ESPECTáCULOS › “MINI ESPIAS 3D”, OTRA DISFRUTABLE AVENTURA DE ROBERT RODRIGUEZ
Como un videogame, y a mucha honra
El cierre de las aventuras de los niños espías conserva aquello que distingue a Rodríguez: pasión por la aventura y un afilado instinto para el entretenimiento puro.
Por Martín Pérez
Una de las cosas que suele señalar Robert Rodríguez, cuando se le pregunta sobre su particular forma de producir sus proyectos, es que todos los cineastas recuerdan con particular cariño aquella primera película, la que hicieron casi sin producción y atando todo con alambre. Y lo que aclara es que él simplemente sigue filmando de esa manera. El suyo es un método ciertamente casero y familiar, en el que todo queda entre amigos. O, mejor dicho, y tal como lo demuestran las fichas técnicas de sus últimas películas –tanto la de esta nueva Mini Espías como la de Erase una vez en México–, en realidad (casi) todo queda en sus manos: dirección, guión, fotografía, edición, música. Si hay que confiar en sus declaraciones, Rodríguez incluso se encarga hasta del catering. Como la suya siempre fue una familia numerosa, le explicó al periódico inglés The Independent, no sabe cocinar para menos de diez personas.
Aun cuando sea difícil enseñar, e incluso recomendar, semejante método, lo cierto es que funciona. Por lo menos eso es lo que sucede con esta tercera entrega de sus Mini Espías, una película que se deja disfrutar como si fuese la primera vez que se concurre a ver algo llamado cine. Fresca y entusiasta como la primera de la serie, aquella que comenzaba como una fascinante historia de las buenas noches, Mini Espías 3D tiene sin embargo muy poco de aquella ingenuidad. Por el contrario, todo en ella se disfruta aceptando previamente toda hibridez e incluso todo el consumismo. En una época en que las películas de acción parecen apenas propagandas de videojuegos, Mini Espías 3D es efectivamente un videojuego, y a mucha honra. Lo que importa, a fin de cuentas, es que lo que se ofrece sea un pasatiempo entretenido. Eso parece decir Rodríguez sin complejos. Y es algo que, con los anteojos tridimensionales incluidos, su película bien puede jactarse de ser.
Todo comienza con Juni decidido a ser un agente secreto, lejos de su trabajo como espía. Aun cuando muy rápidamente regrese al servicio activo porque su hermana Carmen ha quedado atrapada en un peligroso videojuego que amenaza con capturar la atención de todos los niños del mundo. En su realidad virtual ingresará Juni, con la misión de alcanzar el máximo nivel, rescatar a su hermana y confrontar con el Toymaker, el autor del juego en cuestión. Con dos tercios de su metraje en tres dimensiones, Mini Espías 3D es como una gran diversión cómplice, de esas que necesitan de las ganas de su espectador para funcionar. Algo que no es muy difícil: desde la primera Mini Espías que Rodríguez ha ido construyendo un universo cómplice, con una pequeña ayudita de sus amigos, claro.
Por ejemplo, allí está Alan Cumming desde el principio, avisando cuándo y dónde hay que ponerse los anteojos 3D. También aparece Salma Hayek, como una asistente de laboratorio. Se recomienda incluso prestar atención para no perderse un divertido cameo del hoy tan buscado Elijah Wood, un viejo amigo del clan Rodríguez. Pero los auténticos protagonistas de esta Mini Espías son Daryl Sabara (Juni) y Sylvester Stallone, que hace las veces de Toymaker y muchos personajes más. Todo con la misma ausencia de gracia que lo caracteriza, hay que decirlo. Y entre Juni y el Toymaker, Rodríguez homenajea a su manera a la mítica estrella latina de aventuras, Ricardo Montalbán, abuelo de los Mini Espías desde la primera película pero aquí más héroe de acción que nunca.
Bien casero y atado con alambre, atendido por sus propios dueños, Mini Espías 3D recuerda también a Tron, aquella primera película que simulaba un mundo dentro de una computadora. Contracara de la perfección virtual de Matrix, el mundo artificial en el que Juni lucha por su vida –y la de su hermana– es absolutamente consecuente con los principios de las anteriores películas de la serie. La familia antes que nada y todo eso, pero también la aventura y el disfrute antes que cualquier manual de instrucciones. Y la complicidad antes que la prepotencia de las superproducciones. Porque el mejor de los socios a la hora de disfrutar de Mini Espías es un espectador dispuesto a divertirse sin complejos. En el mismo estado, diríase, en el que Robert Rodríguez parece filmar sus películas.