y el jinete arriba del caballo. ¿El premio? Es el conductor de un concurso propio (martes a las 23, por Canal 13) hecho a medida con muy poco de la pavada naif de Araceli en Por mamá, y con mucho menos de la demagogia para masas de Julián Weich en Trato hecho, pero no tan lejos. Si en sus móviles de Kaos Ronnie hizo la calle como mejor le sale, en su nuevo experimento entra al estudio para recrear los mitos más trillados del programa de concurso: tribuna, aplauso, carcajada falsa, extras y secretaria tetona. Y no parece suficiente con la lengua filosa de la loca para cambiar el signo.
La puesta en escena de José María Muscari (Catch, Mujeres de carne podrida) prevé un show glamoroso en el que Ronnie calza perfecto, íntegramente fraqueado de blanco y con secretaria oriental. Si en Kaos Ronnie construyó a un tipo afectado levemente extraviado, siempre fuera de sitio, aquí se reconvierte en una “loca mala” de verdad: maltrata a Kim (la secretaria), la amenaza con un exilio, le compite de igual a igual y alterna el mote de “zopencos” y “tarados” dirigidos a la tribuna. Si Julián Weich es el coordinador amigable del viaje de egresados (el madrij de la colonia de vacaciones), Ronnie es el maltratador compulsivo que critica el defecto físico, políticamente impropio, como siempre. En Mentime que me gusta (que en el debut consiguió un promedio de rating de 12.7, con un pico de 14.4) cada participante cuenta su relato verdadero o falso a la manera de una stand up comedy, seguramente inspirado en ese éxito teatral de 2003 que fue Cómico Stand Up, pero algo no termina de encajar en el solo del monologuista que se quiere hacer pasar por historia de “gente común”.
Si Mentime... propone dar espacio a la voz de “uno como usted o cualquier otro” e incita a llamar para participar, lo que se ve es más parecido al Comic de Marcelo Tinelli, un número vivo de aficionados rentados a cargo de “la gorda” o “el chino” que siempre, pero siempre, acude al factor escatológico o a la broma de tipo sexual. La gorda –machacada por su gordura una y otra vez por Ronnie– recuerda la anécdota de su pedo en Mar del Plata, y el chino se tienta cuando narra la meada a la azafata en el avión. Laura Oliva (invitada como famosa) revela un supuesto affaire accidental con Juan Castro y vuelve sobre esa cuestión que Ronnie revisita en cuanto puede: que el tamaño importa. El cuarto concursante (el verdadero) relata el más convencional “robo a la salida del cine”. Después llegarán las pruebas de verdad y la máquina que mide pulsaciones (otra obsesión de los concursos) para culminar en el voto de la tribuna, que premia o castiga al mentiroso.
Ahora que está de moda poner al capocómico a conducir concursos (Alfredo Casero, Jorge Guinzburg), ahora que también suele premiarse al movilero y el panelista con un programa propio (Gisella Marziotta, Martín Ciccioli), Ronnie no queda al margen del sistema de movilidad de clases y resigna la chomba para calzarse el frac. Cambia, también, una cierta demagogia de movilero (el saludito, la arenga) por el traje de villano misógino y siempre caliente. Eso nunca desaparece: podrá atenuarse el tono crispado y nacer el aire contenido para escuchar los monólogos (por cierto, bastante aburridos), podrá mermar el chorro continuo de conversación que se le escuchó en Kaos, pero se mantiene el manoseo, el piropo al participante, la referencia al bulto de Castro y al tamaño de eso que tiene el chino en la entrepierna. Al tipo se le perdona todo: el “gorda” repetido quince veces o la xenofobia del “chinito muerto de hambre”. El autoataque (petiso, puto, loca, inservible) que se dirige a sí mismo, todo el tiempo, lo exime de culpa y cargo cada vez que tira la piedra y no esconde la mano. Queda, para el final, la comprobación de que hay algo que trasciende al formato repetido y el monólogo flojo. Es ese valor agregado que es capital de unos pocos y garantía de que haya alguien mirando: el carisma de Ronnie.

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Arias hace jugar su instinto para lo políticamente incorrecto.
 
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