ESPECTáCULOS
Gerhard Richter en el MoMA: todos los estilos contra el estilo
El museo neoyorquino recorre cuarenta años de la obra de un artista alemán clave de la segunda mitad del siglo XX, que se escapa del encasillamiento estilístico e ideológico.
Por Inés Katzenstein *
Desde Nueva York
Antes de cerrar sus salas de la calle 53 y mudarse al barrio de Queens por cinco años durante los cuales su sede estará en remodelación, el Museo de Arte Moderno de Nueva York está presentando la primera gran retrospectiva que un museo norteamericano realiza de la obra del prestigioso artista alemán Gerhard Richter.
La exposición reúne de un modo más o menos cronológico 188 pinturas realizadas en el lapso de cuarenta años, recorriendo la compleja trayectoria de un artista inusualmente prolífico y difícil de definir. Porque si Richter tiene un programa, este ha sido, desde su juventud, el de rechazar sistemáticamente tanto filiaciones estilísticas como ideológicas, o más bien el de construir una identidad artística fundada en el movimiento pendular entre distintos lenguajes. La exposición del Museo de Arte Moderno es, entonces, un trayecto a través de discontinuidades más que un conjunto de series homogéneas. Aunque estas discontinuidades, o lo que a grandes rasgos puede describirse como un zigzag continuo entre la figuración proveniente de la fotografía, y la abstracción, entre el virtuosismo realista y la supuesta expresividad del gesto, entre el blanco y negro y el color, se transformen en la marca richteriana más clara desde los primeros cuadros de principios de los años ‘60.
Nacido en Dresde en 1932, educado durante el Tercer Reich, Gerhard Richter se inició como artista pintando posters y escenografías para el entonces nuevo gobierno comunista de la República Democrática Alemana. Después de formarse como muralista en la Academia, en 1959 viajó por primera vez a Alemania Occidental, donde visitó Documenta 2, en la que el joven comunista se enfrentó por primera vez a las delicias y violencias de artistas como Jackson Pollock o Lucio Fontana. En 1961, Richter se muda definitivamente a Alemania Occidental, donde empieza nuevamente sus estudios de arte y donde comienza a hacer una obra altamente influenciada por el pop norteamericano junto a Sigmar Polke y Konrad Lueg. Richter pinta celebridades, pinta objetos de uso cotidiano, como una mesa o un rollo de papel higiénico, pinta un grupo de retratos de señoritas asesinadas (Eight Student Nurses, 1966) en un friso que recuerda los trece hombres más buscados por el FBI, de Warhol (1964), y pinta incluso un retrato de Jackie Kennedy, como una anónima Mujer con paraguas (1964). La técnica de Richter en estas obras es la misma que usará, intermitentemente, durante toda su trayectoria: los cuadros están basados en una imagen fotográfica (muchas veces tomada de los medios gráficos) cuyos detalles, foco y definición aparecen eliminados a través de una técnica que consiste en el barrido de la superficie pictórica con un pincel de brocha gorda. El clima de las obras no es entonces celebratorio como en la mayoría del pop clásico norteamericano, sino nostálgico e incluso, a veces, mortuorio (y en esto sí se nota el impacto del Warhol de los accidentes de autos por ejemplo; influencia por la cual George Baselitz lo acusó de “traicionar su patria”).
A partir de este momento, en las salas que corresponden al período que va de fines de los sesenta a fines de los ochenta, la exposición puede dejar estupefacto a más de un visitante. Si Richter fue acusado en este período de ironía y hasta de cinismo por explotar la versatilidad temática y estilística hasta el extremo, pintando simultáneamente paisajismo romántico y abstracción furiosa, el curador de la muestra, Robert Storr, parece haber querido enfatizar este punto hasta la exasperación, como para demostrar a aquellos acostumbrados a valorar en un artista la consistencia estilística y la evolución lineal, que es en el eclecticismo de Richter, en su modo de tratar la pintura como realización de sí misma en la diversidad y no como un instrumento de representación de lo real, donderadica, paradójicamente, su carácter. La identidad del artista se constituiría entonces en la polémica negación de la ideología como unicidad de lenguaje. Sin embargo, lo que en otros artistas fue interpretado en esos años como crisis del lenguaje pictórico y al final de cuentas como síntoma de la superficialidad y el conservadurismo que el fin de la modernidad supuestamente conllevaba, en Richter aparece como negación permanente de lo unívoco en tanto dogma, a la que se suma una especie de nostalgia infinita por esa misma pérdida de la creencia, de lo que “hace sentido”.
Las casi seis salas que presentan la obra de estos años incluyen monocromos grises; un grupo de obras abstractas de apariencia expresionista aunque realizadas de un modo casi mecánico (que le hicieron decir al critico Benjamín Buchloh que esas no son pinturas sino “retórica” acerca de la pintura); una serie de obras blanco y negro de mapas de ciudades que constituyen investigaciones acerca de la construcción del cuadro desde el lenguaje de la fotografía; una serie de paisajes basados en fotografías y pintados como fuera de foco, al borde del kitsch; retratos hiperrealistas, una serie de calaveras y velas, todo realizado más o menos en los mismos años y con una misma neutralidad, como si la tradición realista del bloque soviético, el romanticismo de Caspar Friederich y la abstracción que Richter admiró en su primer viaje a Alemania Occidental en la obra de Pollock pudiesen convivir en un mismo artista que sin embargo se considera a sí mismo “clásico” y que cree que aún “el arte puede ayudarnos a pensar más allá de nuestra existencia sin sentido”.
Si hay un momento de síntesis en la trayectoria de este artista que siempre eludió los compromisos políticos y siempre negó la presencia de contenidos históricos en su obra, ésta se produciría en la serie October 18, 1977 (1988), quizás el momento más emotivo y más cargado políticamente de toda la exposición. October 18, 1977 es un grupo de quince pinturas realizadas en blanco y negro a partir de fotos de diarios, fotos policiales y material emitido en la televisión documentando los últimos días y las muertes (aún en debate si fueron suicidios o asesinatos), de tres de los jóvenes integrantes del grupo anarco-terrorista alemán BaaderMeinhof. El material documental sobre la trágica destrucción del grupo por el gobierno alemán proviene de un gigantesco archivo de fotos que Richter viene coleccionando desde 1962, incluyendo fotos familiares, fotos del holocausto, paisajes, etc., y que constituye la fuente de casi toda su trayectoria pictórica. Este archivo de fotografías, que ya fue expuesto en varias oportunidades con el título de Atlas, es una de las ausencias más obvias y lamentables de la retrospectiva de pinturas del MoMA. El grupo de obras que conforman la serie incluye retratos de los integrantes del grupo en sus últimos días en prisión, imágenes de los cadáveres, imágenes del momento de captura de uno de los integrantes, imágenes de objetos encontrados en las celdas y, por último, el multitudinario funeral de Andreas Baader, Gudrun Ensslin y Jan-Car Raspe: “Todas las imágenes son nubladas, grises y difusas; están casi borradas por completo... No estoy seguro de que estas imágenes demanden algo: provocan contradicciones a través de su falta de fe, de su desolación y su falta de partidismo. Siempre he sabido que toda regla y toda opinión, si están motivadas ideológicamente, son falsas: un obstáculo, una amenaza, un crimen”, escribió Richter a propósito de la serie. Por el modo en el que el color negro del barrido richteriano invade las imágenes, casi hundiéndolas en la nada, por la intimidad de las fotos originales y por la trágica brutalidad de la historia de este grupo de estudiantes radicalizados que tuvieron que pasar a la clandestinidad hasta que fueron capturados, encarcelados y, posiblemente, asesinados en prisión, la serie puede verse como el punto culminante de la exposición. Y si no es tal, al menos es un punto deinflexión en el cual Richter quiebra la distancia manifiesta en sus obras anteriores, y trabaja con la fotografía y la pintura recuperando el “sentido” que sus series anteriores parecieran afirmar como imposible.
“Gerhard Richter: cuarenta años de pintura”, sigue en el MoMA hasta el 21 de mayo.
* Crítica de arte argentina residente en Nueva York.